Esas franelas eran blancas y decían SupleMin en letras azules. Entre el Suple y el Min había una cabeza de vaca con dos cachos largos que se arqueaban sobre las letras azules. En un equipo estaban Pedro Pablo y Eduardo, en el otro José Agustín y yo. A mí no me tocó franela porque me quedaba demasiado grande, era casi como andar en falda, y tampoco tocaba la pelota porque era muy pequeño y los balonazos me derribaban o me mordían, pero me bastaba con escuchar el eco de los rebotes encerrado y multiplicado entre aquellas paredes del galpón, con ese sonido placentero me daba por servido.
Afuera las muchachas se bañaban en la piscina, gritaban y se reían. Hacían un ruido incontrolable como de loras carcajeándose que sacaba de quicio a papá: “Dejen la grisapa, chica”, gritaba cada media hora. Y nosotros todavía decimos “grisapa”, aunque grisapa no aparece en ningún diccionario y tampoco nadie más la dice ni sabe lo que quiere decir. Por momentos me daban ganas de dejar el fútbol e ir con ellas a unirme a la grisapa, pero todavía estaba bravo con Amanda, y ella conmigo. No debí hacerlo, lo sé, pero es que me tenía harto y me dieron ganas de golpearla y tenía el martillo en la mano. Sangró un poco, gritó mucho, salió corriendo directo a acusarme con Tita, y Tita le respondió: “¿Te metió José Santos un martillazo en la cabeza? ¡Pues bien hecho, carajo, así lo tendrías!”.
Esa misma mañana temprano se había lanzado a la piscina un cangrejo de río y a todos nos dio asco. El asco y el miedo se parecen un montón, pero a veces llamarlo asco es más elegante y lo deja a uno mejor parado. Nadie se bañó por asco al cangrejo. Nadie, hasta después del desayuno, entonces estaba todo tan caliente y hacía tanto sol y las cosas respiraban ese vapor hirviente, todo lo respiraba menos la piscina que era lo único fresco en kilómetros a la redonda. Así que para las 10 ya nadie le tenía más asco al cangrejo. Otro día se había bañado allí también una iguana, era enorme, con cresta a púas, tenía aros negros en la cola y el que trabajaba en la casa nos dijo que mejor dejarla tranquila porque te daba unos latigazos con esa cola que no se te curan nunca. A la iguana no le teníamos asco, le teníamos miedo.
Cerca del borde de la piscina crecían árboles de tapara cuyos frutos verdes están seguro entre los verdes más bonitos y amables de toda escala cromática jamás. En la cocina, a mil grados centígrados y con la emoción de estarse jugando la final de un mundial, mi tío cocinaba sin mezquindades el almuerzo: ollas mondongueras rebosantes de pasta, pasta como para alimentar al barrio entero, tomaba impulso y le daba toques secretos a su receta personal de salsa con hongos, decenas de alcachofas, kilos de carne molida. Papá hablaba en la sala y la gente lo escuchaba, reían, se quedaban abismados aunque el cuento lo hubiera echado ya mil veces, papá siempre daba un giro de tuerca, metía un color que antes no estaba, acompañaba al personaje con un tic ensayado a solas quién sabe cuándo. La misma historia pero distinta. Lo que no cambiaba nunca era la mirada de mamá. Lo seguía viendo y escuchando con la misma fascinación de aquella época antes de todos, la época de esos mitos familiares en que él le dejaba notas de amor y poemas dobladitos sobre el escritorio. Hasta que mamá cayó, le agradeció el gesto y gracias a eso yo puedo echarles este cuento.
Muchos años después supe en clases de Teoría de la Comunicación de un tal Ferdinand de Saussure, a quien recuerdo mucho peor que todo lo demás (gracias a Dios). Saussure decía, en resumidas cuentas, que cuando uno escucha la palabra perro se le forma una imagen mental de ese perro. Y el perro mío no es exactamente el mismo que el tuyo, ni el de ella, ni el de aquél señor. Todos más o menos imaginan un perro que es su propio perro particular (si usted al visualizar el concepto perro se le arma un gato, usted tiene una idea muy singular de lo que es un perro o usted no tiene la somera idea de lo que un perro es). Y si algún día le haces la prueba a alguien de cómo es ese perro te describirá un afgano, el de más allá un boxer, ella un pequinés, el otro un labrador. Para mí el perro es callejero, marrón y está pintado sobre hoja blanca con trazo infantil. Mi perro me da un poco de vergüenza, es el perro de alguien que nunca maduró. Me consuela pensar que eso lo hace más mío. La palabra pipa no viene sola, viene acompañada de la boca que la fuma y sobre esa boca hay un bigote. La palabra cigarro también viene en la misma boca pero con el plano más abierto, es un cigarro prendido y quien se lo fuma se lo está gozando. Sí, en “cigarro” se le ve la cara al fumador. Y la palabra tío, la que a mí se me pinta en la mente cada vez que alguien me dice “yo tengo un tío”, es el mismo bigotudo fumador que prepara salsa para pasta. Es curioso esto de cómo funciona la mente, porque en lo más hondo el tío con el que más afinidad he tenido, sin decírselo jamás, es otro, mi tío Pedro.
