En el pasado capítulo (que es el mismo que
éste, pero al ser extralargo lo picamos en dos) lo dejamos a usted desinflado
en su sofá, echado frente al televisor, esperando a saber noticias de cómo iban
las elecciones. Contando con el hecho de que usted lleva 12 horas despierto -y
además han sido horas de trabajos voluntario-forzados- sumado al hecho de que en la televisión no
hacen otra cosa que retransmitir una y otra vez las imágenes de las largas
colas para votar en Venezuela y en el resto del mundo: “esta ha sido una
jornada histórica, una verdadera fiesta democrática en la que el pueblo
venezolano ha demostrado al mundo su talante democrático…”, así como las
imágenes (hasta cuándo) del momento en que votó esta mañana muy temprano el
candidato tal (el mismo que usted ya conoce de sobra porque lo ha visto
engordar durante 14 años de elecciones y menos mal que esta es la última vez
porque ya su hinchada humanidad no cabe en el plano) y más tarde votó también su
contrincante, el candidato cual (que menos mal que se acabó la campaña porque
ese pobre hombre se ha mandado como 45 maratones seguidos en los últimos tres
meses)… entonces usted cae fulminado, como si un dedo enorme le bajara los
interruptores del cerebro.
Despertará con el televisor aún encendido y
con las mismas imágenes siempre en loop que le darán la impresión de que no
durmió ni cinco minutos; pero la luz que se cuela por la ventana le indicará
que está cayendo ya la tarde y, en una medida directamente proporcional a la
llegada de la noche, se está imponiendo una tensa calma que en algún momento
amenazará con estallar como un hongo atómico si a alguien se le ocurre meterle
un alfiler.
6.30 p.m. Se toma un café negro de esos que
sólo sabe hacer su mamá, se despereza, se lava la cara y los dientes y se va a
la calle a hablar con los vecinos a ver si con eso logra paliar la ansiedad.
6.45 p.m. El vecino que es su amigo -y prácticamente
parte de la familia- lo invita a ver el conteo de los votos directamente en el
centro de votación: “porque hay que estar pendientes, hay que cuidar todos y
cada uno de los votos”. En el trayecto, haciendo alarde de sus dotes de gran conversador,
su vecino le contagiará su euforia (sabiamente razonada, por demás) para
convencerlo de que estamos ganando, que todo irá finalmente bien, que tiene
datos de buena fuente que le manda no-sé-quién que está muy bien enchufado
porque es amigo íntimo del candidato mengano y que le mandó un mensajito
diciéndole que estamos ganamos aunque por escaso margen. En ese preciso momento
usted nota con el rabillo del ojo que se acerca otro vecino, con el que usted
sólo habla una o dos veces al año (precisamente los días de las elecciones) y a
los pocos segundos de haberse integrado a la charla ya el recién llegado se
encargó de desmontarles toda la contentura a su vecino y a usted. Que qué va,
que él sí que tiene los datos que son y de las fuentes correctas, que esta
vaina la perdimos de calle y que él tiene ya todo listo (lo tiene listo desde
hace 20 elecciones pero ahora sí que va en serio) para irse para el carajo
porque aquí “No future”, así en inglés.
7.00 p.m. Un absoluto desconocido, muy probablemente
el gordo de vozarrón que lleva cosida al cerebro la gorra de los NY Yankees (a
quien conocemos del capítulos anterior) ha estado rondando como un tigre al
acecho y con la oreja parada, se suma entonces sin ser invitado a la
conversación (porque los venezolanos somos así, nos sumamos a las charlas
ajenas para soltar cosas como: “Eso que ustedes hablan no es tan así ¿Ustedes
quieres que les diga una vaina? Pues que me enteré que ahora mismo está pasando
tal cosa en no sé dónde y aquí lo que viene es PEO.”
7.30 p.m. Vuelto un trapo, “medibajo y
cabitabundo”, decide regresarse a su casa. Usted les cuenta a su esposa y a su
madre las malas nuevas. Ellas lo escucharán con cara de póquer y una vez haya
acabado de soltar ese cúmulo de infestas tragedias criollas, le responderán con
un simple: “¿Y tú te vas a creer todas esas barbaridades? Pareces pendejo”. Punto. Fin de la conversación. Bien hecho.
