Para guardar.
- Toma, he escrito esto para ti -él le entrega una nota -Pero con dos condiciones: que la tienes que leer ya, y que me tienes que dar tu opninión más honesta.
Ella la lee en unos cuantos segundos.
- Dime ahora, ¿te ha gustado?- pregunta él, ansioso.
- Sí... eh... claro... sí que me gustó - responde ella.
- No estás jugando limpio, te he pedido la respuesta más honesta, la que de verdad te sale del estómago.
- Pues, la verdad... no, no me gusta mucho...- confiesa la chica.
- Vale, gracias -suspira satisfecho-. Guárdala. Porque ahora no te gusta, pero dentro de un tiempo seguro que te gustará.
A los noventitantos ella aún conservaba la nota, escondida en su cajoncito de recuerdos secretos.
- Toma, he escrito esto para ti -él le entrega una nota -Pero con dos condiciones: que la tienes que leer ya, y que me tienes que dar tu opninión más honesta.
Ella la lee en unos cuantos segundos.
- Dime ahora, ¿te ha gustado?- pregunta él, ansioso.
- Sí... eh... claro... sí que me gustó - responde ella.
- No estás jugando limpio, te he pedido la respuesta más honesta, la que de verdad te sale del estómago.
- Pues, la verdad... no, no me gusta mucho...- confiesa la chica.
- Vale, gracias -suspira satisfecho-. Guárdala. Porque ahora no te gusta, pero dentro de un tiempo seguro que te gustará.
A los noventitantos ella aún conservaba la nota, escondida en su cajoncito de recuerdos secretos.
Y sí que le gustaba ahora, desde el estómago; y cómo le gusta.
Voto de silencio
Respiró hondo y cerró la boca.
Había desperdiciado tantas veces en la vida la oportunidad de permanecer callado. Siempre optó por la opción más necia, la de hablar, la de ponerle a todo una palabra.
Se decidió a aprovechar los instantes de silencio ahora amontonados.
Y, palabra, no habló nunca más.
Respiró hondo y cerró la boca.
Había desperdiciado tantas veces en la vida la oportunidad de permanecer callado. Siempre optó por la opción más necia, la de hablar, la de ponerle a todo una palabra.
Se decidió a aprovechar los instantes de silencio ahora amontonados.
Y, palabra, no habló nunca más.
Rebelión del escudero
La maestra decidió reprobarlos a todos. Pasó un informe indignado ante la dirección, se quejó de la mediocridad de los niños, se rieron luego de buena gana de la estupidez de los chiquillos, de su profunda ignorancia.
-Inconcebible, –asegura la maestra furibunda en pleno consejo de profesores -que ante la pregunta: ¿Quién es el protagonista de la obra máxima de Cervantes? Los 30 del salón, porque ni uno de ellos acertó, hayan puesto en el espacio en blanco: Sancho Panza.
Se rieron de nuevo. “Qué tontos, qué torpeza, qué generación boba de pésimos lectores”.
Ignorantes ellos. No se percatan de que en ese instante los niños han comenzado a escribir un nuevo capítulo en la historia, algo que definitivamente cambiará al mundo tal como lo concebimos.
Los escuderos segundones ahora serían los verdaderos héroes, como siempre ha debido ser.
La maestra decidió reprobarlos a todos. Pasó un informe indignado ante la dirección, se quejó de la mediocridad de los niños, se rieron luego de buena gana de la estupidez de los chiquillos, de su profunda ignorancia.
-Inconcebible, –asegura la maestra furibunda en pleno consejo de profesores -que ante la pregunta: ¿Quién es el protagonista de la obra máxima de Cervantes? Los 30 del salón, porque ni uno de ellos acertó, hayan puesto en el espacio en blanco: Sancho Panza.
Se rieron de nuevo. “Qué tontos, qué torpeza, qué generación boba de pésimos lectores”.
Ignorantes ellos. No se percatan de que en ese instante los niños han comenzado a escribir un nuevo capítulo en la historia, algo que definitivamente cambiará al mundo tal como lo concebimos.
Los escuderos segundones ahora serían los verdaderos héroes, como siempre ha debido ser.
Agua oxigenada
Nos presentó una amiga cierta noche nefasta en la que nos detestamos mutua y cordialmente.
Dos días después la volví a ver, guapísima, con lentes de sol y audífonos, andando por la calle. Me reconoció y se detuvo a saludarme. Yo pasaba a su lado, a millón sobre la bicicleta, pensé en seguir de largo pero me abstuve. Con la gracia de un Marlon Brando en The Wild Bunch quise dar la vuelta pero la bici derrapó, caí en cuatro patas a sus pies.
-Ponte agua oxigenada. -Me dijo a manera de saludo.
Intercambiamos nerviosas cuatro palabras. Estaba apurada, doble beso y se marchó.
Qué papelón. Se lo cuento a mi amiga en un mensaje telegráfico, al que me responde con un escueto: “Es amor”. No entendí su respuesta, no entonces.
-¿Sabes cuándo me enamoré de ti? –me dice, mientras recorre con su índice la cicatriz en mi rodilla. -El día que te la hiciste al caer de la bici. De otra manera nunca me hubiese fijado en ti.
Nos presentó una amiga cierta noche nefasta en la que nos detestamos mutua y cordialmente.
