Un benefactor de la humanidad llamado Vincent Moon ha creado un concepto al que denominó Take Away Shows (Conciertos para llevar) y sobre ese principio ha construido un blog imperdible llamado La Blogotheque. No sé cómo se las arreglan Moon y compañía, pero el hecho es que todas las semanas invitan a un artista para que toque un par de temas en un concierto improvisado y callejero, en un bar, una plaza, un cruce de peatones, una fuente o donde se pueda. El miniconcierto es filmado con equipo básico: un director/productor, un camarógrafo, un sonidista. Y luego esa gemas, mínimamente editadas, son colgadas para que gratuitamente uno se asome a ese concierto que de otra manera no seríamos capaces de ver jamás.
Dentro de las joyas extrañas que florecen en este jardincito tan peculiar del Monsieur “Vicente Luna” hay una que me llama poderosamente la atención: Bloc Party en las afueras de un bar parisino. Para hacerles corto el cuento la historia va más o menos así: el líder de los Bloc Party es un muchacho de Liverpool hijo de inmigrantes nigerianos, se llama Kelechukwu Rowland Okereke, aunque por razones obvias le llaman Kele, a secas. Okereke es un cantante prodigioso y sus letras son de una poesía honesta y oscura. Sin embargo, parece que el tipo es de una timidez crónica, casi no habla y suele mirar al suelo; cuando se sube a un escenario se transforma y se comporta como cualquier rockstar, pero de resto es de esos sujetos que viven y miran mucho más hacia dentro que hacia fuera. Cuando Vincent Moon lo va a buscar para hacer el conciertito para llevar, Kele estaba concentrado en su cerveza y anclado en el margen de seguridad que le daban sus compañeros de grupo. Costó media hora convencerlo para que saliera a la calle y luego otro tanto para que decidiera qué era lo que iban a tocar. Finalmente, con un grupete de 30 afortunados transeúntes, parados en medio del frío, Kele y su guitarrista se deciden a tocar This Modern Love.
Y entonces, diría Lorca, ocurre ese milagro cuando el Duende se precipita sobre el artista. El hombre cae en una especie de trance y progresivamente va tejiendo una red de complicidad e intimidad con los cuatro gatos que lo acompañan. Creo que el sueño de todo artista, sea que haga músicas, cuentos, poemas, esculturas, cuadros o edificios, está en encontrar por un instante de su vida a ese interlocutor con el que logra edificar un puente tan sutil como irrompible. Algunos tiene la dicha de conseguir millares de interlocutores, para otros hay 4 fabulosos gatos. Basta y sobra.
Más allá de que a uno le guste o no la música de Bloc Party hay algo que se detona en esos cortos minutos que parece estar cargado de sentimiento y que huele a verdad. Ocurre entonces que la cámara gira sobre su eje, salimos de la cara de ese duende negro y nos paseamos por los rostros de quienes se han desviado en su marcha nocturna para escucharlo cantar. No sé qué otro término encajaría para describirlo, a mí se me ocurre que magia. Sí, magia no está nada mal.
5 comentarios:
Querido José:
G R A C I A S (escuché, degusté, sonreí...sonrío...)
Un abrazo muy grande desde aquí...
Y que agradable ,fué releer tu trabajo, con el cantante nigeriano como fondo musical,Sofía Giusti.
"(...)el duende hiere, y en la curación de esta herida que no se cierra nunca está lo insólito, lo inventado de la obra de un hombre."
Pareciera que el duende saltó de Kele a Venezuela para poder escribir de esta forma sobre esta serenata a la noche, que deja una herida que no se cierra nunca.
¡Olé!
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Qué suerte leerte y descubrir cosas nuevas, qué suerte para mí que no lo dejes.
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No se por donde comenzar...
aaaaaahhh si, porque tienes los pensamientos en línea, las ideas claras y la manera de expresarlos, genial...
la internet es esto, diversión, diversión, entretenimiento, comunicación...
gracias...
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