domingo, 24 de diciembre de 2006

Inmortal por un día



Por hoy, sólo por hoy, fui inmortal.

Esta mañana frené a tiempo para darle paso a la señora de rosado. Viejecita sólida, calculo que andaría como en sus noventa, vestido rosa pálido, piel morena y fibrosa pegada al hueso, cabello largo canoso recogido en un moño alto. Levantó la mano como para agradecer que le cediera el paso, y entonces ocurrió la magia, unió el gesto de agradecimiento con dos cruces que armó lentamente en el aire, que me arrojó junto a una sonrisa plácida de abuelita en los largos segundos que afortunadamente se tomó para cruzarme frente al capó. Creo que es la segunda mujer en la vida, después de mi madre, que me hace la señal de la cruz al momento de despedirse.

Pasé una mañana radiante, rebosante de una energía calma y bonita. Recordé al personaje de Punch Drunk Love (Adam Sandler enamorado de la preciosa Emily Watson) que en un momento crucial le grita en la cara al mafioso que le está haciendo de cuadritos la existencia: “¿Sabes qué? ¡Tengo un amor que me hace poderoso, así que mejor cuídate de mí!”.

Sin embargo, hacia finales de la tarde me amenazó una jaqueca criminal. De esas que cuando te agarran te sueltan con varios millones de neuronas menos. Y definitivamente un poco más bruto. Justo cuando empecé a sentir enturbiarse al mundo, cuando las luces comenzaron a estallarme en las sienes con una danza que desata mi pánico fotofóbico, entonces se me vino el recuerdo de la viejecita de rosado que me echó sus bendiciones por la mañana. Menos mal que nadie me oyó –excepto la acobardada jaqueca que salió aullando y huyendo- cuando exclamé con total convicción infantil: “Tranquilo, es imposible que te pase nada, hoy eres inmortal”.

martes, 19 de diciembre de 2006

¿Con B de qué?


Hace exactamente cuatro años andaba yo en la hermosa Buenos Aires haciendo un documental que jamás llegó a terminarse. Queríamos hacer una investigación sobre la historieta argentina y cómo su imaginario estaba influyendo y dejándose influir por el del cine fantástico. Al final nos quedamos sin presupuesto ni permiso para continuar; fuimos nosotros quienes acabamos inmersos en un guión de cómic que algún espíritu burlón se dio a la tarea de escribir durante varias semanas. Y luego abandonó.

Llegando a Buenos Aires, apenas puse un pie en el aeropuerto, me enfermé con una virosis espantosa. Imperaba un verano austral con sus contundentes 40 grados a la sombra mientras yo estaba metido en la habitación del hotel abrigado con varios suéteres, bufandas improvisadas, doble media, triple cobija, tos como gruñidos de perro y todo eso rematado por un insomnio que no me dejaba pegar el ojo ni siquiera cuatro horas por noche.

Durante días estuve combinando remedios para la gripe con el bombazo antiasmático, doble dosis de Stylnox -cuando basta la simple para dormir a un caballo-, y todo ello regado por generosas copas de vino tinto mendocino (por aquello de que el vino da sueño, y ya que los somníferos no podían solos pues yo les echaba una manito).

Digamos que por un tiempo mi cuerpo estuvo físicamente en Argentina pero yo andaba más bien por Ganímedes. Y hubo pedazos considerables de mi existencia que no recuerdo en lo más mínimo así que me los cuentan mis compañeros de producción -a lo que yo respondo con la conciencia limpia y convicción absoluta: “Lo lamento, yo no estaba allí. Ése no era yo”-.

Cuando ya yo andaba medianamente de vuelta en este mundo decidimos lanzarnos cierta mañana a hacer las entrevistas, nos encontramos en el lobby del hotel y yo venía trastabillando, convaleciente, haciendo de tripas corazón para no lanzarme sobre un sofá y gritar a mis compañeros: “Sálvense Ustedes… yo no lo lograré”.

