viernes, 26 de julio de 2013

Vi esto y me acordé de ti


Últimamente he estado muy metido en una onda marciana. La responsabilidad es mía, lo sé, es un tema que me ha fascinado/atemorizado desde la niñez; pero también es culpa de los amigos que constantemente me mandan cosas donde explícita o implícitamente dicen “Vi esto y me acordé de ti” –eso, o cualquiera de sus variantes–.  Y uno va y lo mira, por curioso, pero también lo hace por respeto y agradecimiento. Porque esos gestos merecen una respuesta, ameritan una reacción por parte de uno. Es como cuando alguien, en otros tiempos, te recomendaba un disco o una banda o una película o un libro; es una manera de decir “te tengo presente” o “a veces encuentro cosas que me remiten a ti”. Hoy día, con estos medios tecnológicos que son una extensión del cuerpo humano, esas referencias vienen casi siempre en forma de enlaces a videos, artículos, fotografías, ilustraciones y demás informaciones que pululan en la Red. Es  impresionante lo bien que te puede llegar a conocer la gente –o, quizá,  debería más bien decir: lo transparente que es uno– porque la verdad es que muy rara vez se equivocan.  Son un extraño catálogo de cosas que finalmente logran apasionarme, divertirme o angustiarme (la angustia, a veces, es una peculiar variante del gozo).

Entre las cosas insólitas que los objetos de mi afecto me han hecho llegar en el último mes están:

     -          La noticia del descubrimiento de unas pirámides muy similares a las egipcias en la Antártida. Una cosa que, de llegar a ser cierta, reformularía la historia pues nos hablaría de una civilización sumamente antigua pero enormemente avanzada que fue capaz de levantar esas obras monumentales hace más de 12 mil años. Una civilización prodigiosa que luego fue borrada del mapa –hasta hoy– por un cataclismo universal.

   -          La construcción de una enorme pirámide contemporánea, a cargo del ejército de los Estados Unidos, en la muy secreta y bien custodiada Área 51. Un proyecto que, se supone, estaría vinculado con las comunicaciones con extraterrestres y con las transmisiones de energías aún más poderosas que la atómica provenientes del espacio exterior.

   -          Las imágenes en video casero, con cámara subacuática, de un español radicado en Australia que avistó dos veces a una sirena en las inmediaciones de la Gran Barrera de Coral.

     -          El descubrimiento  por parte de antropólogos en la India de los huesos titánicos de unos gigantes. Unos esqueletos similares a los humanos pero de casi 7 veces su tamaño.

      -          La captura de un pequeño y aterrorizado alienígena (uno de los “grises”) a manos de los organismos de seguridad brasileños. Una cosa espantosa y conmovedora donde el extraterrestre intenta comunicarse mientras es interrogado y vilipendiado por un par de gorilas que lo mantienen cautivo. Algo que, inevitablemente, hace pensar en las similitudes entre el malandraje criollo y su primo casi idéntico pero en portugués.

-          La supuesta presencia de un extraterrestre con rasgos humanoides y reptilianos entre los miembros del equipo de seguridad del presidente Barack Obama. Sí, como lo oyen, un hombre-reptil pero vestido con flux y corbata.

     -          La reciente captura de otro alienígena –una variante de los “grises” pero más alta, fuerte y de rasgos más duros– por parte del ejército mexicano. Sujeto que más tarde sería enviado a los Estados Unidos donde permanece cautivo y bajo estudios. Este “alienígena real” muestra, a diferencia del aterrorizado extraterrestre brasileño, algo que en los humanos podría perfectamente denominarse como actitud. Porque ese pana no tiene miedo ni siente vergüenza; muy al contrario, transmite algo que se parece un montón al respeto o a la intimidación.

     -          Y, finalmente, la desalentadora noticia de que el Curiosity ha recorrido tan solo un kilómetro desde que llegó a Marte en agosto de 2012. Un kilómetro, panitas, lo que equivale a un promedio de 2,5 metros diarios en casi un año de periplo marciano. Hace pocos días el Curiosity finalmente se puso en marcha hacia el Monte Sharp, a 10 km de distancia de donde se halla actualmente. La expedición hasta su destino le llevará no menos de 9 meses y tendrá que sortear en el trayecto las gigantescas dunas de Marte, cosa que tendrá que hacer con sumo cuidado porque un simple movimiento en falso lo podría dejar sepultado bajo las arenas marcianas. Guardemos aquí un respetuoso minuto de silencio y confiemos al Curiosity a la providencia, y que los astros lo iluminen.

Y muchos se preguntarán –me lo pregunto yo– qué se hace con todo esto. Lo verán seguramente como un conjunto de delirios productos de la pérdida de tiempo y de la procrastinación. Y no les quito la razón; pero en mi defensa diría que creo también firmemente en las sincronías junguianas (quizá más que en los extraterrestres).  Por algo me han llegado todas estas cosas, alguna señal me está dando la vida para que me asome con renovados bríos en todo este universo de irrupciones de lo fantástico en la cotidianidad. Como si el destino me pidiera que hiciera algo con todo esto. Por ahora, simplemente, cumplo con vaciarlo sucintamente en este blog. Quién sabe si más adelante esto se transforme en un proyecto de mayor envergadura. En otro momento de la existencia hubiera pensado que se trataba de indicios que me empujarían a buscar lo que no se me ha perdido: muévete, encuéntralos, ofrécete para una abducción, diles que claro que sí y que si puedes ir en el puesto de adelante. Hoy día, estoy seguro, mi respuesta ante un escenario relacionado con extraterrestres sería la misma que le di a aquel sujeto que me preguntó en la playa de Barceloneta si me podía oler los pies: “No, gracias, no estoy interesado”.

