Es una pena que hoy día ese entrañable animalito de ojos dentados que alguna vez se llamó cassette (también tape o cinta magnetofónica) esté en franca extinción. No contó con la suerte del disco de vinilo que se transformó en objeto de culto para coleccionistas, melómanos y DJ’s. Logró convivir algunos años con el CD, pero cuando este se hizo registrable le asestó un golpe fatal. Y no había acabado de acusar la estocada cuando largaron la ofensiva de los aparatos de archivos comprimidos, IPODs y toda la extensa gama de reproductores de mp3, entonces ya la gente ni se acordaba de ese noble gesto que significaba grabarle un cassettico a alguien.
Algún amigo de la casa –estoy convencido hoy, dados sus gustos musicales, de que se trataba de un esquizofrénico- grabó para mis hermanas una cinta que contenía: Blondie, REO Speedwagon, Toto, Genesis (cuando aún el desgraciado de Phil Collins no lo había arruinado todo) y remataba, como para completar los 90 minutos de cinta y que no se escabullera ese molesto trocito virgen de cinta marrón, con tres temas de una cosa prodigiosa de la que nadie hoy pareciera acordarse, Killing Joke. Yo le metí semejante rosca a esa cinta, una BASF 90 de etiqueta verde, que un día nuestro aparato 3 en 1 (tocadiscos, radio y reproductor de tapes) se la masticó golosamente y me escupió el cassette con varios metros de tripas afuera. Como un cirujano, con dedos temblorosos –conocedor de que los arañazos y los jalones de pelo de una hermana pueden doler bastante más que un golpe de puño al estómago- me dediqué a sacarle los tornillos al moribundo, abrirlo en dos partes, enderezar con paciencia de dioses el tirabuzón kilométrico en que se había enrollado la cinta, hacerla calzar de nuevo en ambos carretes, cercenar la zona irrecuperable, empatar las partes mutiladas con barniz de uñas, limpiar, acoplar y volver a cerrar. “Listo, me quedó de lujo, estas ni se enteran”.
Pero cuando lo fui a probar, justo en mi canción favorita de Blondie, irónicamente titulada “Accidents Never Happen in a Perfect World” (Los accidentes nunca ocurren en un mundo perfecto), me percaté de que algo había ocurrido. En un punto la música dejaba de ser la de siempre y la cinta se volteaba, sonaba a la inversa, los Blondie tocaban bocabajo y de retroceso, y la hermosa Deborah Harry cantaba como si la voz se le devolviera por un tubo hacia el estómago. Ese Blondie, al revés, retorcido, a contrapelo, era aún mejor que el original. Un accidente afortunado había maltrecho algo bueno para hacerlo aún mejor.
Durante años estuve buscando ese sonido que sólo volví a encontrar en los curiosos My Bloody Valentine. Las primeras veces que los escuchaba tenía que sacar el CD del reproductor, lo limpiaba, lo miraba a contraluz, lo volvía probar. “Coño, qué lástima, este disco vino malo”. Con el tiempo me acostumbré al ruido, a la sensación de fractura, a la impureza. Porque esa música de Kevin Shields y compañía es como una máquina impecable, melodiosa, armónica, a la que se construye con esmero con los mejores materiales, piecita a piecita. Y cuando por fin está lista, toman un martillo y un cincel y la destrozan metódicamente. La escupen, la llenan de flujos infestos, la arrugan, le lanzan restos de café con leche frío, trocitos de vidrio, patas de mosca y migas de pan. Todo en justísimas dosis, con paciencia de dioses. Sólo con ese añadido la pieza está realmente lista. Antes era buena, ahora sucia es definitivamente mejor.