Pero entonces Richard, el asistente de cámara, no me da tiempo para melodramas porque me intercepta al pie de la escalera y me suelta:

-Coño, papá, me pegaste esa rolo e’ peste tuya. Me estoy sintiendo medio mal.

No alcanzo a mandarlo a la mierda porque llega el taxi y tenemos que subir el perolero a la maleta. Nos ayuda el conductor, un cincuentón barrigudo con una tos incluso peor que la tenía yo ayer. “¡Voy adelante!” grita Richard y de un salto –a pesar de la gripe que supuestamente le aniquila- se abalanza sobre el asiento del copiloto. Arrancamos y a las pocas cuadras Richard se voltea con expresión de víctima, carraspea exageradamente la garganta, hace señas con el índice surcándole el cuello de un extremo al otro como vaticinando su pronta muerte:

-Me estoy muriendo, papá, me siento malísimo. Me arde la garganta, me duele al tragar, tengo el estómago flojo y yo creo que tengo fiebre.
-Ahorita nos paramos en una farmacia y te compramos algo, Richita, quédate tranquilo- ladro yo.

Pero en eso emerge una voz de ultratumba, una cosa mustia, añejada tras kilos de tabaco y flema, más que una voz un ronquido o un rugido:

- Tomá Rivodrina de 600- dice el chofer del taxi con la vista clavada en el frente.
- ¿Qué? – grita Richita con una fuerza que casi voltea al carro.
- Rivodrina de 600, loco. Te tomás dos ahorita, y repetís la dosis cada 4 horas durante un par de días. Amanecés como nuevo, pibe, ni te enterás del hijo de puta resfriado.
- Ajá, anótame esa, Jose… Ralfoncina de 500 – me indica Richita confiadísimo de haber dado con la solución a todos sus males.
- Tomá esto, anotá bien para que le digás al de la farmacia - se saca el taxista un papelito de los que tiene en el parasol junto con un bolígrafo, se los extiende a Richard entre toses estentóreas que retumban dentro del carrito- Recordá: Rivodrina de 600 miligramos, dos tabletas cada 4 horas.
- ¿Y cómo se escribe, eso, papá? – dice Richita mientras anota cualquier cosa en el papelito.
- ¡Y qué sé yo, che! Ri-vo-dri-na, como suena, apuntalo bien –dice el taxista y tose, regurgita, escupe hacia la calle, tose más. Está a punto de morir asfixiado – Rivodrina de 600, y te curás de todo, quedás como nuevo.
- ¡De 600… no vale, ni de vaina, eso es muy alto! Yo no me voy a tomá esa mierda – pelea Richita- ¿de eso no viene de 200? Yo voy a preguntar si no hay uno que sea menos fuerte.
- ¿Pero sos boludo o qué? Tomate el de 600 que es el que cura, che, que te digo yo, si no te vas a joder, a joder hasta el orto- regaña el taxista y tose hasta que casi se vomita, la barriga le rebota contra el volante, tose hasta quedar morado.

Yo embutido en el asiento de atrás casi digo: “Claro, Richita, quedas igualito de nuevo y de curado que este chofer que además es laringólogo”. Pero entonces Richard se saca de la manga una pregunta que nos rompe los esquemas a todos:

- ¿Pero ese remedio se escribe con B de qué? (y en vez de decir las clásicas: “con b de burro o v de vaca” o “con b alta o v chiquita”, Richita opta por decirle al taxista que es bonaerense): ¿Con B Barquisimeto o V de Valera?
- ¿Y qué se yo, boludo? Con V, pibe, con la V del Vélez Sarsfield – responde el taxista, como explicando algo demasiado obvio. Como si con un mínimo de conocimiento sobre fútbol argentino quedara zanjada toda duda sobre la uve, la be labial y la ve labidental.
-¡Ah, sí va! – Asiente feliz Richard y anota con pulso firme y letras enormes algo que alcanzo a ver tiene una gran Z de Zorro.

