miércoles, 26 de agosto de 2009

El complejo de Frankenstein


Para los griegos pocas cosas eran tan abominables y tan dignas de castigo como la soberbia. Comportarse como un Dios, o incluso atreverse a humillar a los enemigos, era castigado por los dioses del Olimpo por mediación de la diosa Némesis. Los griegos llamaban Hibris a ese pecado que cometen los soberbios, los arrogantes, los que se jactan de estar por encima del resto de los mortales. Y toda Hibris era recompensada inefablemente con su respectiva Némesis. No puede ser digno el héroe que humilla a quienes vence, ni tampoco el héroe que se toma atribuciones que no le corresponden.

Cuenta la mitología griega que la arrogancia de Perseo era tal, después de lograr sus descomunales hazañas, que los dioses decidieron mandarle a un enemigo que él no pudiera derrotar. Le enviaron un escorpión justo cuando el héroe dormía, despertó con el aguijonazo y se apresuró en buscar su arco y sus flechas para darle muerte al agresor; sin embargo el efecto del veneno le ganó el cuerpo. Moriría Perseo viendo alejarse al escorpión y por esa razón, cuando en las noches levantamos la mirada hacia la bóveda celeste, nunca las constelaciones del guerrero Perseo ni la de Escorpión coinciden en el mismo cielo nocturno. El héroe, valga la metáfora astronómica, quedó condenado eternamente a perseguir a un animal que siempre le llevará demasiada ventaja para ser alcanzado.

Supongo que esa misma mecánica operó en la flecha que certeramente Paris le encajó en el talón a Aquiles. Nadie podía negarle a Aquiles su grandeza entre los grandes guerreros; pero nadie tampoco –por muy encolerizado que estuviera el héroe por la muerte de su amigo y escudero, Patrocolo- podía justificar que Aquiles, luego de dar muerte al troyano Héctor, atara su cadáver al caballo que jineteaba para arrastrarlo frente a todos, incluso frente a su anciano padre, Nestor. Para decirlo en criollo, allí Aquiles se fue de palo, se pasó de la raya. Tienes derecho a vencer y a sentirte victorioso, pero ese ensañamiento con el vencido no te lo vamos a admitir.

La flecha disparada por el cobarde y conflictivo Paris, hermano del humillado, sería la portadora de la dosis necesaria de Némesis para ponerle coto al exceso de Hibris que le nublaba las entendederas a Aquiles.

En la ciencia ficción -sea ésta en literatura, en cine o en cómics-, existe una especie de contextualización moderna de este mismo tema de castigos divinos e inevitables para quienes actúen con soberbia. Le llaman el complejo de Frankenstein. Y, tal como su nombre lo indica, se recoge en la metáfora de un monstruo que se vuelve en contra de su propio creador. No nos corresponde a los hombres jugar a ser dioses ni tomarnos atribuciones que decidan la vida de otros seres. Quien ose jugar ese juego, sólo reservado a Dios, será castigado; y no puede haber un castigo más ejemplar que la rebelión de la propia criatura. Aquello que has creado está destinado, y te condenará mañana, a una muerte horrible que ejecutará con sus propias manos.

A buen entendedor, pocas palabras. Que nadie se asombre mañana cuando en otros escenarios mucho más cercanos y cotidianos se repita ese espantoso partido de fútbol (con prórroga y penalties incluidos) que se dio en Milán con el cuerpo de Benito Mussolini como balón.

Si algunos leyeran más mitología griega y más ciencia ficción, en vez pasarse la vida jugando a los dioses malcriados en tiempos de guerra, ya habrían puesto sus barbas en remojo. Quizás. O por lo menos tendrían oídos para escuchar que ya Frankenstein se ha desencadenado y viene en camino.


lunes, 10 de agosto de 2009

El arte de encajar las sobras



Creo que lo ideal sería mirar el video antes de leer lo que sigue.

No es que me guste especialmente la música de Koop (tampoco me disgusta, pero con todo respeto no es precisamente mi “cup of tea”), y el video a lo Wong Kar Wai está bien; pero tampoco es eso lo que me conmueve.

Me gustaría adivinar que tal vez han caído en la misma trampa que mi esposa me ha tendido y en la que yo caí redondo y sin red de contención. Porque lo que realmente me llama la atención es el hecho de que Koop parece una banda, una pequeña orquesta de jazz, y resulta que no, que se trata de la pequeña mentira –o, mejor dicho, el intrincado disfraz- de apenas dos sujetos: Oscar Simonsson y Magnus Zingmark.

