miércoles, 4 de julio de 2007

En pausa


Nevaba afuera. Pero adentro hacían 40 grados. No era la calefacción, era la fiebre. Tenía que ver hoy a las 16:00 la película en un teatro de la Karl Marx Avenue, al otro lado de la ciudad, en ese lugar que durante años se llamó Berlín Oriental. La entrevista con el director David Cronenberg sería al día siguiente a las 15.30, cuarto piso del Hotel Intercontinental, justo al lado del Zoológico de Berlín. Hoy vería eXistenZ, mañana tenía una cita de diez minutos, cara a cara, con Dios. Mienten los que dicen que Dios es brasileño; Dios es canadiense -o por lo menos lo era en 1999-.

Antes de salir me miré la cara de cadáver reflejada en el espejito del baño. Me sequé con la toalla el sudor que me llenaba el pelo y la frente. Me tomé dos cápsulas más para paliar la fiebre. No, dos eran pocas, mejor cuatro para curarnos de una vez –así que me empujé dos más-, vamos bajando que el taxi espera. La acera era un lodazal de nieve mal derretida, pedazos gruesos de sal, cañerías que respiraban vapores turbios. Llegué chapoteando hasta el taxi y cuando me lancé sobre el asiento casi me desmayo del esfuerzo. Me mantuvo consciente el chofer que hablaba como una radio echada a perder. “Perdone, señor, no hablo alemán”. “Yo hablo un poco de inglés” me dijo con impecable acento de niño británico que va en pantalones cortos y corbata a la escuela.

A los pocos minutos, viajando por una autopista a 180 KPH, comienza a oler a quemado. Me siento lo suficientemente animado como despegar los ojos del retrovisor por medio del cual converso con mi interlocutor, girar la cabeza y ver una generosa llamarada naranja que se levanta desde la parte posterior del auto. “Señor, disculpe, creo que nos estamos incendiando”. El hombre frena, busca el extintor, se baja azorado. Yo me quedo dentro, por una parte porque confío plenamente –no sé por qué- en que el tipo podrá apagar el fuego; pero fundamentalmente porque afuera hacen -20 grados y con las llamas la cabina se ha llenado de un calor sabroso. Casi una incubadora. Otro taxista se detiene, ayuda a controlar el fuego y se ofrece a llevarme hasta el final del trayecto. Yo sudo copiosamente, tengo como ganas de acostarme en el asiento. Qué raro es todo esto. Seguro y es la fiebre.

Llegamos al teatro, pago al taxista con pulso tembloroso, sudo a mares en medio de la nieve. Me pregunta si estoy bien. Le miento. Entro al edificio, y en cada escalón voy dejando un trozo de alma. Me dejo caer en una butaca de las últimas filas. Se apagan las luces y me hundo en el abrigo.

Yo no sé si ustedes han visto eXistenZ. Es una película rara a medio camino entre lo ridículo, lo grotesco y lo francamente sublime. Es -como casi todo el cine de Cronenberg- un híbrido entre la mamarrachada y la hermosura. Es algo que da un poco de asco, un poco de susto, un poco de risa, mucha confusión. A poca gente, a muy poca, le salen las cosas mal hechas tan bien como a Cronenberg. Yo ese día, estoy seguro, no vi la película. La aluciné. Me la creí como si alguien me hubiera desvelado una de las verdades más sólidas de la existencia. Y me pareció genial. Me sigue pareciendo, pero en aquel momento con el delirio de la fiebre yo era aún más vulnerable. El film me hizo mella.

En un punto de la película, el personaje que encarna Jude Law arma con los cartílagos de un anfibio mutante, al que se acaba de comer hasta chuparse los dedos, una pistola que no dispara balas sino muelas. Sin saber por qué, apunta el arma y le vuela la mitad de la cara al chino que atiende en el restaurante. Entonces, suelta la pistola, cae en cuenta de lo que ha hecho y grita: eXisteZ is paused! Y la existencia se congela. La vida queda en pausa durante varios segundos.

Yo creo que algo adentro se me arrugó. Y di las gracias.