Y en ese instante yo supliqué en un susurro: Señor, por favor, déjame bajarme de esta nave espacial y volver con los míos a mi planeta.

Aterricé del taxi convencido de haber culminado un viaje intergaláctico, casi beso el suelo de la madre Tierra. Veo desaparecer tras una esquina al hombre tosiendo en su carrito negriamarillo y no puedo ocultar mi felicidad. Me he salvado esta vez.

-¡Coño de la madre, se me quedó el papelito en el taxi, chamo! ¿Tú no te acuerdas cómo es que se llamaba el remedio ése que me recetó el pana?- me pregunta Richard angustiadísimo.

Yo no sé ni contesto. Invento un acceso de tos, me llevo las manos a la cara y me tapo un par de gruesas lágrimas que sin quererlo se me han escurrido.

viernes, 15 de diciembre de 2006

Boards of Canada

Satellite Anthem Icarus - Boards of Canada


Hoy volveré a bailar de arquitectura –como decía Frank Zappa con sarcasmo sobre quienes escriben sobre música-, la culpa la tienen los hermanos escoceses Michael y Marcus Saundison que conforman al grupo de música electrónica más elegante del mundo y también uno de los de peor nombre: Boards of Canada.

Me gustan los Boards of Canada porque suenan al soundtrack de esa película nunca hecha a las Crónicas Marcianas de Bradbury o a La Nave Estelar de Brian W. Aldiss. O quizás porque suenan a proyecto frustrado de una película que debería filmar Cronenberg a partir de un guión incompleto de Tarkovsky. Y también porque suenan a un documental sobre fauna submarina extraterrestre, o a música de fondo de parque temático futurista, uno de los 80, en aquellos tiempos cuando la ciencia ficción hablaba desde la ingenuidad y la austeridad de cosas realmente importantes.

Creo que me gustan los Boards of Canada porque supieron hacer de la música electrónica otra cosa, más allá de encandilarse con los ruiditos y los colorcitos, más allá de sucumbir a la pirotecnia de los nuevos sonidos y texturas. Estos tipos hacen con la electrónica lo que Ronaldinho o Zidane hacen con el fútbol; entre la sonrisa de quien juega como un cachorro y el trance de quien sufre cada jugada en la que se le escurre la vida, se sacan gambetas que los demás no pueden, dejan flotando las partículas en el aire con efectos que sólo ingresan a las leyes de la física gracias a su magia.

Rodea a este dúo escocés un aura de misterio; durante años se fotografiaron y se presentaron en vivo portando máscaras, escafandras y capuchas. No mostraron las caras ni aceptaron responder a la pregunta de “por qué se llaman así”. Sobran teorías y especulaciones sobre esta peculiar Junta Directiva del Canadá; pero ellos no sueltan prenda, no de propia voz. Me gusta pensar que se llaman así porque les da la gana, porque es como una declaración de principios para decir que detrás de nombres absurdos se hallan, a veces, las mejores cosas esperando por ser descubiertas por los curiosos. Tampoco son amigos de los video clips, apenas tienen un par de videos oficiales, hecho que ha gestado en la comunidad de fans un concurso permanentemente abierto y gratuito donde cada quien es libre de colgar en la red su video como si se tratara de un dibujo libre para compartir. Y créanme que los hermanitos Saundison han inspirado imágenes sublimes, para muestra éste botón que antecede al texto.

Un dato curioso: el hermano mayor de los Saundison, Michael, nació un 12 de julio de 1971. Eso lo convierte en un gemelo imposible de quien escribe estas líneas. Me llena de una especie de alegría infantil pensar que alguien -de alguna manera alguien muy próximo- está creando esa música que ya me hubiera gustado hacer a mí de haber nacido dotado con otro talento.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Foto de cédula.

Mi pana El marciano me envía un mensaje de texto hace unos días: “La conocí hoy en la cola para votar. Es la mujer de mi vida. Luego te cuento”.

