El muro de Berlín visto por Enki Bilal.
Quien también vino desde Belgrado para pintarnos otro mundo.
En un salón gigantesco del Museo del Aire y el Espacio de Washington, como pensado para que Cíclopes y Titanes también tengan acceso y puedan darse una vuelta, se ven acopladas la nave Apolo de la NASA y la Soyuz de la extinta URSS. Es la cosa más parecida que he visto al apareamiento entre una rosa con una bromelia. La nave estadounidense Apolo –easy, nice and neat- responde a las leyes de la aerodinámica, es como un proyectil cromado, compuesto por líneas rectas, pintado con rectángulos perfectos blancos y negros, con ángulos bien medidos; en resumen, es el cohete más cohete que un niño se pueda imaginar. La Soyuz es, en cambio, la nave de los marcianos. Es verde, mezquina en rectas pero plena en curvas, como si varias circunferencias hubieran sido dispuestas a lo largo de un gran esófago, y cada esfera está coronada por antenitas. Sobre cada panza verde y cada antenita, un detalle en rojo, una estrella, unas siglas en cirílico.
Mucho se ha hablado de que el imaginario del cine y de la literatura de ciencia ficción de gran parte del siglo XX estuvo alimentado por una metáfora de profundo matiz político: nosotros los de este lado somos los buenos y nos defendemos de los marcianos invasores que son los malos. Los marcianos son verdes, provienen del planeta rojo, no le gustan las cosas rectas sino que se empeñan en torcerlo todo en curvas; así son sus platillos voladores, así sus pistolas, así las antenas que les sobresalen del casco, así mismo son las ideas que se les agitan bajo ese casco. Cuando se levantó la cortina de hierro nos dimos cuenta de que los marcianos habían estado mucho más cerca que Marte todos estos años, eran como unos primos que un buen día se quedaron encerrados al otro lado del muro. Y cuando se dieron las manos los berlineses de aquí y los de allá se dieron cuenta de que eran lo mismo pero distinto, que al final eran iguales pero diferentes.
Imaginen a Philip Dick adentrándose en la peculiarísima ciencia ficción del polaco Stanislav Lem o a Terry Gilliam viendo por primera vez la Solaris de Tarkovski. Ese momento vertiginoso en el que alguien te muestra el otro lado del espectro, que te enseña los caminos verdes que han permanecido ocultos tras las barandas de la autopista. Ese instante en el que descubres que hay un universo tan infinito y tan insondable como el sideral pero que se consigue viajando hacia dentro de la mente. Algunos viajan en Apolo, otros en Soyuz, a todos les mueve la angustia del qué habrá un poco más allá. Y a veces se encuentran para compartir un café.
Siempre me han producido especial fascinación esos músicos alemanes orientales de finales de los ochenta y principios de los noventa. Pienso en esos cerebros hirviendo en ideas, en tonalidades, intentando imaginar lo que se podría hacer si estuvieran del otro lado. Y de repente un día amanece y entonces pueden ir a la tienda de teclados que siempre les quedó a dos cuadras de casa, pero que apenas anoche estaba a un mundo de distancia. Y esos muchachos con manos sudorosas habrán tocado el juguete nuevo, ese sampler Korg de última generación, con la misma fascinación que un niño saca con sigilo un serrucho de entre las herramientas del papá pero no para cortar madera, sino para improvisar la escalera del trampolín de una piscina pública para hormigas. Esos músicos de la Alemania del Este que habían llegado al mismo destino pero por otros caminos, que hacían una música muy parecida al post-punk pero con otros giros, otra gracia, se habían ocupado de construir sus propios Frankenstein con los fragmentos que pudieron encontrar por allí. Y sus monstruos, tan similares al tiempo que tan otros, resultaron entrañables. Llegaron para enriquecernos el imaginario de este lado mundo. Para redimensionarnos los fantasmas, menos mal.
Les recomiendo acercarse a un grupo de Triblisi, Georgia, llamado Post Industrial Boys. Cuando uno los escucha con audífonos se convence de que el concepto de música electrónica que tiene un georgiano está en otra galaxia, en las antípodas de lo que nos han hecho creer suena la música hecha con maquinitas. Pero sobre todo nos convencen de que Solaris existe, orbita por allí en nuestro universo interno, y sobre su superficie los niños corren entre sembradíos enormes, en extensiones al infinito de campos de girasoles, pero estos no son girasoles amarillos sino nubes de bromelias lila.
Perdonen el desvarío. Este empeño en intentar poner en palabras cosas que a nadie interesan. La culpa es del fútbol. De ver ayer a esos niños rusos que bajo las instrucciones del holandés Guus Hiddink jugaron en la Eurocopa como la naranja mecánica. Pensé en que a veces surge un jardinero alucinante a quien se le ocurre treparse a las ramas de un sauce siberiano para dejar caer entre las hojas de la bromelia parásita un toque de polen de tulipán. Y ayer, sin que nadie se los esperara, abrió los pétalos la nueva flor. Fue hermoso, como dibujado por Enki Bilal.
8 comentarios:
¡Hermoso "desvarío" de Urriola!
La imagen de una bromelia haciendo el amor con una rosa es poderosísima. Se me ha quedado rebotando en la mente desde que te la leí. Grande.
se que te he ladillado mucho con esto
pero en verdad
consigue el VHS de MUSIC WAR para pasarlo a DVD
algo de eso me recuerda a la película de Pink Floyd... donde en un comic... una flor copula con otra y luego se la come
¿lo recuerdas?
Qué bueno, Jose. El futuro siempre ha estado más o menos cerca o lejos. Cuando pienso en nuestro país, veo una distopía. Un distopía que no es ciencia ficción, pero que es un futuro amargo. Por culpa ni siquiera de nuestros gobernantes. Uno termina dándose cuenta que la culpa no la tienen esos imbéciles, sino nosotros mismos. Los imbéciles somos nosotros, que desde que este país empezó a serlo, nos hemos dejado joder por esos carajos. Otro desvarío. Salud.
Bienvenidos los desvaríos. Gracias por compartirlos. También tenemos derecho. Y los nuestros, en cambio, no hacen daño, tal vez todo lo contrario.
Abrazos,
JU
bello!! hermoso!!! viajaré a ese campo de girasoles en la navecilla verde (que es mas bonita!!!)
Uff! Cómo adoro tus desvaríos! Cómo me gustas, marcianito! Porque aunque escuches música electrónica, tú rockeas duro.
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