jueves, 12 de noviembre de 2009

Las rutas de la destrucción

Quien se toma el tiempo para destruir su ciudad por medio de la ficción es porque le duele que la destruyan en la realidad.

Cada vez que un artista le pone cariño y oficio a su apocalipsis personal y a las distopías que más le tocan, es como si estuviera inventando una contra, una plegaria, un escudo. La ficción funciona como protectora de la realidad.


Les duele a los japoneses su Tokio y por eso la derrumban y la vuelven a levantar en cada batalla de Godzilla, de Ultraman, de Mazinger, en Akira o en Evangelion. Porque por medio de esa destrucción simbólica se garantizan que las bombas atómicas no volverán a estallar nunca más sobre su isla.


Le importa su Londres al Alan Moore de “V For Vendetta” o al Orwell de "1984". Los regímenes totalitarios en Inglaterra sólo existen en la ficción porque solo así (y sólo allí) se quedarán encerrados sus fantasmas sin permiso a colarse a este lado de la existencia.



Un hechizo similar se ingeniaron Liberatore y Tamburini con Ranxerox. Y ese sortilegio, conjurado desde las sombras del cómic, impedirá una nueva caída romana en manos de la barbarie absoluta. O al menos no del todo.


Quizás no haya una París tan decadente y miserable como la que pinta Enki Bilal. Y eso se debe a su miedo de que la ciudad luz se le convierta en la Belgrado donde nació y del que tuvo que huir siendo niño. No sucederá, gracias a él.


Héctor Germán Oesterheld se inventó en el Eternauta una nevada tóxica sobre Buenos Aires que diezmó a los porteños. Una invasión de extraterrestres que obligaba a los argentinos a unirse para que colectivamente echaran a patadas al mal. Y gracias a esa metáfora puesta en historieta más tarde se pudo escribir otra historia en Argentina.


Los robots gigantes llegaron ya a Montevideo. Han causado un Ataque de Pánico que es de los homenajes más sentidos que se le haya hecho a la ciudad. Uruguay, confiemos en ello, está a salvo.



Es urgente construir un letrero que diga A CARACAS. Que nos inventemos -cada uno desde su trinchera y con sus propias mañas- otros robots, otros marcianos, otras nevadas tóxicas y otros héroes. Que la volvamos polvo en la ficción y la ayudemos a levantar mil veces más, antes de que sea demasiado tarde.