La noticia me alegra especialmente; el marciano es químico puro, con postgrado en no- sé-donde impronunciable, en una cosa complicadísima que tiene que ver con polímeros y prótesis. Yo lo único que sé es que si pierdes un dedo el marciano te hace uno nuevo de un plástico orgánico cagante que te permitirá pintar nuevas palomas con una elegancia y una destreza que nadie se podrá imaginar jamás que ese dedo no es tuyo.

El marciano acaba de regresar hace pocos meses, tiene varios años afuera del país. Aunque fuera de este mundo tenga la vida entera. Quizá por ello es el apodo de Marciano, y quizás por eso mismo es que le cuesta una bola (que aunque se la pueda volver a hacer, igual le cuesta) tener suerte con las mujeres.

Lo llamo una y otra vez para que quedemos y me eche el cuento de la diosa que conoció en la cola. No me contesta, me da evasivas, huye. Me imagino que está con ella. Seguro que atraviesa uno de esos momentos del enamoramiento en los que los amigos y todo el resto de la vida pasan a formar parte de la categoría: “Mariqueras sin importancia que siempre se pueden dejar para después”.

Pero me despierta hoy en la madrugada con una llamada que nos deja a todos con el corazón encaramado en el esófago.

- Necesito hablar contigo. No le digas nada a nadie, ni siquiera a tu esposa. Nos vemos en media hora en el bar de la esquina de tu casa.

Me pongo cualquier cosa, en medio del apuro pienso que la combinación de bermudas con medias deportivas blancas y zapatos mocasines no queda del todo mal. Me retracto apenas piso la calle, pero ya es tarde. Dejo a los míos aún más preocupados gracias a mi torpeza para inventar excusas: “Es que voy a comprar cigarros que va a haber escasez”. Como si no supieran que dejé de fumar desde el infarto.

Encuentro al Marciano apostado en la barra, sudando, viendo a los lados, consumido por la paranoia.

- ¡Te están persiguiendo, no! Ya comenzó la dictadura en esta mierda –grito descontrolado desde el otro extremo de la barra.
- ¡Claro que no, pedazo de loco, tómate una birra, cálmate y cállate para que me puedas oír! –dice el Marciano unos 20 decibles más alto que yo.

Pido dos cervezas, las dos para mí. La primera me la bebo de un sorbo, fondo blanco; cuando comienzo a paladear la segunda rompo el silencio