Dicen que el pintor Paul Klee, quien inspiró a Walter Benjamin en escritos memorables sobre la humanidad y el progreso, utilizaba una curiosa técnica pictórica: dibujaba primero el motivo del cuadro al derecho y luego, a la hora de colocar el color, invertía la pintura sobre el caballete, la ponía patas arriba, ya no pintaba ese ángel que había dibujado sino a un elefante-medusa que ahora era lo que veía sobre el lienzo. Klee era sumamente racional a la hora de delinear los contornos de sus figuras, pero se entregaba a toda su fantasía lúdica a la hora de dar color. Aquello que con tanto esmero había dibujado en principio era felizmente arruinado –salpicado, explotado- como si liberara a un carajito armado con los óleos que le secuestró al papá.
Lo bueno, cuando cuidadosamente derruido y distorsionado, aún mejor. Muchos lo habrán hecho o intentando con resultados más o menos felices. Nada fácil el sutil arte de tocar como Paul Klee o de pintar como My Bloody Valentine.
Algún amigo de la casa –estoy convencido hoy, dados sus gustos musicales, de que se trataba de un esquizofrénico- grabó para mis hermanas una cinta que contenía: Blondie, REO Speedwagon, Toto, Genesis (cuando aún el desgraciado de Phil Collins no lo había arruinado todo) y remataba, como para completar los 90 minutos de cinta y que no se escabullera ese molesto trocito virgen de cinta marrón, con tres temas de una cosa prodigiosa de la que nadie hoy pareciera acordarse, Killing Joke. Yo le metí semejante rosca a esa cinta, una BASF 90 de etiqueta verde, que un día nuestro aparato 3 en 1 (tocadiscos, radio y reproductor de tapes) se la masticó golosamente y me escupió el cassette con varios metros de tripas afuera. Como un cirujano, con dedos temblorosos –conocedor de que los arañazos y los jalones de pelo de una hermana pueden doler bastante más que un golpe de puño al estómago- me dediqué a sacarle los tornillos al moribundo, abrirlo en dos partes, enderezar con paciencia de dioses el tirabuzón kilométrico en que se había enrollado la cinta, hacerla calzar de nuevo en ambos carretes, cercenar la zona irrecuperable, empatar las partes mutiladas con barniz de uñas, limpiar, acoplar y volver a cerrar. “Listo, me quedó de lujo, estas ni se enteran”.
Pero cuando lo fui a probar, justo en mi canción favorita de Blondie, irónicamente titulada “Accidents Never Happen in a Perfect World” (Los accidentes nunca ocurren en un mundo perfecto), me percaté de que algo había ocurrido. En un punto la música dejaba de ser la de siempre y la cinta se volteaba, sonaba a la inversa, los Blondie tocaban bocabajo y de retroceso, y la hermosa Deborah Harry cantaba como si la voz se le devolviera por un tubo hacia el estómago. Ese Blondie, al revés, retorcido, a contrapelo, era aún mejor que el original. Un accidente afortunado había maltrecho algo bueno para hacerlo aún mejor.
Durante años estuve buscando ese sonido que sólo volví a encontrar en los curiosos My Bloody Valentine. Las primeras veces que los escuchaba tenía que sacar el CD del reproductor, lo limpiaba, lo miraba a contraluz, lo volvía probar. “Coño, qué lástima, este disco vino malo”. Con el tiempo me acostumbré al ruido, a la sensación de fractura, a la impureza. Porque esa música de Kevin Shields y compañía es como una máquina impecable, melodiosa, armónica, a la que se construye con esmero con los mejores materiales, piecita a piecita. Y cuando por fin está lista, toman un martillo y un cincel y la destrozan metódicamente. La escupen, la llenan de flujos infestos, la arrugan, le lanzan restos de café con leche frío, trocitos de vidrio, patas de mosca y migas de pan. Todo en justísimas dosis, con paciencia de dioses. Sólo con ese añadido la pieza está realmente lista. Antes era buena, ahora sucia es definitivamente mejor.
