A veces la música que nos atrapa se comunica
con nuestra realidad de una manera insospechada. Surge entonces una confluencia
mágica en la que la materia acústica se amolda con la cotidianidad. No, no se
trata de que escuchamos o entendemos lo que queremos, se trata de que la música
que nos gusta acaba siendo el paisaje sonoro de esa película personal a la que
llamamos vida.
Así que empezaré a hablar de música pero para
intentar hablar de lo que no soy capaz ni sé cómo hacerlo sobre lo que ocurre
en Venezuela.
Mark Kozelek, un músico de San Francisco quien
fuera el líder de una banda maravillosa –prácticamente olvidada hoy- llamada
Red House Painters, hace pocos meses lanzó su nuevo álbum Benji (2014), bajo el
nombre de su proyecto como solista Sun Kil Moon. Y resulta que el Benji es un
disco extraordinario, no sólo en el aspecto musical (una cosa que toca con los
huesos y canta con las vísceras) sino sobre todo por el concepto con el cual
construye el álbum: se trata de un documental autobiográfico hecho disco.
Cada tema del Benji corresponde a un capítulo
de la vida de Kozelek: uno dedicado a su madre, otro a las aventuras y
desventuras con un padre al que adora pero con el que nunca pudo llevarse del
todo bien, otro tema corresponde a su autobiografía sexual (las mujeres que tuve
y también a las que no pudo amar), otro a los amigos que le marcaron la vida y
así hasta llegar a una pieza llamada “Pray for Newtown” (oración por Newtown)
que es el tema que inspira estas líneas.
Pray for Newtown es el recuento de una serie
de eventos trágicos que, estuviera donde estuviera, marcaron la vida de Mark
Kozelek. Me refiero puntualmente a esos sucesos tan tristemente comunes en los
Estados Unidos donde un sujeto armado irrumpe en un bar, una escuela, una sala
de cine o un centro comercial y simplemente dispara contra los desafortunados
que en mala hora se hallaban en el lugar. De esa forma, el autor da cuenta de
cómo un amigo de la adolescencia, con el que Mark solía quedarse a beber hasta
el amanecer, se presenta un mediodía en un restaurant del pueblo con una
ametralladora y dispara contra los comensales. Luego nos cuenta de cómo, años
más tarde, estando de gira en Seúl, se entera por la televisión de la masacre ocurrida
el día del estreno de Batman en el que un sujeto irrumpió en la sala y disparó
a mansalva contra los espectadores. Pocos años después, ahora encontrándose en
un hotel de New Orleans, Kozelek enciende la tele para descubrir que en un
centro comercial de Portland se ha repetido una escena similar, un día más en
los Estados Unidos, todo el mundo comprando y divirtiéndose, excepto el
resentido de la escopeta que ha ido al mall a pagarla con las familias que se
hallaban allí. Y finalmente, estando esta vez en su casa de San Francisco una tarde
de diciembre, recibe una carta de un aficionado que le pide que eleve una
oración por los niños de Newtown, un pueblo que -al estilo del tristemente
célebre Columbine- sirviera de escenario para la visita a una escuela de un
hombre armado que descargó todas sus balas contra maestros y niños.
Y entonces Kozelek, el 24 de diciembre, antes
de sentarse a su cena de Nochebuena, decide escribirle una carta de respuesta a
aquel aficionado que le pidiera rezar por Newtown: “Yo no sé rezar, pero sí sé
cantar y tocar; por todas esas mujeres, niños, madres, padres, hermanas, hermanos,
tíos y tías. Lo siento por los asesinatos, por los niños y por sus maestros, lo
sentía venir, lo sentí en los huesos y no sé explicar porqué”.
El tema cierra con una invitación a recordar
a los muertos de Newtown. A recordarlos, especialmente, cuando estemos bien, a
salvo, a punto de celebrar; sobre todo cuando compartamos la mesa y los buenos
momentos junto con nuestros seres queridos. A eso nos exhorta Kozelek, a pensar
en esa gente que ya no puede hacer lo que nosotros podemos. En fin, a pedir por
ellos aunque no sepamos rezar.
Y yo le robo la idea al músico, me apodero de
ella para trasladarla al contexto que más me duele: el de todas esas personas
que han sido asesinadas, violentadas, humilladas y apresadas injustamente en
Venezuela desde febrero de este año. Porque, ineludiblemente, nosotros también
podemos construir perfectamente el relato autobiográfico del propio horror. Un
horror que se prolonga como si se tratara de una infesta máquina del perpetuo
movimiento.
Estemos donde estemos, con los dones y las
armas que disponga cada quien, no nos olvidemos de esa gente que ha sufrido y
sigue sufriendo. La reescritura de la historia no corresponde a los gobiernos
ni a los héroes, sino a la gente de a pie. Que cada quien, entonces, ore y
accione como mejor sepa hacerlo. El día que dejemos de hacerlo es porque nos
dejó de importar.
Que belleza, precisamente acabo de oir una entrevista hecha a las madres de esos jóvenes: muertos, heridos o presos.Todavia con la tristeza de sus relatos , paso a leer esta " forma de oración cantada y musical" por los caidos en Newtown, y tu relación magistral con lo que se vive en Venezuela. Es conmovedor. Tu contribuyes con la oración de tu escritura y yo lo haré con mi humilde petición al Señor para que aleje el sufrimiento instalado en nuestro pais.
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