martes, 1 de diciembre de 2009

Khonnor, ya no hace tanto frío en Vermont


Hace unos años escribí en este espacio sobre el chamo Khonnor, ese niñito de Vermont que a los 17 años se sacó un disco de las vísceras y los huesos al que tituló Handwriting. Lo hizo él solo, en su habitación de casita suburbana de Vermont y, fiel al nombre con el que lo bautizó, lo hizo a mano limpia, con apenas una guitarra, una vieja computadora y un micrófono que precisamente por no sonar bien le dio el justo sonido a eso que necesitaba sacarse del estómago. Escribió, con toda honestidad y toda torpeza, sobre el amor y la muerte, exactamente lo mismo de lo que al final escribimos todos los hombres en todos los tiempos.

Era inevitable escuchar aquella gema extraña del chamo Khonnor sin pensar en su predecesor, el infante terrible Arthur Rimbaud. En que la genialidad cuando ataca tan joven es tan sublime como despiadada. Y que siempre, aunque el cuerpo siga vivo, acaba convirtiéndose en una metáfora de suicidio. Nada más tenía que decirle al mundo el joven poeta a sus 19 años, ya todo lo que había venido a decirnos estaba dicho, y por eso abandonó la poesía y se fue al África a traficar armas. No era descabellado pensar que algo similar ocurriría con el joven músico maldito de Vermont.

Pero Khonnor no renunció. Los Rimbaud modernos se meten en talleres de poesía para que alguien con lentes y bigote les enseñe a escribir bien y a ganar concursos de poesía. Khonor se domesticó el talento, se sometió a un lavado y engrase con extra de pulitura, se hizo famoso y vendió discos; se compró computadoras de verdad y micrófonos de verdad y se cansó de ir al Sonar de Barcelona -de día y de noche- para que las masas de conocedores le rindieran pleitesía. Y en el 2008, en un estudio nada casero y con el Big Money de por medio, grabó otro disco al que llamó Softbo EP. Que no está mal, es un disco correcto, es la obra un poco más madura de un hombre más maduro que ya ha sido curtido por la vida.

El Khonnor de 22 -eso lo enseña la experiencia- ha aprendido a no hablar de él, sino de sus influencias. Tiene otra máscara (que siempre las usó, pero ahora es otra distinta). Ya no suena como Khonnor sino que suena a esos grandes músicos de culto a los que escucha Khonnor, a los que imita, a los que se ufana en homenajear o superar. Ha aprendido el muchacho a alisarse las arrugas de la camisa y a metérsela por dentro del pantalón. Ya sabe la diferencia exacta entre salir a la calle sin peinarse y lo que es llevar un corte que simula, pelo por pelo, estar meticulosamente despeinado.

Nunca sabremos qué habrá pasado con Megan, aquella noviecita de la adolescencia a quien Khonnor le regalaba una canción desgarrada (Megan Present) hace cinco años. Quién sabe si a la tal Megan le habrá parecido demasiado intenso y demasiado freak –tanto el regalo como el personaje- y eso mismo ayudó a acelerar la maduración del joven artista y la metamorfosis de su máscara. Lo que sí sabemos es que ahora el tipo prefiere componerle canciones a las Kite Tits, quizás porque los senos de Kite deben ser el premio que Megan no le quiso dar.

No acabó Khonnor traficando drogas ni armas ni en la trata de blancas. No sufrió ese arrebato que le impulsara a retirarse del arte ni de la vida para meterle a la existencia tamaño golpe de timón. Le cicatrizaron las heridas y se dio cuenta, con los roces que le fueron poniendo la piel gruesa y con los años que lo curaron todo al tiempo que lo arruinaron todo, que con la adultez las cosas suelen ir perdiendo su peso y se van haciendo menos graves. Y que la idiotez funciona como un mecanismo de defensa si se quiere sobrevivir en esta tierra.

No se fue al África el chamo Khonnor, se quedó en Vermont donde -diga lo que diga el termómetro- ya no hace tanto frío. Ya no duelen los huesos ni sirve ese dolor medular para hacer música. Qué bueno para él. Qué triste por nosotros.

9 comentarios:

  1. Solo puedo decir que es una historia algo freaky!... pero me gusto leerla!

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  2. Wow... de un tirón me lo he leido y me ha dejado más que satisfecha :)

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  3. Este nombre ya lo conocía por ti, como soy tu fiel lector, me di a la tarea de buscar esa otra máscara con cachos, inolvidable, y la conseguí, con fecha, 26 de octubre del 2006: "El chamo Khonnor" Inolvidale también , ambos escritos sobre el personaje, C. Casano

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  4. Ya lo sabes, yo soy rockero y no me suelen gustar estas cosas... lo mío es más duro y más bestia; pero es que escribes tan bien y le pones tanto que a uno le acaban dando ganas de escuchar al tal Khonnor y deseándole frío, frío que se congele.

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  5. Hablar de máscaras sigue siendo difícil, a fin de cuentas nosotros "personas", nos escondemos tras ellas...

    Lo del chamo Konnor no es tan criticable, se dejó "domesticar" y asumió que con eso llegaría la madurez. A veces son sólo fórmulas, otras nada más posturas para un determinado fin, no sé. Quizás la voz interior un día le grite, le pegue tal alarido que aún queriendo, no va a lograr reconocerse y entonces, sólo entonces, comprenderá que la madurez no se lleva en el filo del pantalón bien planchado o las heridas que aún cicatrizadas, dejaron huella, sino que va un poquito más allá.

    Cómo saberlo...

    Ophir

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  6. Es difícil que una persona que pase por la madurez no cambie y deje de ser el revolucionario que conocíamos, con los años se pierden los ímpetus de querer cambiar al mundo. Una lástima pero siempre sucede.

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  7. No, eso no siempre sucede y sí, da dolor cuando pasa.
    Un abrazo, José.

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  8. Vale la pena reafirmar las gracias por hacerme descubrir la música de este pana.

    Saludos.

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  9. La verdad que se me sorprendió que a tal corta edad se inventara algo como el folk electronico. O lo que sea que es. Prueba con Ricardo Tobar. Si David Lynch fuera Dj, haria esto.

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