Los venezolanos –no sé, la verdad, si sea una
razón para enorgullecerse o preocuparse- tenemos un PhD en materia electoral.
Somos Doctores y Doctoras en lo que a elecciones se refiere. Se nos ha hecho
normalísimo acudir a las urnas (a las que sirven para depositar los votos, me
refiero; aunque a las otras también nos han estado enviando masivamente en
estos 14 años) una o dos veces por semestre. Quizá sin estar conscientes de que
en una de estas se nos va a aparecer Lawrence Fishburne (en su papel de Morfeo,
el de Matrix, vestido de cuero negro y con lentes oscuros) y nos haga caer en
cuenta: No, bróders y sisters, esto que llaman realidad no es normal: Welcome to the real world.
Pero como somos tan doctos en esta extraña
materia de votar tantos años seguidos hasta dos y tres veces por año, es
nuestra responsabilidad compartir con los votantes neófitos -del patio y del resto
del mundo- nuestros aprendizajes como insignes y expertísimos votantes.
He aquí nuestras humildes instrucciones para
sobrevivir a un proceso de votación venezolana sin naufragar en el intento:
5:00 a.m. Usted se levanta sin necesidad de
que nadie lo despierte, con un ánimo explosivo comparable al de un maratonista
que se dispone a lanzarse los 40 kilómetros y llegar entre los 10 primeros
puestos. Si bien la emoción es buena, no se extralimite, este maratón va a ser
de 80 km (y puede que hasta de 120). Dosifique sus fuerzas mire que las va a
necesitar mucho más de lo que ahora en estas horas de la madrugada se puede
imaginar.
5.30 a.m. Usted está ya parado en la fila de
su centro de votación. Le pide entonces al pana que está ubicado atrás que le
guarde el puesto porque, a pesar de que ha votado 30 veces en ese mismo centro
de votación, uno nunca sabe si va a aparecer en la lista de votantes a quienes
corresponde ejercer su derecho en esas mesas. El vértigo será idéntico siempre,
como si fuera la primera vez, y en un punto, entre esa catarata de números de
cédula malpegada con tirro a una cerca metálica, usted no se va a encontrar y
va a temer que una mano peluda le ha cambiado su centro de votación a uno que
queda en San Fernando de Atabapo. Al final, luego de largo minutos de ansiedad
concentrada, usted se encuentra en la lista y con la emoción de quien ha metido
un golazo desde la media cancha vuelve a la fila que ya tiene el doble del
tamaño de cuando se marchó.
6:00 a.m. La fila para votar se ha
transformado -en la misma medida en que se levanta el sol y comienza a calentar
el día- en un bochinche criollo. Hay vendedores de café con leche, pastelitos
andinos, empanadas de queso, cazón, carne mechada y dominó, también de
ponquecitos y hasta una doña con cachapas. Y usted por un momento se olvida que
está allí para votar sino que más bien está esperando con un poco de panas a que
abran las puertas para entrar a un concierto. El factor bochinche es la
constante que acaba caracterizando a toda concentración de 3 o más venezolanos.
7.00 a.m. La gente se pone nerviosa porque no
han abierto el centro de votación. Los militares del Plan República, haciendo
alarde de su infinita capacidad para no tener la más minúscula idea de cómo
tratar con civiles sin necesidad de considerarlos un batallón, exigen que nadie
se salga de la fila, que nadie hable en voz alta, y que recuerden toditos que ellos
están facultados de arrestar a quien se salga de la línea. También se empeñan
en dejar muy en claro que los civiles no están allí porque es su derecho y su
voluntad, sino porque Ellos en la FANB (a los militares les encantan las
mayúsculas y las siglas que no pegan ni con cola y que al ponerlas juntas
suenan siempre a fármaco antidiarreico) están dispuestos, sólo por hoy, a
permitir que la gentecita menor (es decir, los que no llevamos uniforme) ejerzan
el voto.
8.30 a.m. Finalmente se abre el centro de
votación. Se le da permiso a que entren los primeros 10 votantes de cada fila.
A todos menos los de la fila 8 porque hay problemas con la máquina de votación.
Todas las demás ya están activas. Y sí, no hace falta que se vuelva a buscar en
la lista: usted siempre estará en la fila 8 y siempre le tocará esperar a solucionen
lo de la máquina, a que venga un técnico del CNE a repararla o a cambiarla.
9.30 a.m. Todos los que llegaron a la misma
hora que usted ya votaron, se están comiendo la segunda ronda de empanadas,
ponqués y cafecitos con leche. Y el técnico enviado (en carrito por puesto)
desde el CNE nada que llega
10.30. a.m. Ídem. a la anterior.
11.30 a.m. Ídem a las anteriores pero ahora a
Usted le suenan las tripas.
12.00 m. Un sujeto con gorra que dice NYU o
NYPD o NY Yankees o alguna vaina similar pero siempre relacionada con Nueva
York (de esas gorras que están empotradas en la cabeza, o cosidas al cuero
cabelludo, o acaso son ya la cabeza misma -como una extensión del cerebro-,
quién sabe, la verdad es que nadie jamás ha visto a ese tipo sin la cachucha)
empezará a hablar por celular a todo volumen justo en la pata de su oreja y
repetirá a voces el mismo parlamento de siempre: “Coño de la madre, chico, cómo
es esa vaina que no está votando nadie ni en Petare, ni en Santa Mónica, ni en
San Agustín ni en Montalbán, que las colas son de puros viejos y que los
jóvenes en esta mierda no quieren votar. Estamos jodidos”. Un círculo de
curiosos hará una rueda de prensa improvisada alrededor del encachuchado y éste
se inflará (aún más, porque su barriga ya era del tamaño de su ego) y se
encargará de explicarles a todo vatio la verdad de absolutamente todo y por qué
esta vaina no tiene, ni tendrá, arreglo ni futuro.