8.00 p.m. Ha llegado la hora del carómetro.
Porque los venezolanos, sobre todo en jornadas electorales, hemos desarrollado
una especie de sexto sentido especializado en medir caras. Y en esa medición
rostral que aplicamos a las personas que aparecen dando declaraciones en la
tele somos además capaces de inferir cosas como: “la vaina está apretada”, “ganamos
pero de vainita”, “perdimos (o ganamos) de calle”.
9.00 p.m. Su carómetro está empezando a
fundirse, echa humo y chispazos. Ha cambiado, a ritmo esquizoide, unas 20 veces
de opinión. Ganamos. No, perdimos. No, mentira, no sabemos. Bueno, sí sabemos
pero no estamos claros. Coño, estamos claros en que no sabemos. Todos esos picos
y valles se van alternando hasta el paroxismo y a veces ocurren incluso en
simultáneo.
10.00 p.m. En vez de café le están trayendo
ahora tazas y litros de infusiones de tilo, valeriana, pasiflora y flores de
Bach. Su mujer ya no habla: reza. Usted masculla las groserías que se sabe más
algunas nuevas que los nervios le ayudan a ensamblar. Debería anotarlas porque
son especies de micropoemas escatológicos.
10.15 p.m. En la televisión -agotados de
repetir una y otra vez las mismas cosas y las mismas imágenes y de hacer
entrevistas punta roma a gente que no tiene absolutamente nada que decir-
deciden entonces hacer un pase permanente para transmitir desde el Consejo
Nacional Electoral en vivo y directo. El reportero encargado de cubrir el CNE luce
un nudo de corbata lamentable, se le nota sudado y avejentado. Usted lo ha
visto encanecer y quedarse progresivamente calvo a lo largo de los años (de las
elecciones, perdón, que aquí el tiempo se mide en elecciones). Pero sobre todo
hoy. Hoy ese pobre hombre ha perdido 5 años de vida en una sola jornada. El
reportero no tiene nada que agregar porque realmente no está pasando nada. La
noticia es que no hay noticias. En pocas palabras: que ahora mismo se está
llevando a cabo el proceso de totalización en la sala de totalización y que lo
que reina es una total incertidumbre y estamos todos vueltos un culo total.
10.30 p.m. La televisión se queda congelada
en una toma en contrapicado de una baranda del CNE. Se espera que en cualquier
momento salgan los rectores del CNE por detrás de esa baranda para dirigirse a
la sala de prensa donde anunciarán los resultados. Pero nada que salen. Y no
van a salir en un ratote.
Y en este punto, subconscientemente, los
venezolanos entonces decidimos –sin siquiera sospecharlo- hacerle un homenaje a
Empire, esa película de Andy Warhol de 8 horas de duración donde lo único que
vemos es al Empire State de Nueva York durante una noche. Bueno, lo mismo,
igualito, el mismo plano fijo donde no ocurre absolutamente nada pero esta vez en
televisión y con el plano de una baranda del CNE. Los huesos de Warhol celebran
en su tumba.
11.45 p.m. Su esposa ha caído rendida, en la
calle no se escucha ni un alma, usted sigue hipnotizado frente al televisor
mirando esa imagen fija de la baranda. Es la baranda más importante del mundo y
la que más horas de transmisión tiene en el universo.
1.45 a.m. Ídem a la anterior.
2.15 a.m. Ídem a la anterior (pero usted
tiene ahora 15 años más que hace 24 horas).
2.30 a.m. Finalmente el homenaje a Empire se
ve interrumpido cuando salen los rectores del CNE de la sala de totalización y
se encaminan hacia la sala de prensa para dar los resultados. La gente corre. Usted
en ese momento tiene las manos sudadas, sufre de taquicardia combinada con
arritmia, intenta despertar a su esposa pero el cerebro lo tiene desconectado
del resto del cuerpo y no es capaz de articular palabra. Emite un gruñido como
de gallo afónico y con eso logra despertarla. “¿Ya?, ¿qué pasó, quién ganó?”.
Usted ni responde.
