Texto leído el día domingo 25 de noviembre en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2018, en la mesa "Estamos aquí para decir Venezuela: literatura, edición y promoción cultural".
Junto a Tibisay Guerra (Autores Venezolanos) y Rodnei Casares (Libros del Fuego)
Salimos
mi esposa y yo de Venezuela en octubre de 2010. Hace exactamente ocho años que
vivimos en Ciudad de México. No fue una decisión fácil la de irse de Caracas.
Pero las cosas, vamos a ser sinceros, ya estaban mal y anunciaban con ir peor.
Se estaban escribiendo ya claramente con Hugo Chávez los lineamientos de una
historia atroz a la que luego Nicolás Maduro le agregaría sus propios capítulos
de horror. De manera que al tercer asalto en cuestión de un mes, el último de
ellos con el cañón de la pistola apuntándome directamente a la cabeza para
exigir la entrega del celular, le dije a mi esposa: “vámonos, al menos a
probar, quién quita que a la vuelta de unos años la cosa aquí mejore”.
Han
pasado ocho años, cinco libros publicados y una hija desde entonces. Se dice
fácil, pero fácil no ha sido. Ni aquí ni allá
Los
venezolanos, que no estábamos acostumbrados a migrar, nos hemos convertido en
una de la olas migratorias más numerosas y preocupantes de lo que va de siglo.
Y mientras los que se quedaron resisten la debacle en primera persona, los que
estamos afuera seguimos la tragedia a la distancia, como quien es testigo de un
terrible accidente en cámara lenta. Lo que no evita el desastre ni los huesos
rotos. Los que estamos afuera hemos aprendido a vivir escindidos, con el cuerpo
y la vida aquí, pero con parte importante del alma aún allá en el terruño. Siempre
con nuestra gente. Es como si uno nunca se fuera, al menos no del todo. Porque
no puedes. Porque no quieres.
Hoy,
que me siento en esta mesa frente a ustedes, acompañado después de mucho por
mis queridos amigos Tibisay Guerra (de Autores Venezolanos) y Rodnei Casares
(de la Editorial Libros del Fuego), se me vienen a la cabeza –en honor a ellos
y a varios de los presentes en esta sala– tres cosas: la primera es
agradecimiento, la segunda es un profundo respeto y la tercera es mi admiración
por tanto empeño, por tan loable resistencia.
La
palabra resistir se compone del prefijo “re” (de nuevo, otra vez) y el término
“sistere" (mantenerse firme, tomar posición, clavarse en un lugar). La
resistencia, al final, es la voluntad de aguantar de pie, de mantenerse en el
sitio, de no abandonar, de no doblegarse para así no ceder espacios. Sistere sirve de raíz también para otros
conceptos relacionados con la resistencia: insistir, persistir, no desistir. E
incluso existir.
Imagino
que en este recinto de la feria del libro más importante del
Latinoamérica, y una de las más
importantes del mundo, se ha citado centenares de veces aquella mítica frase del
portugués Fernando Pessoa: “La literatura existe porque el mundo no basta”.
Algo en lo que el poeta brasileño Ferreira Gullar insistió con su frase: “El arte nace porque la vida no es
suficiente”. