Mucha gente cree que su apéndice electrónico natural es el teléfono celular. Se equivocan. Nunca el nexo es tan significativo y profundo como el que construye uno con su reproductor de música MP3. Porque ese carajo recoge como ningún otro aparato los retazos esenciales que lo componen a uno. Es un modelito a escala de nuestra personalidad, reproduce lo que fuimos, aquello que somos y lo que ya no somos. O lo que nos gustaría ser. El Ipod es la cápsula espacial –una privada y de bolsillo- en la que depositamos toda la música que no puede dejar de estar porque si se pierde nos desvanecemos también nosotros un poco. Los gringos dicen “You are what you eat”; algunos creemos que uno, más que aquello que come, es lo que oye.
El otro día un amigo me decía que un Ipod vive más o menos un año, a veces dos. Que el suyo andaba medio enfermo desde hace meses, pero que ya había aprendido resucitarlo cuando le daban los achaques. Aunque lo más seguro es que se le muriera pronto y tendría que comprarse otro más nuevo, más guapo, con más capacidad, para llenarlo de millones de gygabites de música que jamás en su vida va a tener tiempo de escuchar. Yo dije, pensando en el mío que es un entrañable anciano en muletas: “mierda, si este carajo se me muere se lleva a la tumba la mitad de mi música que no le tengo respaldo en ningún otro lado”. “Pues le debe quedar muy poco de vida, así que pilas” me dijo el amigo –que en ese momento lo sentí bastante menos amigo por andarme condenando a muerte a un familiar cercano-.
En “Broken Flowers”, la película de Jim Jarmusch, Jessica Lange encarna a una psicoanalista de animales que trata de canalizarle los traumas a un gato. Psicoanalizarle la mascota a alguien es una manera indirecta pero certera de tratar las neurosis del amo. Yo creo que más de uno debe estar acariciando la idea de hacer lo mismo con los Ipods. Tiene que estar surgiendo un movimiento, el psicoanál-Ipod, donde uno lleva su aparato de MP3 a consulta y se lo deja en manos a un psicólogo que también es crítico musical.
El psicoanalipodista -una suerte de científico intelectual vestido de Armani, con los cabellos cuidadosamente despeinados uno a uno- se acomoda sobre la nariz sus lentes de marca y le dice “por favor salga y regrese en una hora”. Coloca sobre el diván al aparato –porque el paciente es el Ipod y no usted- y le echa un vistazo al contenido, a la manera en que usted le ha organizado los archivos, si escribe con puras mayúsculas, en altas y bajas o en minúsculas, si le pone fotos a los discos o no, si le pone forrito protector a la criatura o lo tiene todo abollado y rayado. Luego pone a sonar música en reproducción aleatoria y mientras escucha lo que suelta el Ipod desenfunda su libreta de cuero para ponerle nombres, traumas, complejos, síndromes, castraciones, represiones a todo ese relato que el aparato está contando por usted y de usted.
Cuando, pasada una hora, vuelve al consultorio (más nervioso que un padre primerizo que ha dejado al retoño en su primer día de escuela), se encuentra con que el Ipod está ligeramente cambiado. Algo hostil, una incomodidad, un aire de antipatía o tal vez un dejo de rencor se respira desde el aparatito. El analista le dirá que le presenta a su nuevo Ipod y que lo felicita porque usted ha dado el primer paso en el camino de la superación de todos sus males. Que todo aquello contradictorio, las canciones que chirriaban con otras, fueron editadas para no darle más cuerda a su bipolaridad. Que la construcción de una personalidad ecuánime y armónica radica en alimentarse de insumos sonoros que no ofendan ni le tensen los nervios a nadie. “A partir de hoy ya usted no padecerá de su desorden de personalidades múltiples porque musicalmente estará inhabilitado para ello”. Que había artistas que definitivamente no le iban bien y por ello fueron eliminados. Que se corrigieron las imágenes más bonitas para que lo fueran aún más y las feas fueron suprimidas, porque hay que deslastrarse de la basura y rodearse de cosas bellas. Que toda aquella música considerada mala música fue sustituida por una selección de la mejor música (saltándose olímpicamente aquello de que para cada quien la música que le gusta es buena música y la que le disgusta es mala; pero quién le manda a meterse en una psicoanál-Ipod). Ah, claro, y que esta semana la cita cuesta 500 pero a partir de la que viene tiene una de control, para ver si hay avances (que nunca los habrá), y serán a 1000.
Usted saldrá de ese consultorio con su Ipod sonando en los oídos, pero también con la cruda sensación de que un extraño le acompaña, un desconocido que le grita cosas que usted no quiere ni le interesan en la pata de la oreja. Y pensará que quizás la clave esté en aquella amiga muy querida que hace poco le habló de andar en Hathanálisis –una cosa que mezcla Hatha Yoga con terapia psicológica-. Que parece que uno aprende a llorar de rabia al ritmo de la respiración del fuego y mientras haces asanas (posturas estáticas) le confiesas al terapeuta lo miserable que te hicieron sentir tus padres aquel día cuando rompiste un jarrón a los seis años.
Dos pasos más adelante usted mandará largo a la mierda al mundo entero, se quitará con un gesto rabioso los audífonos y le dirá a su Ipod a grito limpio: ¡Mira, gran carajo, tú sabes cómo es la vaina, que apenas lleguemos a la casa te voy a volver a llenar de toda esa basura maravillosa que me gusta a mí!
10 comentarios:
La prueba de que tu quieres mucho tu IPOD: Jamás lo dejas extraviado, ni lejos de ti. No asi,las llaves, los lentes y el celular. De todas maneras yo tendría un clon por si acaso.
Como siempre excelente. Felicitaciones, lástima que yo no conozca esa tecnología, será mejor para evitar una pérdida tan costosa, sobretodo en afectos,SMU
No sé de dónde habrás sacado la idea de un terapeuta de iPods... pero es maravillosa. Qué vueltas raras que les das a las cosas. me gusta eso.
Si un día se te pierde, déjalo estar al menos 24 horas. Seguro que tiene algo pendiente, lo hace y vuelve a ti contentísimo.
A mi se me perdieron (o me robaron) 60 GB de personalidad bruta y sin respaldo el año pasado en Margarita. Hoy espero, como quien realmente espera un parto, el nuevo cajoncito de alma que encargué a USA con dolares preferenciales. Esta vez me lo injertaré en la piel para que no se me pierda el caracter. Me llega mañana!!!!!!
Buenísimo tu texto, como siempre. Estos tambien los guardas en el ipod?
Un beso,
MD
Joseph, lamento confirmarte que un I-Pod dura como un año, el mío sigue vivo de milagro, mi cuñado le dió unos golpes con un martillo de plastico y resucitó, como si le hubierna pegado corriente en el pecho. Otro se resfrió, se me mojó con agua de lluvia dentro de un morral y falleció para siempre, gripe aviar?, quiens sabe, tuve que comprar otro. Abrazo,
Yo seré un caso perdido....
soy tapada para la tecnología por lo que en un ipod pleistocénico mi hijo metió lo que a él le parece que debo escuchar, o lo que el escucha, en general me desagrada, además soy incapaz de sacarle ni meterle nada,
ni siquiera cambiar el orden.
Creo que si le llevo el ipod a un alalista, hará una excepción con el paciente y hospitalizará a su ama.
Imperdonable tu amigo hablándote así de la posible muerte de tu familiar
José Urriola hemos publicado tu texto ALIANZAS MUSICALES en RASGADODEBOCA 9
http://www.rasgadodeboca.blogspot.com/
Mi Ipod, que tampoco duró mucho, tiene ahora las tripas afuera y espera por un cirujano que aún no encuentro. Si la cosa no avanza, creo que lo cremaré y me buscaré uno nuevo. Valga la idea del clon, sí y sin duda, la del psicoanál-ipod.
Saluditos,
OA
Mi Ipod y yo somos uno para el otro,refleja mis gustos a la perfección... Encima es un compañero de viajes imprescindible, (sabe exactamente que decir y cuando callar)... En una palabra ADORABLE (y que conste que no exagero)... Saluditos :)
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