Como ya todos saben los venezolanos nos
sometimos a elecciones una vez más el pasado domingo 14 de abril. Vamos a
dejarnos de cuentos con esa cursilería de la “fiesta democrática” y “la jornada
cívica ejemplar”, los procesos electorales en Venezuela son un padecimiento,
una cosa a la que nos sometemos debidamente apertrechados de un coctel donde nos
la ingeniamos para mezclar el sufrimiento y la esperanza. No nos queda otra:
votamos aunque sabemos que el organismo electoral, ese supuesto árbitro
neutral, no es otra cosa que un Ministerio de Elecciones que está
descaradamente al servicio de quienes ostentan el poder. Votamos porque la
inmensa mayoría de los venezolanos no sabemos ni queremos saber de balas,
bombas Molotov, conspiraciones ni golpes de estado. Somos un pueblo de una
resiliencia pasmosa: nos sobreponemos a los traumas con una tenacidad insólita,
nos caemos y nos volvemos a levantar, nos resquebrajan y nos rearmamos, nos
fragmentan y nos reagrupamos; parafraseando al Dinosaurio de Monterroso: “y
cuando nos despertamos, la esperanza todavía sigue allí”. Y ahí vamos otra vez.
Algunos fuimos a votar ese día con la triste
convicción de que sería en vano, entregados a encarar una causa perdida; pero no por
sentirnos minoría sino porque sabíamos que con ese árbitro vendido y con toda
la maquinaria del estado puesta al servicio del candidato Maduro sería titánica
la tarea de remontar la empinadísima cuesta. Sin embargo, había que ponerse de
nuevo el traje de Sísifos, asumir con toda dignidad la más absurda y estéril de las tareas,
arrastrar una pesada roca hasta la cumbre de la montaña para luego verla despeñarse
apenas coronada la cima. Además, nuestro candidato Henrique Capriles Radonski
lo merecía, literalmente se había dejado el pellejo -tal como lo prometió-
durante una campaña infinitamente desequilibrada e injusta. Me tomaré la
libertad de hablar por quienes votamos por su causa: jamás nos habíamos sentido
tan identificados ni tan bien representados por líder político alguno. Nos
tocaba pagarle la nobleza con idéntica nobleza, nos tocaba dejar el pellejo ahora
a nosotros votando y custodiando esos votos.
Centenares de irregularidades se presentaron
en esa jornada electoral: testigos de la Mesa de la Unidad (MUD) que fueron
impedidos de cumplir con su trabajo a punta de pistola, decenas de máquinas de
votación (sí, tenemos uno de los sistemas electorales automatizados más
modernos y también menos fiables del mundo) que no funcionaron o que
funcionaron sospechosamente mal, centros de votación donde “votaron” centenares
de electores que no estaban inscritos allí, todo ello sumado al amedrentamiento
grosero por parte de grupos violentos adeptos al gobierno que con sus motos, sus
armas y sus consignas embestían contra los ciudadanos que querían votar. Y sin
embargo, a pesar del ventajismo y el desmadre (hechos ante los cuales el
organismo electoral aplicaba su característica ceguera selectiva), soplaban
vientos favorables para Henrique Capriles. Sería, seguramente, una victoria por
un margen estrecho, lo que implicaría el lógico y justo recuento voto por voto
del 100% de las papeletas depositadas en las urnas electorales.