Curioso también es que para mí la palabra charlatán siempre se me dibujaba con una Ch inmensa plateada sobre fondo brillante blanco. Pero como a los 25 conocí a un jefe que me modificó el concepto. Ahora cuando alguien dice que fulano es un charlatán yo pienso en ese jefe y en el fondo de mi cerebro se dispara inevitablemente un susurro “¡el coño de su madre, ese carajo!”.
Ah, para cerrar capítulo, he de agregar que la palabra “anfitrión” también tiene la misma cara de fumador bigotudo. Cuando se trata del femenino “anfitriona” -o de esa peculiar palabra que uno casi ni usa que se pronuncia “espléndida”- se me viene inmediatamente a la cabeza la imagen de la esposa del bigotón, mi tía Matilde, a quien papá alguna vez bautizó como Mapanare (la serpiente más venenosa del llano venezolano). Por culpa de papá a mi cada vez que me nombran una mapanare no veo una culebra, me da risa y también un fogonazo de nostalgia. Quién diría que “mapanare”, “anfitriona” y “espléndida” resultan palabras tan parecidas. Al final siempre es ella, sonriente, con las manos entrelazadas sobre el regazo, fumándose pasivamente los cigarrillos que no probó jamás.
Sigue rebotando sin que yo ose tocarla la pelota en el galpón de SupleMin, la fábrica que no resultó, el negocio que no fue, y sin embargo el tío no pierde la sonrisa. “Qué importa, si igual nos quedan las franelas y el espacio para que jueguen los niños”, qué maravilla poder ver los tropiezos con ese ánimo. Las muchachas gritan afuera en su peculiar grisapa que tantas ganas dan de dejarlo todo y unírseles. La iguana toma sol cerca de la piscina, el cangrejo ya ni porta, las taparas son más verdes que jamás. Papá sigue conversando y la gente lo escucha como si el mundo se hubiera borrado y lo único que existe en este instante es ese cuentote imposible sazonado con el olor de la salsa para la pasta. Hace hambre.
Hace unos días murió José Agustín Catalá, mi tío Catire. Sí, claro, el mismo bigotudo que siempre estuvo de fondo en todos y cada uno de los cuadros absurdos que esbocé. Una especie de supérheroe silencioso, risueño y fumador al que bautizaremos en secreto SupleMin. Me deja su muerte un sentimiento extraño que no sentía desde hace quince años cuando murió mi viejo, esa particular convicción de que un pedazo de universo importantísimo ya no puede ser nombrado ni concebido. O quizás sí -con el tiempo se podrá, me imagino- pero ahora sin él, curiosamente, todo ese trozo de mundo comenzará a ser, de a ahora en adelante, a la vez igual pero distinto.
Afuera las muchachas se bañaban en la piscina, gritaban y se reían. Hacían un ruido incontrolable como de loras carcajeándose que sacaba de quicio a papá: “Dejen la grisapa, chica”, gritaba cada media hora. Y nosotros todavía decimos “grisapa”, aunque grisapa no aparece en ningún diccionario y tampoco nadie más la dice ni sabe lo que quiere decir. Por momentos me daban ganas de dejar el fútbol e ir con ellas a unirme a la grisapa, pero todavía estaba bravo con Amanda, y ella conmigo. No debí hacerlo, lo sé, pero es que me tenía harto y me dieron ganas de golpearla y tenía el martillo en la mano. Sangró un poco, gritó mucho, salió corriendo directo a acusarme con Tita, y Tita le respondió: “¿Te metió José Santos un martillazo en la cabeza? ¡Pues bien hecho, carajo, así lo tendrías!”.
Esa misma mañana temprano se había lanzado a la piscina un cangrejo de río y a todos nos dio asco. El asco y el miedo se parecen un montón, pero a veces llamarlo asco es más elegante y lo deja a uno mejor parado. Nadie se bañó por asco al cangrejo. Nadie, hasta después del desayuno, entonces estaba todo tan caliente y hacía tanto sol y las cosas respiraban ese vapor hirviente, todo lo respiraba menos la piscina que era lo único fresco en kilómetros a la redonda. Así que para las 10 ya nadie le tenía más asco al cangrejo. Otro día se había bañado allí también una iguana, era enorme, con cresta a púas, tenía aros negros en la cola y el que trabajaba en la casa nos dijo que mejor dejarla tranquila porque te daba unos latigazos con esa cola que no se te curan nunca. A la iguana no le teníamos asco, le teníamos miedo.
