Brujas debe ser una de las ciudades más
espeluznantes que haya conocido en mi vida. No, no porque sea fea, por el
contrario, es preciosa (tan bonita que uno no se imagina viviendo allí jamás),
la culpa del espanto que me produce Bruselas se la debo a la Sopa del Pescador.
Aunque estábamos cortos de presupuesto,
cortísimos de verdad, nos la arreglamos para tener un día libre dentro de la
cobertura del Festival de Cine Fantástico de Bruselas, alquilar un carro con
dinero del propio bolsillo y así irnos a conocer Brujas y Amberes que nos
habían dicho que no tenían desperdicio.
De Brujas no pasamos. A Amberes no la
conocimos jamás.
Pero volvamos a la Sopa del Pescador que es
la protagonista y culpable de toda esta historia. Llegamos a Brujas pasado ya
el mediodía y con un hambre inclemente, nos dimos una vuelta de reconocimiento por
todo ese pedrero hermoso y cubierto de musgo y nos sentamos en un local a comer
algo antes de que cerraran la cocina. Bujía, el más elegante de todos, pidió una
cacerola de mejillones con papas fritas, Richita (el grandísimo Richita,
nuestro asistente de cámara oriundo de Guarenas) pidió sus espaguetis a la
boloñesa “y me traes mayonesa, el mío” –así en venezolano– mientras que Emil y
yo nos lanzábamos en mala hora con la bendita Sopa del Pescador.
La Sopa del Pescador, me disculpan la
ignorancia gastronómica que se evidenciará en la descripción a seguir, es una
especie de potaje de color naranja donde se encuentran licuados una cantidad
deliciosa de monstruitos marinos. Sé que lleva camarones, que hay tropezones de
algo que creo que es salmón, que tiene almejas y mejillones y que es una de
esas sopas que uno no se bebe sino que mastica, y cuando la masticas hay
cositas que crujen, asunto que hace pensar que esos animalitos los lanzaron
allí dentro con concha y todo. Para colmo de males, te traen en un plato al
lado un poco de queso rallado, una mayonesa preparada con especias aromatizadas,
trocitos de pan tostado y no-sé-qué-otra-vaina más rica en grasas
hipersaturadas. Y uno va de troglodita y le echa todo eso a la bomba marina que
se está sorbiendo.
Nos metimos aquello, pagamos la cuenta, nos
dimos una vuelta por Brujas y qué bonitos los puentes de piedra y mira los
cisnes en el canal y los sauces llorones y qué vaina tan buena esta locación
para una película de terror y qué guapas que están las belgas (y si son
flamencas más), y a todas estas Emil iba especialmente callado mientras Richita
aseguraba que la salsa boloñesa sola era un asco pero si le metías mayonesa se
ponía divina… hasta que Emil dijo “Coño, papá, yo creo que me siento un pelo
mal”.
“Tranquilo, bróder, que ahora agarramos
carretera hacia Amberes y ponemos musiquita y tú bajas la ventana y con el aire
fresco que entra seguro que te sientes bien”.
Y eso hicimos. Y cuando vimos el cartelito en
aquella autopista prodigiosa que aseguraba “Antwerpen 5 Km”, Emil comentó desde
el asiento trasero: “Coño, papá, yo creo que mejor te paras que voy a vomitar”.
Y no lo acababa de decir cuando empezó a vomitar como Linda Blair en El
Exorcista, igualito pero en vez de verde anaranjado, chorros y litros de una
masa infesta de bilis con Sopa del puto Pescador y tropezones de salmón. Una cosa que inundó el carro en pocos
segundos. Todo era anaranjado. Y no sé cómo hizo Bujía, que iba al volante,
pero se las arregló para orillarse en el hombrillo sin necesidad de pisar los
pedales porque estábamos ya todos en cuclillas encaramados sobre los asientos
mientras Emil seguía soltando a borbotones todo un ecosistema marino licuado
por la boca.
Nos bajamos del carro y nos dignamos, con los
brazos cruzados y las caras hechas una mueca, a ser testigos de cómo Emil
terminaba de vaciar la bilis sobre la cuneta mientras Richita le sostenía la
frente como una madre.
“Mierda, panita, y ahora qué hacemos”. “Nada,
vamos a devolvernos a Bruselas y allá llamamos a un médico”. “Qué cagada”. “Sí,
qué cagada”.
Nos subimos de nuevo al carro –cuidadito con
no pisar la marea naranja, eso sí–, pero aquella pestilencia era insoportable. Íbamos
los cuatro controlando la arcada hasta que decidimos que ni de vaina íbamos a
poder llegar a Bruselas (aún a dos horas de camino) con aquel quinto pasajero
dentro de la cabina. Nos detuvimos en
una estación de gasolina y apenas nos bajamos del carro Emil dijo: “Coño, papá,
creo que voy a vomitar otra vez”. Nos llevamos cargado, entre Bujía y yo, a
Emil hasta el baño. Aquel pobre hombre era un despojo humano, un mar de
sudores, temblores, escalofríos, no tenía ni fuerzas para mantenerse en pie.
Richita se quedó junto al auto y allí lo encontramos una vez Emil acabó de
vaciarse entero por el excusado.
Y la imagen que vimos al volver junto al auto,
lo juro por Dios, es de las cosas más impresionantes que haya visto en mi vida.