El Consejo Nacional Electoral, sumiso ante
las directrices del partido de gobierno, decidió dar a altas horas de la noche
un boletín oficial “con tendencia irreversible” donde daban ganador al candidato
oficialista Nicolás Maduro por escasos 230 mil votos. Ni siquiera se habían
tomado en cuenta los votos de venezolanos en el exterior, lo que haría aún más
estrecha la supuesta diferencia a favor de Maduro. El comando de campaña de
Henrique Capriles manejaba (las sigue manejando) otras cifras, cifras que le
daban el triunfo al candidato de la MUD. Insistimos: la lógica en democracia
indica que lo justo, lo conveniente, lo pertinente en estos casos –tanto para
una opción como para la otra- era garantizar una auditoría donde se
contrastaran las boletas con las actas y con los cuadernos que sirven de
respaldo al proceso electoral. Eso daría tranquilidad a la opción ganadora y
calmaría a aquella que no había logrado la victoria. Llevar a cabo con absoluta
transparencia ese proceso de auditoría del 100% de los votos es la única opción
para que un candidato ganador tenga absoluta legitimidad y para que pueda
comenzar a ejercer sus funciones sin plomo en el ala. Maduro, en la primera oportunidad
que tuvo para dirigirse a la nación, ahora como “Presidente Electo” (y por
favor hágase hincapié en las comillas) declaró que estaba a favor de esa
auditoría, que exhortaba al CNE a ejecutarla a la brevedad; pero a las pocas
horas reculó, salió corriendo a pedir consejo (ya sabemos que a Maduro lo “aconsejan”
desde Cuba), luego procedió a desmentirse, se apresuró en ser proclamado en
menos de 24 horas y en medio de un acto deplorable donde la oradora de orden
fue la mismísima Tibisay Lucena, Presidenta del Consejo Nacional Electoral (La
Ministro de Elecciones del régimen, llamemos a las cosas por su nombre). Y en ese momento empezó a cocinarse un
platillo infesto impregnado de la pestilencia del fraude: se cerrarían las
opciones para el recuento de votos, quienes exigían el cumplimiento de ese
derecho eran ahora “fascistas”, “golpistas”, “enemigos de la democracia” y
enemigos de esa entelequia que nadie sabe con qué se come que ellos llaman “el
pueblo” (por lo visto los 7 millones y tantos que votamos por Capriles, al
menos la mitad del país y sumando, somos seres supraterrenales o bien una
subespecie que no pertenece al pueblo venezolano). Se dio entonces rienda
suelta a la persecución, a la ofensa, los primeros días de (des)gobierno de
Maduro han estado signados por la protesta de sus opositores que no lo
consideran legítimo hasta que no se haga de nuevo el conteo; pero sobre todo han
estado caracterizados por la torpeza, el nerviosismo, el embrutecimiento y la
radicalización del régimen, cosa que hace vaticinar los peores y más
lamentables escenarios para el país.
Pienso, así lo he conversado con mi esposa durante
estos días, que realmente lo que está en juego ya ni siquiera es la posibilidad
de que Henrique Capriles sea reconocido como Presidente de Venezuela, sino lo
que se está intentando ahora mismo es de desmontar algo inclusive más grande: el
tinglado de una dictadura que se ha sabido valer (quién sabe desde cuándo) de
una fachada de democracia e institucionalidad. El gobierno no hace otra cosa,
con su necia negativa a la auditoría y con sus continuos atropellos a los
ciudadanos que la exigen con toda legalidad, que evidenciar que tiene plomo en
el ala. Y algo aún más grave para ellos: que el legado del “gigante Chávez”
tiene pies de barro. La conducta lamentable del CNE siembra demasiadas suspicacias,
¿cómo no pensar que eso que están haciendo hoy no lo han estado haciendo
durante años? ¿Cómo quieren que pensemos que la “limpieza” y la “transparencia”
que ha caracterizado a este proceso electoral no han manchado a los anteriores
que también han estado en manos de este mismo CNE? ¿A qué le temen si se
sienten tan confiados en haber ganado ampliamente y en buena ley la contienda? Han
tenido la oportunidad de hacer las cosas bien pero una vez más han elegido
hacerlas mal, de la manera más turbia, la que más se presta al "aquí hay gato encerrado". Tibisay Lucena tiene mucho que explicar
y será difícil que salga bien librada de ésta. Independientemente de lo que
ocurra de ahora en adelante, hay un tufillo insoportable a fraude que arropará
al CNE y a su candidato-proclamado-a-toda-urgencia Nicolás Maduro. Hagan lo que hagan, asuman sus
responsabilidades o no, las cartas ya están echadas y no existe perfume, jabón
ni desodorante que les logre maquillar la pestilencia.
Es la hora de la calma, de la política seria
y de altura (algo que no hemos tenido en décadas), es el momento del largo
aliento. La inmediatez, la violencia y los desmanes por salir ya, en pocas
horas, de todo esto, no son de ninguna manera las cartas que tenemos que jugar.
Hay que ser muy astutos, muy inteligentes, muy sensatos; independientemente de
lo que pueda ocurrir mañana hay una ganancia que en lo absoluto es cosa menor:
tenemos un líder que se ha consagrado y que se merece un voto de confianza más.