Dicen que el pintor Paul Klee, quien inspiró a Walter Benjamin en escritos memorables sobre la humanidad y el progreso, utilizaba una curiosa técnica pictórica: dibujaba primero el motivo del cuadro al derecho y luego, a la hora de colocar el color, invertía la pintura sobre el caballete, la ponía patas arriba, ya no pintaba ese ángel que había dibujado sino a un elefante-medusa que ahora era lo que veía sobre el lienzo. Klee era sumamente racional a la hora de delinear los contornos de sus figuras, pero se entregaba a toda su fantasía lúdica a la hora de dar color. Aquello que con tanto esmero había dibujado en principio era felizmente arruinado –salpicado, explotado- como si liberara a un carajito armado con los óleos que le secuestró al papá.
Lo bueno, cuando cuidadosamente derruido y distorsionado, aún mejor. Muchos lo habrán hecho o intentando con resultados más o menos felices. Nada fácil el sutil arte de tocar como Paul Klee o de pintar como My Bloody Valentine.
"Soon" de My Bloody Valentine
Te han comentado alguna vez... que estas loco e´bola?... que pasa con tus oídos? por que les haces eso? por que los maltratas con esa música? por que? por que?
ResponderBorrarjejejeje...
Besos.
Pues yo de your bloody Valentine ni idea, pero con las imágenes me quedo largo rato en un nivel que no consigo con facilidad en otras lecturas, porque -ya lo he dicho- qué mentecita.
ResponderBorrarCariños,
Ophir
El Pana Urriola: un placer leerte, como siempre. Y no te la banques, loco, los Bloody Valentines molan. No a todos, pero a quienes nos mola, nos mola de verdad!
ResponderBorrarTe esperamos por aquí, a ver cuándo vuelves.
A.N.
Hola. Yo fuí quien puso tu artículo en blogacine, lamento haber hecho que perdieras el tiempo respondiendo esos comentario de racista, clasista y demás. Es solo que el artículo me hizo reír bastante cuando lo leí y creí interesante ponerlo en ese foro.
ResponderBorrarSaludos pana.
John Manuel Silva
Eso mismo me pasó, pero con una cinta de betamax (otra víctima fatal de la tecnología). En ella estaban grabados algunos episodios de mi vida, no muy gratos por cierto. Siempre busqué la forma de deshacerme de ella pero los sentimientos son cosa seria. Una vez se dañó y procedí a realizar la misma operación que usted, mi querido amigo, practicó con el fulano cassette. Cuando eché a andar la cinta en el aparato, las imágenes comenzaron a sucederse hacia atrás. Sentí mucho miedo de volver a pasar por las mismas situaciones y entonces, de un solo tirón, saqué la cinta y la destruí por completo. Desde aquella ocasión, ya no recuerdo nada de los capítulos grabados en la cinta.
ResponderBorrarLa música es excelente, así que le voy a dejar un comentario “cheverísimo”:
“Qué música más fina, ¿dónde la consigo?”
(Jejé) Un abrazo
Me puse al día con mi grata tarea de leerlo. Me había perdido por vacaciones el de 29 de agosto y este del 4 de septiembre. El primero imteresantísimo con tus vivencias en el metro y el segundo con esa selección de música para mi desconocida ,pero tan agradable.
ResponderBorrarsomos los ultimos d ejemplares de la genracion cassete, yo aprendia hacer cirugias de cassetes con precision quirúrgica y es q un cassete no era algo q uno podia permitirse perder.
ResponderBorrarLo que mas extraño de esa época era el ritual q significaba sentarse a oir los cassetes, ahora uno escucha 1500 canciones en un dia y como si nada
Lo de las cintas molaba mucho y todavía, siempre que voy a casa de mis padres, rescato alguna de las cajas donde están mis cosas y la escucho.
ResponderBorrarEs un placentero viaje en el tiempo; sobretodo aquellas de varios donde convivían Sinatra y Smashing Pumpkins.
Gracias por devolverme el recuerdo.