La vida de Philip K. Dick es atormentada y fascinante desde su nacimiento. Aterrizó aquí un 16 de diciembre de 1928 pocos minutos antes de su hermana gemela Jean Charlotte Dick, quien moriría seis semanas más tarde. Se cuenta que la infancia y la adolescencia del pequeño Philip transcurrieron en la extraña compañía de una amiga imaginaria con la que nunca dejó de interactuar. Incluso, años más tarde cuando se hizo escritor, el tema de los gemelos fantasmas fue recurrente en su obra. Y se dice también que alguna vez confesó que en ciertos momentos de fervor creativo no era él quien escribía, sino que una voz interna (como si fuera una radio sintonizada en la justa frecuencia dentro de su cerebro) le dictaba eso que sus dedos obedientes tecleaban sobre la máquina.
Philip K. Dick es de esos escritores como E.T.A Hoffmann, H.P. Lovecraft y T.S. Elliot cuyos nombres están asociados con letras fantasmas. Uno puede pasarse la vida leyéndolo, gozándolo y nombrándolo sin que haga falta jamás ponerle un complemento a esa K. Philip Kindred Dick es, sin duda, un nombre menos simétrico, menos sonoro y bastante menos misterioso, como si ese Kindred definiera a otra persona más concreta y correcta que jamás hubiera podido ser el loco que fue Philip K. (así con su K. kafkiana que sirve de llave a todo un universo oscuro).
Siempre he pensado que Dick es por excelencia la fuente inagotable -e inevitable- para todos los escritores y cineastas de ciencia ficción. Es el loco prodigioso al que siempre se acude para fundamentar y redondear la propia locura. Funciona un poco como Deleuze (el Dios de las notas al pie de página que nadie sabe muy bien qué es lo que está diciendo pero citarlo le da al disparate –al de él y al propio- un peso específico: “vaya, este tipo sí que sabe, no se le entiende nada de lo que dice pero si cita a Deleuze es porque debe tener razón”). De allí que las adaptaciones de Dick al cine nunca son literales (eso sería, además de imposible, infumable) sino que más bien se contentan con estar tocadas por su legado, su espíritu, arropadas bajo su sombra. Eso ocurre con Blade Runner (inspirada en “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”), con Total Recall (cuyo cuento se llama realmente: “Podemos recordarlo por usted al por mayor”), con Scanner Darkly (que se desprende de “Una mirada a la oscuridad”), con Screamers (que se inspira en el cuento “Second Variety”) y con The Adjustment Bureau (del relato “El equipo de ajuste”). Cada una, con sus picos y sus valles, invocan al fantasma de Philip K. y uno siente su presencia allí entre líneas y fotogramas.
Pero lo que más me cautiva -en lo personal- del gran Dick es un episodio de su vida que fue llevado al cómic por Robert Crumb en “La experiencia religiosa de Philip K. Dick”. Resulta que el 20 de febrero de 1974 el tipo sufrió de un insoportable dolor de muelas, llamó a su médico y éste le recetó unos analgésicos. Era tal el dolor que Dick se sintió incapaz de ir por sus propios medios a la farmacia así que pidió que le despacharan la droga a domicilio. Se presentó entonces una chica en su puerta que, además de la medicina, traía colgando en el cuello un dije con la imagen del Ichthys (también conocido como “El pez de Jesús” o “el signo del pez”) que era el símbolo secreto de los primeros cristianos (y que hoy podemos ver pegados, como peces metálicos puestos de perfil y con la cola abierta, en la parte trasera de algunos autos). Aquella imagen resplandeció contra el sol y, sobre todo, dentro de la cabeza del escritor y a partir de ese momento –y durante dos meses- ya no fue nunca más el mismo. Dick asegura que fue poseído por el espíritu de Tomás, un cristiano del siglo I perseguido por los romanos. Y durante 60 días le habló a su mujer (la pobre, debió estar más loca que él para calarse aquello) en arameo, describiendo con precisión las persecuciones de las que era víctima y haciendo muestra de una fe cristiana que en 46 años de vida no había tenido. Luego de dos meses siendo otro (la vieja excusa de “ya vengo que voy a comprar cigarros” para nunca más volver; pero esta vez sin moverse de casa) Dick se despertó un día volviendo a ser él mismo y en perfecto inglés del siglo XX le dijo a su esposa: “Tranquila, ya estoy de regreso, no te preocupes que ya se me pasó”. Y ella, por supuesto, le creyó.
Unos años más tarde Philip K. Dick sufriría de unas jaquecas terribles y un buen día se despertó ciego de un ojo. Llamó de nuevo al médico y éste le rogó que se fuera de urgencia al hospital. Pero Dick, que ya había tenido semejante experiencia la última vez que había llamado al doctor (si un dolor de muelas te manda al siglo I imaginen ustedes lo que podía hacer una ceguera), prefirió quedarse en casa hasta que aquello se le pasara solito (igual que la otra vez). Pero sufriría un infarto del que nunca más se recuperó. Después de varios días en coma profundo fue desconectado y así se nos fue de aquí. Lo enterraron junto a su hermana en un cementerio de Colorado y sobre su tumba colocaron una lápida en cuya superficie está inscripto el nombre de ambos.
La vida de Philip K. Dick, tan alucinada, angustiosa y fascinante como su propia literatura, pareciera haber sido escrita por esa misma voz interior que se sospecha le dictó en secreto algunas de sus obras. Quién sabe a cuántos más estará relatando justo ahora. Y quién sabe a cuántos estarán escribiendo a su vez los hermanos Dick.
3 comentarios:
Shame on me total... pero no lo conocía. Aunque conozco todo lo demás... ¡gracias Jose!
A-nah!
Allí donde tú vives, que sí hay librerías de verdad, puedes conseguir los cuentos completos de Philip K. Dick; son varios tomos, cada uno de ellos un libraco como de 400 páginas.
Eso sí, te advierto, por alguna extraña razón te harán mella y cuando acabes con ellos descubrirás que quedaste un par de centímetros más loca. Buena suerte.
Un beso.
Me encanta leerte y soy tu más fiel lectora, hoy aprendi algo nuevo,el significado del pez con la palabra de Jesús en los carros y la hitoria de este genio ,aunque atormentado, Philip K. Dick
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