Cerca del borde de la piscina crecían árboles de tapara cuyos frutos verdes están seguro entre los verdes más bonitos y amables de toda escala cromática jamás. En la cocina, a mil grados centígrados y con la emoción de estarse jugando la final de un mundial, mi tío cocinaba sin mezquindades el almuerzo: ollas mondongueras rebosantes de pasta, pasta como para alimentar al barrio entero, tomaba impulso y le daba toques secretos a su receta personal de salsa con hongos, decenas de alcachofas, kilos de carne molida. Papá hablaba en la sala y la gente lo escuchaba, reían, se quedaban abismados aunque el cuento lo hubiera echado ya mil veces, papá siempre daba un giro de tuerca, metía un color que antes no estaba, acompañaba al personaje con un tic ensayado a solas quién sabe cuándo. La misma historia pero distinta. Lo que no cambiaba nunca era la mirada de mamá. Lo seguía viendo y escuchando con la misma fascinación de aquella época antes de todos, la época de esos mitos familiares en que él le dejaba notas de amor y poemas dobladitos sobre el escritorio. Hasta que mamá cayó, le agradeció el gesto y gracias a eso yo puedo echarles este cuento.
Muchos años después supe en clases de Teoría de la Comunicación de un tal Ferdinand de Saussure, a quien recuerdo mucho peor que todo lo demás (gracias a Dios). Saussure decía, en resumidas cuentas, que cuando uno escucha la palabra perro se le forma una imagen mental de ese perro. Y el perro mío no es exactamente el mismo que el tuyo, ni el de ella, ni el de aquél señor. Todos más o menos imaginan un perro que es su propio perro particular (si usted al visualizar el concepto perro se le arma un gato, usted tiene una idea muy singular de lo que es un perro o usted no tiene la somera idea de lo que un perro es). Y si algún día le haces la prueba a alguien de cómo es ese perro te describirá un afgano, el de más allá un boxer, ella un pequinés, el otro un labrador. Para mí el perro es callejero, marrón y está pintado sobre hoja blanca con trazo infantil. Mi perro me da un poco de vergüenza, es el perro de alguien que nunca maduró. Me consuela pensar que eso lo hace más mío. La palabra pipa no viene sola, viene acompañada de la boca que la fuma y sobre esa boca hay un bigote. La palabra cigarro también viene en la misma boca pero con el plano más abierto, es un cigarro prendido y quien se lo fuma se lo está gozando. Sí, en “cigarro” se le ve la cara al fumador. Y la palabra tío, la que a mí se me pinta en la mente cada vez que alguien me dice “yo tengo un tío”, es el mismo bigotudo fumador que prepara salsa para pasta. Es curioso esto de cómo funciona la mente, porque en lo más hondo el tío con el que más afinidad he tenido, sin decírselo jamás, es otro, mi tío Pedro.
Curioso también es que para mí la palabra charlatán siempre se me dibujaba con una Ch inmensa plateada sobre fondo brillante blanco. Pero como a los 25 conocí a un jefe que me modificó el concepto. Ahora cuando alguien dice que fulano es un charlatán yo pienso en ese jefe y en el fondo de mi cerebro se dispara inevitablemente un susurro “¡el coño de su madre, ese carajo!”.
Ah, para cerrar capítulo, he de agregar que la palabra “anfitrión” también tiene la misma cara de fumador bigotudo. Cuando se trata del femenino “anfitriona” -o de esa peculiar palabra que uno casi ni usa que se pronuncia “espléndida”- se me viene inmediatamente a la cabeza la imagen de la esposa del bigotón, mi tía Matilde, a quien papá alguna vez bautizó como Mapanare (la serpiente más venenosa del llano venezolano). Por culpa de papá a mi cada vez que me nombran una mapanare no veo una culebra, me da risa y también un fogonazo de nostalgia. Quién diría que “mapanare”, “anfitriona” y “espléndida” resultan palabras tan parecidas. Al final siempre es ella, sonriente, con las manos entrelazadas sobre el regazo, fumándose pasivamente los cigarrillos que no probó jamás.
