El gustímetro vendría a ser como un termómetro cuya escala va del 10 al -10. Cuando algo te fascina la aguja sube hasta el 8 o más. Cuando algo te deja indiferente se clava en 0. Cuando algo no te gusta los indicadores bajan de cero. Y cuando algo te hace daño de lo malo y lo estúpido se te va hacia el -10. Ah, y cuando te dicen una verdad a medias la aguja ronda el 5; porque como decía el poeta Machado: “Nunca digas media verdad, pues cuando digas la otra mitad, te dirán que mentiste dos veces”. Así que si el asunto está por la escala del 5, sospecha. Hay toda una mitad que no gusta, oculta, y cuando te enteres te dolerá el doble.
Es inevitable en estos tiempos que corren mostrarse indiferente ante el caso de RCTV. Confesaré que a mí RCTV, en lo personal, y con la honestidad que arrojaría una prueba del gustímetro, rondaría el 0 con oscilaciones hacia el negativo. Pero para Venevisión y para VTV tendría que pedir una extensión de la escala negativa -un gustímetro especial, mandado a hacer a mi medida-, porque el -10 se me quedaría corto. Insuficientísimo. A Meridiano TV le daría, en cambio, un 7, porque pocos canales del mundo te pasan un Barca-Madrid o una final de la Champions en señal abierta. Sólo por eso me aflojan de las manos el 10 (aunque pierden grados cuando transmiten el Ultimate Fighting, la gaceta hípica o los toros coleados).
Mi gustímetro me dejaría en evidencia en cosas que de seguro caerían mal a un gentío. Me reservo mis resultados en una medición de mis afectos por la escena musical criolla. Del cine de este patio mejor ni hablamos (no se salvarían más de tres). Tendría que confesar que soy heredero de una frase acuñada en la intimidad familiar por mi padre: “En este país hay grandes poetas y pintores, de resto, poca cosa”. Y sin embargo, aunque se me haga terriblemente duro encontrar mis héroes locales, aunque tenga que rasguñar durísimo para que asome uno que otro destello que de verdad me gane el espíritu, yo no quitaría un solo programa. No borraría un nombre. Yo no cometería, ni siquiera, un acto de fascismo familiar en el que le diga a los míos: “En esta casa no se permite ver ese canal”. Que alguien se tome esas atribuciones en niveles colectivos me parece asqueroso, ridículo, abominable (y de nuevo los adjetivos se me quedan cortos e insuficientes en el gustímetro).
Me he pasado la vida tratando por todos los medios posibles de construir un minúsculo espacio donde pueda hablar del cine que me apasiona, de las músicas que en mi canon particular marcarían más de 8, de esos escritores que si leyéramos más apuesto a que habitaríamos en un mundo menos mezquino, o de ese saquito de temas que en mi tan absurda como entrañable máquina-mide-gustos rondarían el 10. Y no pierdo las esperanzas. Sigo en ello. Porque sigo creyendo que mientras más canales haya, mientras más medios autónomos surjan y mientras más distintos sean entre sí, a lo mejor, algún día, yo logro colar un gol. En ese espectro -que hoy desgraciadamente parece cada vez menos posible- de centenares de canales nacionales de todas las tendencias y todos los colores, surgirá uno (aunque sea por ley de probabilidades) que me sacuda el gustímetro. Me lo mueva de verdad y en el mejor sentido.
Por más poderoso que uno sea no se puede someter a los demás a la dictadura del propio gustímetro. Aunque todos alguna vez hayamos acariciado la idea, y sí, en la fantasía nos gustaría. En la vida real nos podemos ganar que algunos nos manden a guardar el gustímetro en lo más profundo de la anatomía. Y bien hecho.