Será, quizá, que todo esto me sirve de excusa para contarles una anécdota tragicómica. Porque el hecho es que cuando estaba de cabeza inmerso en todas estas averiguaciones, viendo compulsivamente materiales sobre alienígenas, gigantes, pirámides, dunas letales, sirenas y proyectos secretos que los militares no pueden (no quieren) compartir con la gente de a pie... me pegué uno de los sustos más grandes de mi vida. Estaba sentando en mi escritorio frente a mi computadora y junto a una ventana que da a la calle, me encontraba sumido en ese universo de cosas raras compartida por gente más rara aún cuando en eso sonó un estruendo: aulló a todo volumen una sirena seguida por una voz robótica disparada desde un altavoz: “muévase inmediatamente o se ganará una infracción”. Era una patrulla de policía que asustaba a un pobre diablo que se había estacionado mal. Pero yo juraba que me lo decía a mí y además no tenía idea de dónde venía tal estruendo.

Fue un susto interno. No grité. No me moví. Sufrí una suerte de estallido de hongo atómico atrapado entre el estómago y las sienes. Si no morí de un infarto es porque definitivamente mi corazón está aún mejor de lo que hubiera esperado. Pasé el susto –la cagazón, para decirlo en venezolano, porque uno se arrecha y se caga en su propio idioma– sin emitir sonido ni pestañear. Apagué la computadora, me aplaqué los pelos erizados sobre la piel de gallina y me cagué de risa.

miércoles, 3 de julio de 2013

Instantáneas caraqueñas


-Jodidos pero contentos es quizá la frase que mejor resuma la idiosincrasia y el modus vivendi de los caraqueños. Siempre fue una paradoja más feliz que lastimera, siempre estuvo allí presente y fue profundamente significativa, pero hoy día parece haberse consolidado y consumado como la concreción en la realidad de una programación neurolingüística a la que nos sometimos durante décadas. Finalmente lo logramos, estamos redomadamente jodidos pero nos las ingeniamos para estar lo más contentos que se pueda.

-Pareciera que la ciudad y sus habitantes se han tranzado irremediablemente por una estrategia de supervivencia que está signada por una normalidad anormal. La esfera íntima procura estar “bien” mientras el mundo de la esfera pública se desmorona a trocitos allá afuera. La vida sigue aunque las cosas cuestan el triple (cuando se consiguen). La escasez no es cuento, tampoco la peladera, mucho menos la delincuencia desatada y el vértigo por la amenaza del “vamos mal y estaremos peor” es omnipresente; y sin embargo, la gente se casa, los niños se bautizan, los acontecimientos sociales merecen su fiestecita aunque cueste mucho, y esta noche hay un evento no sé dónde y el fin de semana largo nos vamos pa’ la playa, y todos aquí tenemos un contacto que nos avisa dónde se consigue el papel toilette o la harina pan y ahí vamos echándole bolas porque tú sabes cómo es la vaina y pa’ lante es pa’ llá.

-Las cosas cambian, está pasando de todo y al mismo tiempo no termina de pasar nada. La vida es una corredera, un frenesí desquiciado que no lleva a ningún lado. Pero es lo que hay y así hay que entromparlo.

-La gente tiene dos trabajos o tres. A veces cinco. O diez. Los que se desloman trabajando logran sobrevivir a duras penas mientras que los que no trabajan nada pero están bien conectados (tienen contactos, están enchufados) viven escandalosamente bien. Esos impresentables se la están pasando obscenamente pipa.

-La familia y los amigos siguen siendo los mismos interlocutores brillantes, generosos, lúcidos y divertidos de siempre. He sentido en ellos incertidumbre, he notado la sombra del desencanto o la indignación, pero amargura –lo puedo jurar- jamás. En ningún momento. Hay una suerte de energía vital y de humor batallador que sigue siendo en ellos indoblegable y todavía más fuerte que ese desastre del “todo lo demás”.

-Han surgido en pocos años nuevas tribus urbanas. El impacto del manga japonés se evidencia en algunos jóvenes que se diseñan sus propias ropas, se maquillan y se cortan el pelo entre ellos mismos para parecerse a sus personajes predilectos del cómic y el anime japonés. Y en Centro Plaza descubrí ayer un extraño híbrido al que sólo puedo denominar como estilo hip-hop-gay. Incluso, hay un conjunto de peluquerías especializadas en cultivar ese look urbano de barrios negros gringos pero tropicalizado y con toques de glamur afectado.

-Prácticamente todos los lugares que ya no existen han sido sustituidos por los adefesios de la Misión Vivienda, por los edificios públicos forrados de propaganda que hace honor a las estéticas cubana o norcoreana y por restaurantes de Sushi. En Caracas hoy hay más Sushi Bars que areperas. Y además están atestados de clientes que se gasta un dineral en arroz blanco y pescado crudo regados en salsa de soya.

-A veces da la impresión de que en esta ciudad hay más funcionarios que gente.

-El Ávila está radiante. Montaña hermosa, voluptuosa, bella como siempre y como nunca a la vez; empeñada en hacer gala de su gama infinita de verdes que van mutando a lo largo del día. El Ávila que es como una diosa acostada de medio lado. Nuestra maja vestida pero de vegetación. El Ávila que es Caracas y al mismo tiempo es algo tan grande, tan elevado y glorioso que no se merece semejante desmadre a sus pies.


-Caracas, como suele ocurrir con las mujeres guapas y peligrosas, tiene buen lejos. Un lejos inmejorable. Debe ser de las ciudades más hermosas del universo vista a la distancia. Tener buen lejos –con todo lo sublime y lo atroz que encierra la expresión- no sé si sea algo bueno o malo. Pero qué buen lejos que tiene Caracas y qué dura cuando uno se adentra en ella para sentirla de cerca.