Sigue rebotando sin que yo ose tocarla la pelota en el galpón de SupleMin, la fábrica que no resultó, el negocio que no fue, y sin embargo el tío no pierde la sonrisa. “Qué importa, si igual nos quedan las franelas y el espacio para que jueguen los niños”, qué maravilla poder ver los tropiezos con ese ánimo. Las muchachas gritan afuera en su peculiar grisapa que tantas ganas dan de dejarlo todo y unírseles. La iguana toma sol cerca de la piscina, el cangrejo ya ni porta, las taparas son más verdes que jamás. Papá sigue conversando y la gente lo escucha como si el mundo se hubiera borrado y lo único que existe en este instante es ese cuentote imposible sazonado con el olor de la salsa para la pasta. Hace hambre.
Hace unos días murió José Agustín Catalá, mi tío Catire. Sí, claro, el mismo bigotudo que siempre estuvo de fondo en todos y cada uno de los cuadros absurdos que esbocé. Una especie de supérheroe silencioso, risueño y fumador al que bautizaremos en secreto SupleMin. Me deja su muerte un sentimiento extraño que no sentía desde hace quince años cuando murió mi viejo, esa particular convicción de que un pedazo de universo importantísimo ya no puede ser nombrado ni concebido. O quizás sí -con el tiempo se podrá, me imagino- pero ahora sin él, curiosamente, todo ese trozo de mundo comenzará a ser, de a ahora en adelante, a la vez igual pero distinto.
Igual que a ti me embarga ese sentimiento extraño que no sentía desde hace quince años... crecí con la convicción de que si faltaba mi papá tenía a mi tío Catire y así fue. Lo recuerdo a mi lado con su ánimo imperturbable en los momentos más alegres y los difíciles de mi vida.
ResponderBorrarGracias a la Popi llegué a tiempo para despedirme, le toqué la cabeza y en silencio le pedí la bendición. Minutos antes de que descansara salí para mi casa con la imágen de la "mapanare, espléndida, anfitriona" a su lado, esta vez no tenía las manos entrelazadas en su regazo, sino sobre el pecho de aquel maravilloso hombre que la había acompañado por un poco más de cincuenta años. Desde ese momento no he dejado de recordar La California, Los Geranios y Los Mangos con la imágen de ese bigote tras la pipa o el cigarro...
Bello recuerdo, en verdad ese tío Catire era especial, en bondad, alegría y generosidad. Utilizó su carrera brillante de abogado, como un pretexto para servir y hacer el bien a familiares y extraños, sin distinción.
ResponderBorrarMe emociona enormemente tu relato familiar.¡ Felicitaciones!
Lo siento mucho,Jose. Mi más sentido pésame a ti y toda tu familia.
ResponderBorrarJose: Que memoria la tuya para recordar tantos hechos vividos... Ese tío Catire era en verdad un modelo de bondad, un verdadero tío, que nos unía y congregaba, utilizando sólo la fuerza de su gran afecto y cariño familiar. Es genial como vas uniendo las palabras, sus significados con la historia de los Urriola y de los Catalá. Casi una sola historia ,pues.....M.U.
ResponderBorrarJose: Que memoria! La descripción de los Mangos fue impecable; había cosas que no me acordaba y cuando las nombras me vienen otras en serie. No me acordaba de las franelas de Suplemin, por ejemplo, pero luego las taparas, el cangrejo. Muy bueno.
ResponderBorrarCuando murió mi tío José, uno de los sentimientos que tuve fue como de una pequeña traición, que la única persona que tendría la compostura y las palabras para consolarnos en los casos difíciles se nos había ido primero. Con mi tío Catire, su enfermedad nos había preparado un poco, pero es difícil no tener un recuerdo de nuestra vida sin la bondad, el cariño y afecto del tío Catire y de los Catalá/Urriola en general.
A veces tienes una manera especial - muy bonita- de ver y contar las cosas por tristes que éstas sean.
ResponderBorrarQue estés bien y que todo vaya bien
y si a veces no van, que al menos tú sigas viéndolo y contándolo de este mismo modo.
Besos
No tuve la fortuna de conocer al Tío Catire.
ResponderBorrarNo he tenido el sentimiento de pérdida de un cercano afecto.
Siento la tristeza de la partida larga de este hombre que, según mi gorda, tengo algo de él : la bullaranga de sobrinos acompañándome, la tormenta infantil en una camioneta, la formación de intangibles recuerdos –quizá los que más perduran- a lo largo de interminables horas compartidas.
Vivió un gran hombre y murió un gran Padre, Esposo, Suegro, Hermano y Cuñado, Abuelo y Catire Tío . . .
Su vida las disfrutaron todos
Ustedes y su infinito recuerdo lo tendrán siempre cada uno de quienes lo conocieron.
