Fragmento de Grandes Personajes de la Humanidad a su pesar: Claude R. Eatherly
de Miguel Brieva.
¿Quién se acuerda de Claude Eatherly, “La
consciencia de América”? Yo debo confesar que no sabía de él, o sí que sabía,
pero el cuento me había llegado con ruido de juego del telefonito. Supe de él a
los 9 años mientras le chutaba unos tiros libres a Manuel Antonio Gómez
Castañeda, arquero y buen amigo de la infancia a quien debo, entre otras cosas,
el descubrimiento de la inexistencia del Niño Jesús (al menos el que trae los
regalos en la noche de navidad: “esos son tus papás, bobo, ¿cómo vas a creer
que el tipo va a bajar del cielo a traerte regalos?”, eso dijo). Mientras le
cobraba un tiro libre y ensayaba el chanfle que pocas veces me salió, Manuel
Antonio -enmarcado desde una portería improvisada entre dos matas de plátano- me
habló de un piloto que había lanzado la bomba atómica y se había vuelto loco
del arrepentimiento. “Ese piloto acabó en un manicomio, pasó de ser un héroe a
un loco”.
Muchos años después me puse a investigar
sobre Paul Tibbets, el piloto del Enola Gay (avión nombrado así en honor a su
propia madre), quien fuera responsable de lanzar la bomba atómica Little Boy sobre Hiroshima el 6 de
agosto de 1945. Y entonces concluí que Manuel mentía, que Paul Tibbets acabó
siendo considerado un héroe (cosa que se creyó) y se retiraría siendo general
de brigada y en su santa vida se arrepintió de haberle provocado la muerte
directa a unas cien mil personas. Él había cumplido con su deber y si se le
diera una segunda oportunidad la volvería a aprovechar, eso declaró decena de
veces. Y punto.
Pero la vida hace unas jugadas muy extrañas justo
en los momentos más insospechados y anoche me encontraba leyendo un libraco
prodigioso que me regaló mi esposa hace pocos meses: Memorias de la tierra del escritor e ilustrador andaluz Miguel Brieva,
donde se compilan sus obras como viñetista gráfico; y allí me enteré de la
existencia de un tal Claude Eatherly a quien Brieva le dedica un apartado. Y, perdonen
la expresión pero es la única que aplica: “el coño de la madre”, me di cuenta
de que Manuel Antonio Gómez Castañeda tenía razón aquella tarde de chutes,
postes de plátano y charlas de pilotos y bombas atómicas. Sí que había un piloto
que había pasado de héroe de multitudes a loquito de manicomio.
El asunto es más o menos así: Claude Robert Eatherly
era el piloto del Straight Flush, un
avión de reconocimiento que sobrevoló Hiroshima apenas una hora antes de que el
Enola Gay entrara en escena para lanzar la bomba atómica. A Eatherly le tocó
decir: “el blanco es perfecto, no hay problemas, todo despejado, nadie aquí se
lo espera, vente Tibbets con tu Little
Boy a borrar a esta ciudad con sus japoneses del mapa”. El resto de la
historia ya la conocemos y hemos visto a Tibbets saludando desde la cabina del
Enola Gay y lo hemos visto condecorado y mucho se ha dicho y se ha escrito de
él; pero de Eatherly no sabemos casi nada.
Resulta que Claude Eatherly regresó a los
Estados Unidos y participó en la ceremonia de condecoración como héroe de
guerra. Sí, es verdad, un paso más atrás, es el tipo nervioso y que mira al
suelo, el que está siempre oculto tras los hombros del gran Paul Tibbets, es ése
al que se le nota que preferiría no estar allí y, sobre todo, preferiría no
haber participado de semejante genocidio atómico. A los pocos meses Eatherly intentó devolver su
medalla, no la quería, no le veía nada de loable a lo que había hecho, muy al
contrario, empezó a reunirse con grupos pacifistas y con activistas contrarios
al uso de las armas atómicas, empezó también a hablar de culpas, de
arrepentimientos e incluso a donar sus cheques de veterano de guerra a fundaciones
para familiares de las víctimas de Hiroshima. Mandaba esos dólares acompañados
de cartas cargadas de desgarro y arrepentimiento que recibían en Japón.
