Hija en la piernas de su madre, foto de Marie Claire Kushfe.
Nos habremos cruzado con ellos dos o tres veces durante las
caminatas matutinas. Siempre por las inmediaciones del Museo Tamayo,
específicamente cruzando el pedazo de bosque que une la calle Mahatma Gandhi
con Rubén Darío. Él siempre va más adelante, con la niña montada a caballito
sobre sus hombros, mientras la mujer los sigue pausadamente unos pasos atrás. Digamos
que él es un flaco alto que parece sacado de la misma aldea gala de Astérix y
Obelix, digamos que es de la raza de los que nacimos despeinados y también
digamos que se asemeja un montón a un gancho de ropa metálico de esos que uno
intentaba estirar hasta convertir en antena de bigote para la tele. Ella es
japonesa, viste de negro o gris oscuro, no es especialmente guapa pero sí es de
esas mujeres que carga encima una hermosura triste o una tristeza hermosa; una
de esas, qué sé yo. La niña, de unos dos años, es la benévola mezcla de sus dos
padres. Es una criatura hermosa, hecha como de porcelana con toque asiático,
con ojos grises como platos; va desde las alturas, encaramada sobre su espigada
montura, como una emperatriz a escala moviendo la manito para saludar a los
mortales que pasamos allá abajo a sus pies. Esa niña es el producto de un
experimento afable de Dios, quien seleccionó lo mejor de los progenitores y lo
supo mezclar en una mañana fresca con buen humor y mucho sol.
Esa niña, es evidente, se siente grande y poderosa sobre los
hombros del padre. Y además sabe que, en caso de cualquier complicación, está
mamá en la retaguardia lista para lanzarse en clavado o deslizarse como quien
roba la segunda con tal de atajarla en el aire como la más segura malla de
contención.
Esa niña a caballito me ha recordado a mi papá y al niño paseando
sobre sus hombros que alguna vez fui. Hoy, mientras le devolvía el saludo al
momento de cruzarme con ella, sentí por un instante esa misma grandeza y esa
misma sensación poderosa que alguna vez tuve sobre los hombros de mi padre.
Recuerdo a papá que, cuando faltaba la mitad de la cuesta que nos llevaba
sudorosa y jadeantemente a nuestra casa de La Boyera, me preguntaba: ¿Quieres
sentarte a descansar en La Gran Piedra del Siéntese y Descanse o quieres que te
lleve en caballito? Y a mí a veces me daba cosa con papá, porque se notaba que
él también estaba cansado, que a lo mejor él hubiera votado por el descanso en
la Gran Piedra, pero la verdad yo siempre iba a preferir la opción dos, la del
caballito. Así que acababa trepándome a los hombros de mi viejo y desde allá
arriba era Luke Skywalker y Frodo y también el niño marciano de la última de
las Crónicas marcianas y un poco D’Artagnan y Bruce Lee, aunque también con un montón
de Koji Kabuto controlando a Mazinger Z, todo eso a la vez.
Y también sentí, mientras apuraba mi camino a casa e iba dejando a
la pequeña emperatriz galojaponesa atrás, que tenía unas ganas macizas y
desesperadas de subirme a mi hija a caballito sobre los hombros. Que sí, ya lo
sé, que no se puede, que apenas tiene dos meses, que tendré que esperar unos 24
meses más para poder ser protagonista de esa escena de la que ahora soy simple
recordador o testigo. Pero lo cierto es que tuve ganas de hacerla sentir grande
y poderosa sobre los hombros de su padre.
Hace exactamente 22 años, en la noche oscura del 30 al 31 de
diciembre, murió papá. Han pasado exactamente 8030 días. Más de ocho mil días
consecutivos en los que no he dejado de pensar en mi viejo ni una sola vez y en
los que, al menos una vez al día, no le dedique algo de lo que haga o le pida
algún consejo.
Me reconforta, sin embargo, la idea de imaginar (estuve a punto de
escribir “saber”) que en algún universo paralelo, gracias a eso que Bioy
Casares llamaba La trama celeste, un abuelo le está preguntando ahora mismo a
su nieta: ¿Quieres sentarte a descansar en La Gran Piedra del Siéntese y
Descanse o quieres que te lleve en caballito?
Como siempre me sorprende Urriola, con sus recuerdos infantiles llenos de gratitud y cariño, son las condecoraciones familiares, que me hacen admirarlo y quererlo, Sigue ahora con tus experiencias como padre,que serán la continuación de tus recuerdos como ejemplar hijo.
ResponderBorrarRecibe un muy fuerte abrazo querido amigo. Llevaras a tu niña en hombros, y tu padre, donde este, sonreira mucho.
ResponderBorrarAbrazo,
IERL
Querido sobrino: no hay un día que no se recuerde al Ser amado, por eso te comprendo.
ResponderBorrarEn un abrir y cerrar de ojos tendrás a Aitana sobre tus hombros y se verán tus sueños
cumplidos. Dios los bendiga a los tres
Quería leer algo refrescante antes de irme a dormir y acudí al espacio de los que sigo en blogger, y encontré este hermoso compartir. No creo que la palabra "hermoso" refleje realmente mi sentir, simplemente es algo de calidez humana, de buen decir y expresar, y de imágenes que surgen en mi que complementan la anécdota. Siempre es bueno agradecer a los buenos escritores, cuando ello es posible por el contacto en la distancia (¡qué extraordinaria experiencia es la red!) por ejercer su don y el ejercicio continuo de sus "ganas" de expresarse. Gracias apreciado amigo en la distancia José Urriola. Puedo irme a dormir con imágenes de amor, de belleza y de intimidad que harán mi sueño placentero y agradable.
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