A aquellos que como yo sólo han escuchado de su existencia cercana y vívida, colorida y alegre, solidaria y afectiva, nos queda imaginárnoslo como lo vivieron ustedes.
Se fue él y queda con sus hijos, sobrinos, esposa, nietos y amigos mi profundo pésame . . .
Gracias a Dios por tío Catire... y a ti Jose por este regalo que,en homenaje a él, nos has dado a los Urriola. Popi
ResponderBorrarJose, me resulta muy difícil expresar lo que tu escrito representa para mí. Te agradezco mucho tus palabras y el arrancarnos sonrisas en momentos tan tristes. Papá repetía y así lo dejó escrito: "Yo construí mi propio templo, mi hogar" y en ese hogar caluroso, amplio, generoso cupimos todos, esposa, hijos, tíos, hermanos, primos y amigos. Nos dejó con la gran satisfacción de una familia unida y solidaria, la que en todo momento estuvo a su lado demostrándole su afecto. Gracias...
ResponderBorrarAmanda T.
un texto entreverado con el alma...
ResponderBorrarun regreso a la infancia para cualquiera que ha corrido bajo el sol...
sentido pesame broder
lo mejor para ti y tu familia
un abrazo
Joaquin
Viajó al cielo un "Gran Señor" que fue tan especial con todos. De El guardo hermosos recuerdos,los primeros, cuando recibía clases de mi amada hermana en la California, y El,cariñoso,buenmozo, junto a Matilde siempre. Repleto de amor hacia todos y siempre dispuesto ayudar en lo que necesitáramos y asi fue hasta el final.
ResponderBorrarAhora que está tan cerca de Dios, aun, le pido que "me haga la segunda" con el Señor, para que meta la mano en lo que El sabe, tanto necesito
Mis condolencias a su padre Matilde, hijos, sobrinos y nietos
Que bello Jose!! ese que pintas ahì, fue sin duda mi papà, y que manera tan linda, amena y gràfica de recrearlo. Afortunados fuimos todos los que pudimos tenerlo y disfrutarlo tan cerquita y descubrir que aunque parezca difìcil, es posible conseguir tantas virtudes reunidas en una sola persona. Nos deja su ejemplo de una vida sencilla, generosa, honesta, marcada por la solidaridad y vocaciòn de servicio, con un corazòn sin lìmites que acogiò a montones de personas conocidas y desconocidas que hoy sienten su partida. Han sido muchos los testimonios de personas de todo tipo y condiciòn que se acercaron a expresarle su cariño y agradecimiento durante su enfermedad y muerte, que nos permiten saber que sus buenas obras fueron mucho màs de las que conocìamos, porque lo caracterizò la prudencia y humildad, eso de "hacer bien sin mirar a quien", sin buscar reconocimientos de ninguna naturaleza.
ResponderBorrarSe nos fue la persona incondicional, el papà protector,el "abu" consentidor, el tìo Catire de los espaguetis, las sopas especiales, la cachucha màgica llena de chucherìas, la "merienducha", el que ante los problemas grandes o pequeños siempre decìa "no te preocupes, eso lo vamos a resolver...", representando para todos esa fuente de seguridad y protecciòn bajo la cual sentìamos que nada malo nos podìa pasar.
Sabemos que se presentò ante Dios con un gran repertorio de obras buenas que seguramente le haràn merecedor de un lugar privilegiado en el cielo, porque mi papà, màs que abogado fue un "constructor de paz" en todas las dimensiones de su vida.
Su amor nos abrigarà siempre...
Anita
Para Amanda T y Anita: Ahora son Uds las que me emocionan con sus comentarios en este blog de Jose. Aflora el sincero sentimiento de gratitud y admiración hacia un padre modelo. Ojalá dejáramos esa estela de recuerdos en nuestros hijos. Es de imitar. Lástima que imitar al papá y tío Catire es como para mi, imitar a mi santa preferida : Teresa de Calcuta: ¡Imposible!
ResponderBorrarQue Ël nos bendiga y siga protegiendo, asi se lo pido en mis humildes oraciones
Les quiere mucho y les admira también, bien dice el dicho " de tal palo tal astilla." Y esta astilla, trae incrustados pedacitos de oro y piedras preciosas.
La bondad y generosidad está en los genes o en el ADN que sembró el Catire Catalá en su prole. Gracias a Dios, tendremos pues..."Catire" para rato. Besos, tia Margot.
José,
ResponderBorrarel retrato-homenaje-recuerdo que haces de él me deja una sonrisa.
Recibe un abrazo,
Lena
claro que hay definicion, y mi mamam me decia lo mismo
ResponderBorrarhttp://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=grisapa