Alberto sostiene que las mejores tortillas mexicanas que se consiguen en Caracas sólo se pueden comprar por medio de una operación intrincadísima donde uno siente que lo que está comprando es coca en vez de maíz. Que las vende un solo señor, en el barrio de Artigas, el nombre no se puede decir y el teléfono es complicado obtenerlo –es sólo para algunos elegidos- y que la cita es en el estacionamiento del KFC de Artigas. Te lleva el encargo en una bolsa oscura, tú sueltas el dinero y ya está. No se puede hablar ni distraerse mucho, porque los empleados y vigilantes del KFC tienen órdenes de ahuyentar a cualquiera que no traiga verdaderas intenciones de jartarse de pollo frito.
Había quedado Alberto a las 10.30 de la mañana con el mexicano de las tortillas. Poco antes de llegar Alberto lo llama al celular secreto: estoy llegando a buscar mi encargo. Lo siento no está listo. ¿Y entonces cómo hacemos? Dame una hora, en una hora lo tienes en el estacionamiento del KFC.
Alberto se pregunta: y ahora qué hago durante una hora, Artigas no es un barrio del todo seguro, pero meterse un desayuno del KFC puede ser aún más peligroso. Recuerda entonces que hay una carnicería por allí cerca donde acostumbraba a comprar la carne con sus padres cuando era niño y vivían por la zona. Mejor compra la carne para rellenar los tacos de una vez y así hace tiempo de una manera eficaz. Se enfila hacia allá.
El lomito tiene buena pinta, la gente habla de política, bromean con los carniceros, aseguran que hoy van a comprar toda la carne que haya porque luego de las nuevas medidas económicas que anunciará el Presidente esta tarde no se va a poder comer carne más nunca en este país. Alberto está perdido en el lomito, midiendo el tamaño del mundo, de la carnicería y el suyo propio luego de 50 años sin pisar el lugar. La gente al verlo tan serio y tan callado le pregunta si es chavista. Alberto sonríe, hace memoria y responde: “Aquí el lomito es bueno”.
Encara al macizo carnicero que se apoya de ambos brazos extendidos sobre el mostrador: ¿A cuánto me sale este lomito? A 120 mil. Coño, está cariñoso, ¿no?
El carnicero se ríe y suelta una frase que lo justifica todo, que le da sentido al costo de la carne, a la hora de espera por las tortillas, al paseo por Artigas 50 años después: Es que la buena vida es muy cara… y la otra, no es vida.
Un viejito que sale con su bolsita de pollo en la mano, pasando justo en ese momento detrás de Alberto, escucha la máxima filosófica del carnicero y comenta: Ay, hijo, y lo que cuesta vivir esa que no es vida.
Había quedado Alberto a las 10.30 de la mañana con el mexicano de las tortillas. Poco antes de llegar Alberto lo llama al celular secreto: estoy llegando a buscar mi encargo. Lo siento no está listo. ¿Y entonces cómo hacemos? Dame una hora, en una hora lo tienes en el estacionamiento del KFC.
Alberto se pregunta: y ahora qué hago durante una hora, Artigas no es un barrio del todo seguro, pero meterse un desayuno del KFC puede ser aún más peligroso. Recuerda entonces que hay una carnicería por allí cerca donde acostumbraba a comprar la carne con sus padres cuando era niño y vivían por la zona. Mejor compra la carne para rellenar los tacos de una vez y así hace tiempo de una manera eficaz. Se enfila hacia allá.
El lomito tiene buena pinta, la gente habla de política, bromean con los carniceros, aseguran que hoy van a comprar toda la carne que haya porque luego de las nuevas medidas económicas que anunciará el Presidente esta tarde no se va a poder comer carne más nunca en este país. Alberto está perdido en el lomito, midiendo el tamaño del mundo, de la carnicería y el suyo propio luego de 50 años sin pisar el lugar. La gente al verlo tan serio y tan callado le pregunta si es chavista. Alberto sonríe, hace memoria y responde: “Aquí el lomito es bueno”.
Encara al macizo carnicero que se apoya de ambos brazos extendidos sobre el mostrador: ¿A cuánto me sale este lomito? A 120 mil. Coño, está cariñoso, ¿no?
El carnicero se ríe y suelta una frase que lo justifica todo, que le da sentido al costo de la carne, a la hora de espera por las tortillas, al paseo por Artigas 50 años después: Es que la buena vida es muy cara… y la otra, no es vida.
Un viejito que sale con su bolsita de pollo en la mano, pasando justo en ese momento detrás de Alberto, escucha la máxima filosófica del carnicero y comenta: Ay, hijo, y lo que cuesta vivir esa que no es vida.
6 comentarios:
Yo tengo una amiga muy querida y la admiro por valiente, hace mercado por cuotas ,y errante por toda la ciudad. Los tomates son de la carretera de la Unión, (de El Hatillo) ,el cochino debe venir de Camatagua, y para allá se va, los huevos de no se que sitio de la Lagunita y el pan de una panadería andina del centro de Caracas. Tu estabas en un tour parecido con estas tortillas mejicanas del más puro Méjico, pero de San Martín, sitio de mis mejores recuerdos pues mi juventud fué en Bella Vista la que está cerca de la avenida La Paz y, de San Martín, precisamente. Por allá en la época lejana de Alfredo Sadel, de Elvis Presley y del matrimonio de Grace Kelly con Rainiero de Mónaco. Excelente, alegre y jovial como todos los escritos de este estilo, de Urriola, C. Casano
y qué razón tiene el carnicero...
Tanta como el viejito del pollo...
tú podrías ser carnicero
Casano: Gracias por tus fieles lecturas y comentarios, siempre tan sentidos. Conozco a gente entrañable que creció en esa zona, algo muy especial se debe mover allí.
Anónimo 1: Ese carnicero es prodigioso, un portador del saber de la calle y admás con la capacidad de sintetizarlo en palabras sin que falte ni sobre nada.
Enrique: Un placer tenerte por aquí. Sin duda el viejito del pollo es otro filósofo de la vida. Y en ese suspiro que lanzó al salir de la carnicería abrió un camino lleno de vértigo y de verdad.
Anónimo 2: Pues... gracias, me lo tomo como un cumplido.
Interesante aunque me quedé con el deseo de más referencias. En todo caso fue muy ameno aunque no entendí el desenlace.
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