Permitamos que haga lo que nos ha demostrado que sabe hacer con sus propios
tiempos, estrategias y buenas artes. Ya las cosas, aunque no seamos capaces de
verlo ahora mismo por lo convulsionado del panorama, se están decantando por su
propio peso. Es una jugada maestra que amerita nuestro compromiso como equipo
bien unificado y que finalmente podrá sentar las bases para una verdadera
democracia en Venezuela.
La esperanza, como en la caja de Pandora, se empeña en seguir allí.
Es la hora de la protesta en Venezuela, con el toque de las cacerolas, asi con una mano le entro con furia a la olla mientras te leo . Excelente narración de la época triste por la que pasamos,con admiración y afecto de siempre,
ResponderBorrarC. Casano.
Sé que es difícil escribir un comentario con respecto al tema, pero me gustaría decir que vivo la angustia y la distancia desde lejos. Como sabes soy chileno y he vivido cosas parecidas en el pasado y creo compartir una angustia y esperanza parecidas, y no porque sea de izquierda o de derecha, sino porque veo hasta donde ha crecido el odio y la pobreza -monetaria y de alma-. Si nosotros pudimos salir de periodos difíciles democráticamente y sin más muertos -con todos los peros- , ustedes también lo pueden logar.
ResponderBorrarUn saludo a la distancia.
Gracias C. Casano por tu lectura y por tu gentil comentario. Es un momento duro, ciertamente, pero hay esperanzas; las cosas van por buen camino aunque el trayecto esté lleno de obstáculos, al final las cosas caerán por su propio peso.
ResponderBorrarEl Púlbico: qué bueno tenerte de nuevo por aquí, amigo, un honor. Pienso que para muchos venezolanos es imposible ver la película chilena "No" de Pablo Larraín sin sentirnos profundamente identificados, pues eso es exactamente lo que deseamos: que haya una salida democrática, que se haga justicia una vez más por la vía de la paz y la lucha pacífica de los civiles en esta nueva edición de David contra Goliat. Ustedes lo lograron y para nosotros es una referencia de que sí se puede, ése es el camino y lo estamos intentando recorrer a pesar del abuso, el atropello, la intimidación.
Un abrazo grande para ambos.
Excelente compartir reflexivo, querido amigo J. Urriola. Difícil situación a la que hemos llegado por tratar de que las cosas (1992-1998) evolucionaran "rápidamente" (coalición de "intelectuales y políticos" que querían que las cosas fueran diferentes. Para ello, como siempre, se buscó un redentor (¿moralmente pudiera opinarse que una persona que intenta imponerse por la violencia, y con recursos que no le perteneces, pudiera ser tal redentor). Ahora la tónica es otra. "me voy del pais". No hemos aprendido a dialogar, a argumentar para conseguir los términos medios que nos ayuden a encontrar caminos que podamos recorrer juntos, a pesar de nuestras diferencias de perspectiva. Parece que nuestra capacidad de trabajo, de esfuerzo, de sacrificio a corto plazo para logros a largo plazo, es, prácticamente nula (¿será nuestra naturaleza tropical, acostumbrada a las condiciones naturalmente benignas que nos cobijan?). ¿Volveremos algún día a la civilidad, al trabajo y el esfuerzo continuado para construir un ámbito - pais - en el que podamos convivir según reglas comunes que nos guíen y sean el proceso de negociación y acuerdo? Este sería, por ahora, el ideal que debería orientarnos. Si antes - 1992 a 1998 - no fuimos capaces de torcer el brazo de gobiernos "democráticamente autoritarios" para lograr "acuerdos de vida y decisiones de común interés", ahora nos toca lograr torcer el brazo de un "gobierno dictatorialmente autoritario" para lograr caminos de civilidad. ¿Aprenderemos a realizar el esfuerzo, el trabajo arduo y tesonero y sacrificado que ello implica en el mediano y largo plazo?¿lograremos la concientización de la población en tal sentido? Grandes interrogantes que no se plantean desde el "me voy donde pueda progresar y llevar una vida sin dificultades ¿¡!?"
ResponderBorrarMuy bueno
ResponderBorrarCon tanto plomo en el ala ese pajarito no va a salir del hueco en el que cayó
ResponderBorrarEstimado Señor Urriola, le escribe un periodista cubano, editor de una pagina web de temas cubanos. Le estoy contactando para pedirle autorizacion para reproducir esta columna, con su debido credito. Si fuera tan amable de responderme a canciow@yahoo.com Un saludo y tda mi consideracio. Wilfredo Cancio Isla
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