2.40 a.m. El futuro está encerrado
literalmente en la pantalla. Aparecen sentados los rectores del CNE frente a un
mesón lleno de micrófonos y en el centro de ellos se ubica Tibisay. Tibisay
(con el perdón de todas las otras Tibisays de Venezuela y el resto del mundo)
es la única Tibisay. Es como decir Ronaldo o Xavi o Raúl, puede haber millares
en el planeta pero cuando uno se refiere a ellos se difumina la posibilidad de
existencia de todos los demás. Bueno, es el momento de conocer a Tibisay. Y
sobre todo de enfrentar el curiosísimo súperpoder del que goza Tibisay y que
por lo visto no sirve para nada sino para producir estrés: Tibisay es capaz de
convertir los números en palabras y las palabras en números. Y cuando uno la
escucha jamás entiende absolutamente nada de lo que está diciendo, quizás,
sobre todo, porque uno necesita entenderle en ese instante más que cualquier
otra cosa en el mundo. Tibisay es capaz de decir en esos momentos cosas como:
Hemos tenido una jornada electoral ejemplar con una asistencia a los centros de
sufragio del ochenta y cuatro coma ciento treinta y siete porciento del padrón
electoral, lo que significa unos diecisiete millones cuatrocientos veintidós mil
ochocientos treinta y cuatro coma cincuenta y dos votantes y tres cuartos, y
con una abstención del quince como veinticinco por ciento que significa un total
de pájaro, aspirina, pañal, clorofila, ciclo butanol pero con error porcentual
del más dos o menos dos porciento de los sufragantes que no votaron o que
votaron a medias. Pausa para aplausos (nadie sabe por qué ni mucho menos qué es
lo que aplaude). Tibisay se echa un trago de un líquido transparente que tiene
en una copa junto al micrófono y que todos queremos pensar que es agua pero
algunos aventuran que es vodka o ginebra o tequila blanco o anís. Y sigue con
su extraño discurso: con una tendencia irreversible, después de haber sido
escrutado el noventa y dos punto sesenta y ocho y piquito de los votos, donde
el cuatro punto dieciocho provienen de los votantes que ejercieron su derecho
en el extranjero y el restante noventa y tres punto noventa y dos pertenecen a
especies no identificadas en la Tierra ni en Marte donde al parece hubo agua
hace aproximadamente uno punto veinticinco millones de años fuertes…
Y en este momento ocurre una mentada de madre
colectiva, a la madre de Tibisay, la pobre y a esas horas, donde el 100% de los
venezolanos exclama: ¡El coño de tu madre, di ya quién ganó!
Tibisay se manda un nuevo trago de vodka,
ginebra o quién sabe si agua, y finalmente dice, al final de esa catarata de
números que nadie entiende mezclada con morcilla y chispas de chocolate, algo
que medianamente se entiende: la opción ganadora es tal, la del candidato
fulano.
3.00 a.m. Usted grita. De la felicidad o del
desencanto, no sabemos. Lo que estamos seguros es que usted grita. Un grito que
le brota desde las vísceras.
Ya es mañana y es otro día. Confiemos que uno mejor.
Y yo trato de "sobrevivir" ante un ataque de risa, con tu fulana y única Tibisay, los que no son criollos pensarán en exageraciones de Urriola, pero los que si somos "venezolanos y venezolanas" nos vemos retratados en ese espejo.Augusto Herrera.
ResponderBorrarOjalá grites de felicidad esta vez.
ResponderBorrarToda la suerte.
Un beso,
Excelente José. Esperemos que no pase nada. Tenemos que salir con alegría, en paz y sin caer en provocaciones hasta el final. Hay que tener fe.
ResponderBorrarUn abrazo.
Y perdimos de nuevo: lágrimas, duelo electoral," me voy del pais", futuro oscuro... Sin embargo ya volvemos como porfiados, a levantar el ánimo, a seguir luchando aunque tengamos 6 años más para completar los veinte, a prepararnos para las próximas elecciones del 16 de diciembre, para gobernadores y luego las de abril, para alcaldes. Ya somos doctores phd en elecciones, aunque ningunos doctos en ganarlas, C. Casano.
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