Por si fuera poco, Earhly empezó a tomarle
gusto a irrumpir en despachos públicos, oficinas de correo y bancos de Luisiana
y Texas portando una pistola de juguete. Simulaba un asalto, le metía un susto
tremendo a todos los presentes y luego se dejaba llevar por las autoridades: “por
favor, guarden la calma, es tan solo un veterano de guerra que sufre de
esquizofrenia y ansiedad. No pasa de ser un loquito con un arma de juguete”.
Pero al gobierno de los Estados Unidos se le encendieron las alarmas. No les
causaba ninguna gracia que un héroe de la Segunda Guerra Mundial estuviera por
allí haciendo estos actos simbólicos y hablando de arrepentimientos sobre un
asunto que tenía que ser considerado por toda la sociedad como un acto heroico
incuestionable y necesario para la paz mundial. El héroe se les había salido de
control y estaba nadando a contracorriente, había que detenerlo de inmediato.
Le hicieron entonces a Eatherly un juicio express, lo
diagnosticaron fugazmente de desorden de ansiedad, de esquizofrenia, de
síndrome postraumático y lo sentenciaron a reclusión en un centro psiquiátrico.
Desde allí Claude Eatherly, el héroe que había parado en loquito de carretera,
inició un fenomenal intercambio de cartas con el filósofo vienés Günther Anders,
uno de los pensadores pacifistas de mayor resonancia en la lucha por el desarme
nuclear. Anders llegó inclusive a escribirle al presidente Kennedy para tratar
el tema de Eatherly a quien bautizó como “La conciencia de América”, pero sus
cartas fueron olímpicamente ignoradas. Con el tiempo la figura de Eatherly fue
sistemáticamente silenciada, aislada, minimizada. Hoy día son pocos los que se
acuerdan de él. Miguel Brieva desde su mordaz humorismo político convertido en
viñetas es uno de ellos.
Y es inevitable pensar, después de este
cuentote digno de guion de película independiente, en lo escasos que se han
vuelto hoy día estos héroes como Claude Robert Eatherly. Alguien que sea capaz
de salirse del sistema, de renunciar a su heroicidad para hacer un acto de
conciencia, de escurrirse voluntariamente de la Historia por la puerta de atrás
para decir: qué va, esto no está nada bien, vamos a dejar de construir épicas a
partir de tragedias y mamarrachadas. En fin, alguien que se salga del caudal por
el que desaforadamente va despeñado el colectivo para intentar que se detenga,
se devuelva o reconsidere el curso.
Cómo agradecería en lo personal ese gesto
simbólico de alguien que saliera a pegarnos un susto con su pistolita de
juguete y que con su locura nos hiciera conscientes, de una vez por todas, de
la locura colectiva en la que estamos montados.
Digna de lástima, la historia del pobre Ealherly, pero con el final reflexivo como de costumbre, muy al estilo Urriola,
ResponderBorrarAugusto Herrera
Lamentablemente, necesitamos pasar por una tragedia para cambiar. Pero todas las malas noticias que pasan en los medios de comunicación social nos deberían hacer reflexionar y cambiar, pero no sucede así porque los medios vuelven todo un espectáculo.
ResponderBorrarLuego de leer "Más allá de los límites de la Consciencia", la correspondencia entre Eatherly y Anders, queda claro que la anormalidad, desde el punto de vista oficial, fue arrepentirse de haber participado en ese genocidio. Si bien es cierto, él cumplió órdenes, al ver las consecuencias no podía escapar de la culpa con el argumento de la lealtad a su país, al ejército y a sus funciones. Eatherly renunció a una vida de indolencia, como lo hicieron Tibbets, Truman y los demás protagonistas, Eatherly es uno de los personajes conmovedores y ejemplares que no deja la historia del Siglo XX, una centuria marcada por las masacres.
ResponderBorrarHace poco terminé de leer "El piloto de Hiroshima". Terrible seguir la correspondencia para observar cómo en esta sociedad si te oponés al orden, sos "anormal". La "anormalidad" construida desde la medicina sirve para doblegar a las masas. Admiro a los dos hombres, Günter y Claude, dos opositores con el coraje de mostrarnos lo peor de nuestra sociedad. Muy bueno el post, me enteré de datos que desconocía. Gracias
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