Estaba Richita a cuatro patas y con las manos haciendo cuenco, metido por la
puerta del copiloto, sacando la marea anaranjada a mano limpia, como un
náufrago cuya balsa está haciendo aguas en alta mar. Se había puesto la bufanda
a manera de tapabocas y allí estaba como un campeón haciendo lo que nosotros no
podíamos. Cuando nos terminamos de acercar al carro nos dimos cuenta, además,
de que Richita estaba armado (todo dispuesto sobre el asiento del piloto) con
un balde de agua caliente, un pote de jabón líquido, dos trapitos y un
aromatizador.
–¿De dónde sacaste todo eso, Richita?
–De la tienda, papá, ¿de dónde va a ser? Por
cierto que el pana que atiende no me entendió nada, así que yo le expliqué que
ahora le ibas tú a pagar. Toda esta vaina que estás viendo me la fió.
–Coño, Richita, qué grande eres, mi pana.
Y sí, el gran Richita limpió todo aquello mientras
lo observábamos, una vez más, como testigos de un evento sobrenatural que
escapaba a todas nuestras humanas posibilidades. No lo ayudamos. No pudimos. Porque
Emil sencillamente no existía, Bujía sufría arcadas con tan solo ver a Richita
haciendo cuenco con las manos… y yo, seamos sinceros, estaba invadido por el
hipocondríaco impresentable que vive en mí y lo único que pensaba era que yo,
necesariamente, tenía que estar también intoxicado y que iba a comenzar a
personificar de un momento a otro mi propia versión de Linda Blair.
Una vez Richita acabó a mano limpia con el
quinto pasajero, nos subimos por fin al carro y nos fuimos a Bruselas. Llegamos
de noche. Y esa noche no dormimos.
Al día siguiente, armados de sendos potes de
aromatizador de lavanda, Bujía y yo nos metimos de nuevo en el carro para irlo
a devolver al aeropuerto donde lo habíamos alquilado. Nuestra gran preocupación
era que nos fueran a clavar una multa en Europcar por devolver aquel vehículo
con aroma a Sopa del Pescador, bilis y lavanda. No teníamos ni un euro para
pagar esa penalización. Nos lanzamos aquel viaje hasta el aeropuerto a -3º
centígrados, rezando y con las cuatro ventanillas abajo.
Ya en el estacionamiento aeropuerto, con el
auto estacionado en los espacios destinados para Europcar, nos atendió un belga
de un blanco imposible, flaco, alargado y provisto con una narizota idéntica a la de Gérard
Depardieu en Cyrano de Bergerac.
“Nos jodimos, Bujía”. “Estamos jodidos pa’ la
verga, Urriola”.
Coño de la madre… y el tipo no lo olió. Por
un extraño milagro de todos los dioses y santos de todas las religiones
existentes, el pana no olió nada. No sabemos cómo pero el tipo revisó el carro
por fuera y por dentro, se sentó al volante, revisó el medidor de la gasolina,
se asomó con detalle a ver el cuentakilómetros, se cercioró de que no habíamos
dañado la tapicería ni nos habíamos robado el gato y nos despidió con un: “Voilà.
Mercie, au revoir”.
Hoy día estoy seguro de que ese viaje en tren
del aeropuerto de Bruselas a la estación cercana al hotel Crowne Plaza es uno de
los momentos más placenteros de mi vida.
11 comentarios:
jajajajajajaja, chamo, qué risa. Hacía tiempo que no escribías de Richita. está buenísimoooo
Hablando con honestidad: cuando vi el nombre del post pensé "qué loco Urriola que adelantó el Halloween", pero cuando lo leí y ví que se trataba de un lugar, me dió un ataque de risa adicional al de la anécdota. Fue realmente un día de "Brujas" hasta el sorprendente desenlace.
Coño, pero dime que le invitaron una cerveza a Richita despues de todo eso, ese hombre es un héroe!!!
Jose que simpático este personaje de la vida real de tus viajes, el mismo que se quedó encerrado con el actor Richard Gere, y el que los salvó en el aeropuerto francés con su "Tu e bel" Felicitaciones y gracias por el rato tan ameno de tu narración. C.Casano
Chamos...richita es asi como el Gremlin Gilberto de la gorda o el pana Johnny de Cagigal...???
... y todos entendieron que en el próximo viaje debían ordenar sabiamente, pasta boloñesa con topping de mayonesa...
Muy bueno y cómico. También me pareció raro el título como Deyanira Díaz.
Deyanira: es que me hubiera gustado titularlo Noche de Brujas, pero como el asunto transcurrió de día, a plena luz del sol, pues no podía trampear tanto a la realidad. Y no, por más que Richita sea una especie de superhéroe jamás le hicimos caso en lo de la salsa boloñesa con topping de mayonesa. Eso también es comida para campeones.
German: Por supuesto que le invitamos a una birra y hasta nos prestamos a ser sus cómplices e intérpretes en todos los casos en los que se antojó de alguna chica belga (y eso que fueron un montón)
Anónima: Es que a Richita le debemos no sólo momentos de muchas risas, sino también, estoy seguro, la salud y hasta la vida.
Hans: Gracias por recordarme al Gremlin Gilberto, esa es otra anécdota que me encantaría ponerme a intentar escribir un día.
Toña: Gracias por leer y comentar, qué bueno que te has reído.
Un abrazo para todos, gracias por leer y comentar.
Jose
jajajajajaj que bueno!
Gracias Urriola, no creo tener las herramientas para evaluar tu trabajo, pero desde un punto de vista emocional, tanto el título como el relato me agradan. Yo no lo cambiaría, es perfecto considerando el nombre del pueblo y lo que allí pasó.
Anidé en este blog porque me gusta lo que leo, me divierte, y a veces, tal vez muchas, me lleva a la reflexión.
Gracias.
voilá:
Waterzooi du Pêcheur
*sólo para estómagos fuertes*
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