viernes, 16 de marzo de 2012

Moebius no se acaba nunca



El sábado pasado se nos murió Jean Giraud, el gran “Moebius”, uno de los autores de cómics que sin asomo de duda se ganó desde muy temprano y para siempre su sitial entre las divinidades de mi Olimpo personal. Un maestro, un héroe, un mago. De los pocos magos que quedaban con vida en este planeta al que nos quieren superpoblar de héroes chimbos, magos que no tienen somera idea de lo que es la magia y supuestos maestros que realmente no lo son ni merecen tal título.

Se nos fue Moebius de este mundo y uno no puede dejar de pensar en que realmente siempre fue un ser de otro mundo, de otro tiempo y otro espacio.

He pensado mucho en cómo hacerle un homenaje personal a un héroe como Moebius, en lanzarme en un análisis sesudo sobre sus aportes al universo del cómic y sus legados para la ilustración y en la construcción de mundos fantásticos. Y simplemente, he concluido, no se puede. No soy capaz. Confieso que no me siento en condiciones de verlo desde fuera de mi más profunda subjetividad y separándome de la tristeza que siento al saber que ya nunca veremos una nueva obra de Moebius; porque fiel a su palabra, el caballero dibujó hasta el día de su muerte. Estará ahora mismo, seguro, creando otras cosas y en otra parte, pero falta un rato para que la podamos volver a ver y disfrutar.


Conocí a Moebius gracias a mi amigo de la adolescencia Pierre Capechi, el buen "Pierre Simón", quien un día me invitó a su casa y me mostró su colección de revistas de historietas que encerraba en el armario. Allí me asomé por primera vez en ese universo del que no podría ni querría escapar nunca más, el que habitaba en las revistas Cimoc, Metal Hurlant, Tótem, El Víbora y en aquellos hermosos volúmenes integrales de tapa dura editados por Norma Cómics. Acordé con Pierre en esos tiempos, bajo juramento de cuidarlos más que mi propia vida, que me prestaría uno a uno sus cómics para llevármelos a casa, mirarlos con cuidado y devolverlos una semana más tarde.

Desde ese momento, instantáneamente, con una convicción que no me ha abandonado a pesar del paso del tiempo que lo arruina todo, le abrí un espacio en mi parnaso particular a tres dioses: Enki Bilal, Milo Manara (por razones obvias, porque nunca nadie jamás ha podido ni podrá dibujar mujeres tan hermosas y seductoras) y a ese tal Jean Giraud apodado “Moebius”.

En aquel entonces guardaba celosamente los cómics prestados en la gaveta inferior de mi mesita de noche, jurando que allí se encontrarían bien escondidos y a buen resguardo. Hasta que un día mi padre me dijo: “Chamo, ¿no tendrás por allí más revistas de esas de cómics? Son un poco porno, pero están buenas”. Y allí se abrió un nuevo espacio de intercambio entre el Vegetal y yo. Empezamos a buscar cómics, a comprar cómics, a prestarnos y regalarnos historietas como si fuésemos dos carajitos.


Algunos años más tarde, cuando estaba recién graduado de la universidad, conocí en el trabajo a mi gran amigo Fedosy Santaella. Durante un tiempo fuimos simplemente compañeros de oficina y, como vivíamos cerca, compañeros también de transporte. Un día me pasaba a recoger por casa Fedosy y al siguiente me tocaba a mí pasar por él. Cierta noche Fedosy, justo antes de bajarse del auto, me invitó a tomar algo en su apartamento, me sirvió una cerveza y me dijo: “Ven por aquí, para mostrarte una vaina”. Y por segunda vez en mi vida alguien me llevaba hasta la puerta de su clóset, abría ritualmente las puertecillas y me mostraba su impecable y atesorada colección de cómics. Fedosy, sin necesidad de buscar entre las centenares de historietas que tenía allí, con precisión quirúrgica extrajo un volumen: “Mira esta belleza, mi pana”, y me puso sobre las manos una gema entre las gemas, un cómic de Silver Surfer cuyo guión era autoría de Stan Lee y las ilustraciones de Moebius.

Recuerdo ese momento como si se tratase de la secuencia de una película. Y lo recuerdo, sobre todo, porque estoy seguro de que en ese preciso instante se detonó un guiño del destino, una muestra evidente de complicidad, la certeza de que la amistad con Fedosy estaba respaldada por una solidez absoluta: la pasión por Moebius nos hermanaba. Me gusta pensar que si no fuera por Moebius no hubieran existido hoy día Los hermanos Chang.


Siguieron transcurriendo los años y la vida -con sus vueltas insólitas- me terminó llevando al Banco del Libro. Y allí tuve la oportunidad de convertir a mi pasión por los cómics en mi trabajo. Se les ocurrió allí –Dios mío, gracias por rodearme siempre de locos entrañables- darme carta blanca para investigar sobre los cómics, hacer eventos con cómics, viajar por otros países para hablar de cómics. Y en todas y cada una de esas aventuras, siempre, absolutamente siempre, estuvo presente Moebius. No hubo una sola oportunidad en que no me refiriera a él o que no incluyera alguna de sus obras en mis presentaciones. Moebius era mi talismán, la única garantía de que las cosas, necesariamente, iban a gustar y a salir bien. Porque, más allá de la felicidad o infelicidad de mi trabajo, algo tocado por el fantasma y el imaginario de Moebius se me ocurría que resultaba siempre infalible. Y, lo juro, Moebius jamás me falló.

Así que se murió Moebius este sábado 10 de marzo de 2012 y en medio de la desgracia que significa su partida hay un consuelo que me queda y que nadie me quita: Moebius, tal como la banda de donde tomó su nombre, es infinito, eterno, Moebius no se acaba nunca. Seguirá estando en millares de cosas que nosotros y los nuestros hayamos hecho, hagamos ahora mismo o estemos aún por hacer. Moebius vivirá por siempre en todos y cada uno de los que nos hemos asomado a su obra y nos hemos contagiado por su fantasía. Así que buen viaje, maestro, nos despedimos con un hasta siempre porque, de una forma u otra, así sea por los caminos más extraños y las vías más insospechadas, siempre nos seguiremos reencontrando.



4 comentarios:

  1. Esto es una belleza, maestro; una belleza.

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  2. Me encantó, aunque no soy especialista como tu amigo Roberto Echeto;lo que me demuestra que aún siendo ignorante en la materia,puedo disfrutar enórmemente esta lectura.
    Gracias Urriola como siempre,
    C. Casano.

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  3. Maestro, qué auténtica belleza. Mil gracias a ti y a Moebius. Duro contra los malos.

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