Dos días después la volví a ver, guapísima, con lentes de sol y audífonos, andando por la calle. Me reconoció y se detuvo a saludarme. Yo pasaba a su lado, a millón sobre la bicicleta, pensé en seguir de largo pero me abstuve. Con la gracia de un Marlon Brando en The Wild Bunch quise dar la vuelta pero la bici derrapó, caí en cuatro patas a sus pies.
-Ponte agua oxigenada. -Me dijo a manera de saludo.
Intercambiamos nerviosas cuatro palabras. Estaba apurada, doble beso y se marchó.
Qué papelón. Se lo cuento a mi amiga en un mensaje telegráfico, al que me responde con un escueto: “Es amor”. No entendí su respuesta, no entonces.
-¿Sabes cuándo me enamoré de ti? –me dice, mientras recorre con su índice la cicatriz en mi rodilla. -El día que te la hiciste al caer de la bici. De otra manera nunca me hubiese fijado en ti.
El hijo perdido.
Hace ya un año que estaba desaparecido.
-¿Dónde andabas, hijo mío? –pregunta la madre con sollozo de súplica al hijo, apenas cruza el umbral de la cocina.
-Madre, he estado surfeando la brisa entre las nubes, arañando las pieles más sensibles de los ángeles, arrancando pelos de la barba de Dios, secando el mar salado, cambiando las aguas del océano con el sudor de todos los amantes del verano, con las lágrimas de todas las almas tristes del otoño, con gotas de la nieve más limpia del invierno y con los mocos de todos los alérgicos de la primavera.
La madre abrazó al hijo perdido.
Y honestamente le creyó. Cada palabra. Sabía que no le mentiría.
Hace ya un año que estaba desaparecido.
-¿Dónde andabas, hijo mío? –pregunta la madre con sollozo de súplica al hijo, apenas cruza el umbral de la cocina.
-Madre, he estado surfeando la brisa entre las nubes, arañando las pieles más sensibles de los ángeles, arrancando pelos de la barba de Dios, secando el mar salado, cambiando las aguas del océano con el sudor de todos los amantes del verano, con las lágrimas de todas las almas tristes del otoño, con gotas de la nieve más limpia del invierno y con los mocos de todos los alérgicos de la primavera.
La madre abrazó al hijo perdido.
Y honestamente le creyó. Cada palabra. Sabía que no le mentiría.
Viaje a Urano
-Quiero un boleto one way a Urano. Sólo de ida, necesito mudarme de planeta –le dije al atendiente de la agencia de viajes.
-Señor...-me responde con una sonrisita, aunque pretendiendo seriedad –lo lamento, pero los viajes interplanetarios no los manejamos aquí. Es más, si me permite decirle, apenas se están haciendo las pruebas para que los aviones lleguen hasta la estratósfera y puede que en unos años se pueda viajar a la Luna o a alguna estación espacial en órbita sobre la Tierra. Pero a Urano... Urano, como tal... pues no se puede ni de casualidad.
-Déjeme que le explico.-Acerco la silla y le susurro al oído un resumen de mi tragedia.
Se levanta y me pide permiso, pues tiene que consultarlo con el gerente de la agencia y con el resto de sus colegas. Lo veo que atraviesa una puerta de cristal y se reúne con todos. Me miran desde esa pecera de vez en cuando, discuten y deciden algo.
Regresa el hombre y me extiende un boleto a Papúa Nueva Guinea. Para el miércoles en la noche. One Way. Sin retorno.
-No se preocupe en pagarlo. Inivita la casa. Que tenga un buen viaje... y suerte, en serio que se la merece.
-Quiero un boleto one way a Urano. Sólo de ida, necesito mudarme de planeta –le dije al atendiente de la agencia de viajes.
-Señor...-me responde con una sonrisita, aunque pretendiendo seriedad –lo lamento, pero los viajes interplanetarios no los manejamos aquí. Es más, si me permite decirle, apenas se están haciendo las pruebas para que los aviones lleguen hasta la estratósfera y puede que en unos años se pueda viajar a la Luna o a alguna estación espacial en órbita sobre la Tierra. Pero a Urano... Urano, como tal... pues no se puede ni de casualidad.
-Déjeme que le explico.-Acerco la silla y le susurro al oído un resumen de mi tragedia.
Se levanta y me pide permiso, pues tiene que consultarlo con el gerente de la agencia y con el resto de sus colegas. Lo veo que atraviesa una puerta de cristal y se reúne con todos. Me miran desde esa pecera de vez en cuando, discuten y deciden algo.
Regresa el hombre y me extiende un boleto a Papúa Nueva Guinea. Para el miércoles en la noche. One Way. Sin retorno.
-No se preocupe en pagarlo. Inivita la casa. Que tenga un buen viaje... y suerte, en serio que se la merece.
Mamarracho sublime
Después de angustiosos meses de sequía mental, el hombre se obligó a sentarse a escribir algo. Lo que fuera, y cómo saliera.
Escribió una frase de cinco palabras. Lo hizo desganado, las garabateó con displicencia, sin ninguna convicción. La leyó y dijo: “Qué mamarracho, eres patético. Es la frase más infeliz que hayas escrito en la vida. Mejor ándate a dormir”.
Ese mamarracho de cinco palabras es conocido hoy día como el cuento corto más importante de la historia de la literatura. Ha derrotado, inclusive, al todopoderoso Dinosauro de Augusto Monterroso.
uuuuhhhhhhh!!!! Nada puede superar el dinosaurio de Monterroso ¡Hereje!
ResponderBorrarPero puede ser