La música que acabamos de escuchar está hecha de retazos, de grabaciones, de fragmentos tocados por otros. Este par de suecos vienen a ser una especie de arquitectos que se encargan durante años –con paciencia de dioses y con dotes de meticulosa costurera- de armar edificaciones a partir de columnas, ventanas, dinteles, pilotes, vigas, pedazos de techo y de piso que han encontrado por aquí y por allá. Se arman un traje que les queda como un guante a punta de ropas prestadas. Ellos, a partir de las piezas sueltas, de los sobrantes dejados por los demás, diseñan una estructura, una suerte de rompecabezas musical al que “solo” (valgan las comillas, porque vaya que el trabajón ha de ser monumental) falta ponerle el cemento unificador.

Perdón, también ponen la voz, porque el canto es lo único que garantizan que no ha sido previamente sampleado. De resto, esa canción es el producto del armonioso empate de trocitos de centenares o miles de otras canciones.

El cineasta Alan Berliner hace más o menos lo mismo pero con películas. Unos documentales de pietaje encontrado donde él no filma absolutamente nada, ni siquiera un rollo. Ese material bruto con el que trabaja pertenece a otros y él simplemente se inventa un guión creíble y lo monta todo para que la mentira pase casi desapercibida.

Me fascina, desde el punto de vista literario, la metáfora que nos plantean con su música este par de suecos y Berliner con su cine; porque el mecanismo con el que se construyen sus obras, sus enormes mentiras que parecen una cosa que al final no son, es idéntico al que todos utilizamos para armar un relato.

Y yendo mucho más allá, así tal cual, con fragmentos dispersos que nos hemos topado en la existencia y que luego nos empeñamos en hacer encajar en un cuento más o menos congruente (no sabemos lidiar con el absurdo), nos construimos eso que llamamos una identidad o aquello que denominamos memoria.

martes, 4 de agosto de 2009

Sugerencia para un crimen mediático (I)

Lo primero que hay que hacer es abrir un operativo para que todos los simpatizantes de la recién fundada organización no gubernamental - clandestina y sin fines de lucro, por supuesto- , ACM (Amigos del Crimen Mediático), donen sus sábanas blancas.

Todas las sábanas sirven, las toallas también, al igual que las camisas, las medias, las fundas de almohada, incluso la ropa interior; lo que importa es que sea tela blanca y limpia. De empatar todos los retazos se encargarán con gusto nuestras madres y abuelas -aunque cualquier voluntario que sepa coser, independientemente de su edad, creencia religiosa y género, también será bienvenido-. Los más pequeños pueden ayudar a enhebrar.

En mitad de la madrugada (que nosotros también hemos aprendido a actuar a oscuras y asestar nuestros buenos golpes en medio de las sombras) hay que treparse silenciosamente al techo del Teatro Teresa Carreño . Desde arriba se lanza la tela de manera que cubra toda la estructura. Vamos a hacerle un homenaje a Christo y a su esposa Jeanne- Claude, a imitar lo que le hicieron al Teatro de la Opera de Sidney, al edificio del Reichstag y a tantas obras arquitectónicas más. Vamos a forrar en tela blanca al Teresa Carreño, a arroparlo, a ponerlo a buen cobijo. Lo dejaremos impecablemente recubierto, alisado y sin pliegues, que ese forro sea como una segunda piel para el teatro.

Y un par de horas antes del amanecer comenzará la función. Proyectaremos la película desde las torres de Parque Central, puede que desde el Zigurat de la Mezquita en Quebrada Honda, para que las imágenes cobren vida sobre esa enorme pantalla tridimensional. Va a ser una belleza ese cine al aire libre, gratis, monumental. Hermoso, como un pedazo de sodio que se deja caer en esa sustancia acuosa donde nadan los pensamientos. Que seguro, en esas dos horas, algo se mueve. Y cuando aparezcan los créditos entonces saldrá el sol.

Lo que único que hay que decidir es si nos lanzamos con “El planeta de los Simios” (la original del 68) o la versión cinematográfica de “1984” de George Orwell. Aunque, claro, se escuchan propuestas; joder, porque aquí, al menos aquí, seguimos siendo una democracia.