1:00 p.m. Sigue usted en la cola (puede que ya
en cuclillas o simplemente echado como un costal de papas en el suelo) cuando
en eso se aparece piadosamente su esposa o su madre (que ya votaron hace 5
horas) con una mandarina o un panqué Once-Once que usted se come con el
desespero de un náufrago y al que si acaso alcanza a quitarle el envoltorio
pero, en el caso de las mandarinas, nunca las semillas. Cuidado con esto,
porque no será el primer caso que a la vuelta de 3 meses tendrá un retoño de
arbolito de cítricos germinándole en el esófago o en el intestino.
2:00 p.m. Finalmente llega el técnico del
CNE, el único con licencia para reparar la máquina de la mesa 8, y entonces dejan
entrar a los primeros 10 votantes de la fila. Nunca le explicarán si la máquina
estaba mala, si la arreglaron, si pusieron otra nueva o si era que a nadie se
le había ocurrido apretar ese botoncito rojo que decía On. Pero a usted le toca
esperar a la segunda tanda porque es el número 11 de la cola (para ahondar aún
más en su desesperación y para el beneplácito infinito del soldado que custodia
la temible fila de la mesa 8): “Cahallero, por favor, te dije que te detente,
te dije ya”.
3:00 p.m. Mandan a pasar a 10 votantes más de
la fila 8, entre quienes se incluye. Usted camina con paso acelerado hacia su
mesa de votación (que siempre estará ubicada a una distancia promedio de 1 km
de donde se forma la primera fila) pero en eso escucha el grito de un soldado
que dice: “¡Álvarez Álvarez, revísame bien al de la chaqueta verde!” (sí,
usted). Entonces un segundo soldado le saldrá al paso con su fusil a cuestas
para hacerle una requisa exhaustiva a un costado mientras los otros nueve pasan
de largo.
3:30 p.m. Finalmente está usted, cédula en
mano, en la fila para someterse a la máquina captahuellas, luego se forma en la
fila de la mesa 8. De los 9 votantes que le anteceden hay 4 que necesitan
asistencia para votar. La cosa se pone lenta, le tiemblan las piernas, cuando
por fin entrega la cédula y pone la huella dactilar en el acta ya se le olvidó
cómo era que se votaba. Pasa detrás de la cortina, enfrenta a la máquina. Coño
de la madre… ¿se seleccionaba el candidato y se presiona votar o era al revés?,
¿se puede votar ya o hay que esperar que le den el go?, ¿cuáles eran las
opciones que se retiraron y si las marcas son voto nulo? Usted, vuelto un ocho,
vota (o cree votar bien). Recoge el papelito que expide la máquina y se
cerciora de no haberla cagado. Cree que no, pero no lo sabe. Dobla la boleta con
los dedos hechos un majarete y le cuesta un mundo meter ese papel minúsculo en
el agujero de la urna (algo pasa con la leyes de la física en esos instantes porque
la cosa no entra fácil jamás).
3:40 p.m. Usted inserta el dedo meñique en
los botecitos de tinta indeleble. Contento y sofocado se regresa a su casa.
Hace un alto en el camino para tomarse la correspondiente foto del dedo
manchado de violeta. La manda al facebook, al Twitter, cambia su foto de perfil
y la sustituye por la del dedo.
4:00 p.m. Llega a su casa y se desploma
frente al televisor. Ya votó. Satisfacción del deber cumplido. Ahora a esperar
que se sepa algo hasta que den los resultados…
Esta historia va apenas por la mitad, y si
bien ya se imagina lo que se le viene, porque lo ha vivido decenas de veces,
nunca sabrá a ciencia cierta cuánto lo va a volver a sufrir.
Fin de la primera parte.
José, calcaste los escenarios de votación de un venezolano "al pelo". Y adivino, como ya sabemos todos, que la peor parte viene después. Aquí voy a hacer las veces de Susanita (la de Quino): la larga espera frente al televisor que nunca te dice lo que quieres oír hasta que te quedas dormido por cansancio y por fastidio, y luego, el madrugonazo, esa historia de terror que supera las novelas de Stephen King. A Tomar Red Bull y a mantenerse despiertos.
ResponderBorrarHay que se venezolano o venezolana según las normas vigentes de la actual gramática, para conocer esta primera parte,padecidas tantas veces, figúrate falta la segunda parte , la tercera a media noche y el final, "yo me voy de este pais con los ojos llenos de lágrimas" ja,ja,ja, esperemos que esta vez sea para propinarnos la estupenda borrachera con ron sta teresa made in venezuela, como diria Capriles,C. Casano.
ResponderBorrarJosé, mi historia nunca ha tenido nada que ver con la tuya. Fíjate que yo nunca he entendido esa necesidad absoluta de los venezolanos (y venezolanas) de madrugar para todo, y siempre, SIEMPRE (en las 50 mil elecciones que me ha tocado vivir en estos 10 años votando) he ido a mi centro de votación exactamente a las 2:00 pm. Es una hora perfecta porque ya no hay tanta gente, pero tampoco tan poca como para preocuparte por si te cierran el centro si ya no hay cola. Lo irónico es que ahora que vivo en Valencia (España) tendré que tomar un autobús que sale a las 2:00 am, para poder llegar al centro de votación de los venezolanos (y venezolanas) que vivimos en Valencia, Baleares, Castellón, Alicante, etc etc, que queda en Barcelona. Este madrugonazo es el que me toca pagar por tantas votaciones sin madrugar...
ResponderBorrarMe encanta esa jerga con la que has contado todo y desde luego, hay que estar muy motivado para votar en Venezuela.
ResponderBorrarbss