Salí del cine aún alucinando y ya era de noche. Nevaba tanto que la nieve me llegaba a veces hasta la rodilla. Ni siquiera sabía dónde quedaba la calle porque no se veía. El efecto de las pastillas se había pasado, así que tenía un fiebrón de 40 grados mientras el termómetro de la farmacia titilaba un grueso -18º en rojo. No había carros, no se veía gente. Berlín Oriental estaba desierto, como si yo fuera la única persona viva en kilómetros a la redonda. Una figura oscura mal recortada en medio de la noche blanca. Sentí un profundo desamparo y pensé: “Coño, será que esto llega hasta aquí”. Y, como el personaje de eXistenZ, supliqué en ese instante que la vida se pusiera en pausa.

De la nada apareció un taxi viejo. Se detuvo delante de mí y se bajó en medio de la tormenta un hombre enorme de barba y turbante. Me habló en alemán. Yo ya no podía ni siquiera hablar en español. Dije el nombre del hotel y la calle, lo único que sabía y podía decir. Aquel hombre gigantesco me levantó en brazos como a un niño y me depositó en el asiento trasero. No logro recordar cómo llegué a la habitación, ni si le pagué la carrera al ángel extraño que esa noche me salvó la vida. Recuerdo que me desperté rodeado por mis colegas que me daban tesitos y sopas. Había un médico que garabateaba el récipe sobre la mesa de noche.

-Chamo, estabas delirando. Decías algo que no entendíamos y allí llamamos a un doctor.

Yo sí sabía lo que decía. Alguna vez lo he repetido en voz alta, creo. Pero jamás he logrado ponerle pausa otra vez.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Realmente alucinante JU...aún no sé si realmente lo viviste o lo soñaste....me da escalosfríos y envidia (dos de dos...je,je,je,je)
Cariños mil, niño del viento.

Anónimo dijo...

Jose, menos mal que saliste del frio Berlin Oriental, y de esa fiebre enloquecedora. Ya había escuchado este relato de viva voz de su actor principal. Pero al narrarlo parece ficción. Qué poder tienes para este negocio de la escritura. Como te admiro y gracias a Dios , regresaste a nuestro calorcito tropical .

Cinzia Ricciuti dijo...

Uy, Jose, que angustia tan sabrosa. Si, ya se, contradictorio, pero absoluto.
Un abrazo

Lore dijo...

WOU!!! EXCELENTE... de verdad me gustó muchísimo tu relato... Yo tengo una imaginación de niño de 7 años... a veces pienso que es una enfermedad incurable, pero otras veces siento que es lo mejor que puedo tener en la vida... Hoy voto por la segunda opción, porque gracias a mi imaginación, me fui metiendo poco a poco en la historia que narraste... me sentía morir de frío en Berlín y luego casi sudé con tu fiebre delirante..
De verdad excelente!!!

Pd. Soy alumna de Carlota y me dijo que visitara tu blog... muy buena recomendación...

Seguimos en contacto...

Anónimo dijo...

Mal día para leer esto... Me muero del frío y creo que soy la única. ¿Sólo podré ponerle pausa cuando esté a punto de morir? Al menos es un alivio saber que, de alguna forma, es posible.

Saludos!

Maria D. Torres dijo...

Muchas veces me ha provocado poner pausa a un momento de la existencia. Nunca había pensado en ello como uno de los super poderes que me hubiera gustado tener. Ya lo pondré en la lista.
Definitivamente me provoca usarla cada vez que veo a Jude Law, tanto que casi no leo tu post después de ver la foto!
Qué vaina tan buena, como siempre. Qué envidia!!! (Y no me vengas a decir que Jude tambien es un conejo albino o algo parecido porque te pongo en pausa)

Maria D. Torres dijo...

JU te dejé una tarea en mi blog. Pasa por allá.

Catalina dijo...

impresionante historia! de pelicula! :)

lo que mas me impresiona es que no te bajaras de un taxi que se esta incendiando....yo te hubiera llevado al hospital en ese momento....


si, a veces uno se encuentra angelitos cuando los necesita

Unknown dijo...

Hola, la verdad también había escuchado esta historia cuado se la contabas a Alvaro Agudo, ahí cuando estabámos muriéndonos del calor por el vino todo un grupito atravesado en el pasillo de la entrada del Banco del Libro y nos reíamos a morir junto con Clementina que ya se fue de estas tierras, pasado reciente, pero bueno. Siempre es distinto escuchar que leer, así que me agrada que lo hayas escrito.
Saludos,
C

Lena yau dijo...

Ma-ra-vi-llo-so, José.
Al leerlo fui yo quien vivió todo eso.
Genial.
De veras.

cariños