- Entonces… Marciano de mierda… ¿qué coño es lo que te pasa?
- La mujer de la cola. La que te comenté en el mensajito. Le vi la cédula. En ese instante percibí que algo andaba mal. Y ese algo ha ido creciendo. Y ya no quiero saber de ella. Me está volviendo loco. Me llama, me busca, me escribe. Yo no quiero nada con esa loca.
- ¿Le viste la cédula?
- Sí. Se le cayó justo en ese momento en el que por fin logras decir algo que la pone a ella más nerviosa que a ti. Hice un avance, me jugué una carta y ella mordió. Se puso nerviosita y como estábamos a punto de votar se le resbaló la cédula de la mano. Yo de galán me agaché para recogérsela y entonces la vi. Le vi la cédula y me cagué, loco.
- ¿Es una vieja de 90 años pero parece de 20, no?- me apresuro a concluir.
- No, mucho peor. Es hermosa –le brillan los ojos al marciano como a quien está a punto de develar un misterio antiguo- Pero en la foto de la cédula es aún más bonita que en la realidad. Es como si fuera la foto de una modelo, es una vaina que deja a Scarlett Johansson como si fuera un moco. A Nohely Arteaga como un bagre. La tipa es una belleza… pero en la foto de la cédula está todavía mejor.
- ¡Pero bueno, Marciano, tú me llamas de madrugada a mi casa y me haces venir hasta aquí para decirme esta mariquera! Yo juraba que te había pasado una vaina grave, chico.
- No, ese día todo fue sublime. Votamos, la esperé y luego la acompañé hasta la puerta de su edificio. Y nos besamos, güevón, nos besamos como dos adolescentes. Los besos más ricos que me he dado en mi vida, como si esa boca fuera de una frutita que a alguien se le olvidó rescatar cuando nos botaron del paraíso.
- Pana, de verdad que estoy a punto de irme a mi cama. Anda a joderle la paciencia a otro pendejo… - apuro la cerveza y me levanto.
- No, espera. Mira este mensajito que me mandó la tipa esa misma noche –se saca el celular, presiona las teclas, me muestra la pantalla pero también me lee en voz alta- “Aquí estoy en mi cama que hoy se me hace enorme. Me gustaron esos besos de tus labios dulces, quiero otra probadita”.
- Marciano esa mujer es una prodigio, es lo máximo, tú no te mereces que se fije en ti, y sin embargo se fija ¿entonces cuál es tu problema? –intento disimular mi impaciencia.
- La foto de la cédula.
- ¿La foto de la cédula?
- Sí. Porque tú sabes que esa máquinas que toman la foto de la cédula toman las peores fotos posibles. Es como si tuvieran un alterador de partículas. Es una mierda que en la NASA la deben estar tratando de imitar. Apenas esa vaina hace clic las moléculas de tu cara se desordenan, se rebelan, es como si dijeran “¡En forma de cualquier cosa!” o “¡En forma de la versión más horrible de esta persona!” Y por eso es que todo el mundo sale así de fatal en la foto de la cédula. Porque las partículas de todo mortal hacen su mejor intento por hacerle peor. Es una reacción natural.
- Ah, coño, eso es verdad.
- Claro que es verdad, pana, por eso es que esta tipa es un caso extraño. Ella sale en la cédula aún más buena que en la vida real. ¿Tú conoces a alguien así? ¿Dime tú quién puede andar con alguien así?
- No, es que está claro, clarísimo.
- ¿Qué cosa tienes tan clarísima?
- Que algo muy raro pasa con esa mujer. Esto no pinta nada bien. No te vuelvas a juntar con esa loca.
- ¿Y habrá que avisarle a la gente?
- Claro, hay que regar la voz entre los amigos. Hay mucho incauto buscando pareja sin verle jamás la cédula.

De regreso a casa, bajo la luz mortecina de un farolito saco la billetera y extraigo con dedos temblorosos la cédula. Respiro aliviado. Gracias a Dios, me cuesta reconocer a ese carajo espantoso que sale en la foto. Casi ni soy yo.

martes, 5 de diciembre de 2006

Eppur si muove


Dicen que justo cuando Galileo Galilei salía de su juicio por herejía se cruzó con el descamisado teniente coronel Bill Kilgore (el Robert Duvall de Apocalypse Now) coronado con sombrero de cowboy y su aire de perdonavidas.

Acababa el viejo Galileo de retractarse ante el santo tribunal de la inquisición para evitar la hoguera: “Retiro lo dicho, señores, les doy ahora a Ustedes la razón: la Tierra es el centro del universo y no se mueve alrededor del sol. Así lo dispuso Dios y así lo declara este Tribunal”.

- Me gusta el olor del fuego por la mañana; huele como a… victoria- Gritó retador el teniente coronel, todo verdugo dueño de la hoguera, justo cuando el astrónomo pasaba frente a él con la frente especialmente en alto.

Se detuvo Galileo frente al hombre armado y comentó como para sí mismo, aunque lo suficientemente fuerte como para que el susurro retumbara en la sala, y sobre todo en las diminutas cabezas bélicas de Kilgore y los suyos.

- Eppur si muove (Y sin embargo, se mueve) – silbó Galileo y siguió su camino seguro de que la historia le daría la razón.

La frase aún cobra sentido siglos después para todos los galileos, que a pesar del mundo la siguen susurrando para sosiego de su propia conciencia, pero sobre todo para su retumbe en la conciencia de otros. Y cómo hace temblar de furia y pánico a todos los tenientes coroneles Kilgore que tratan de repelerla con fuego y más fuego.

Inmune a las llamas, se mueve.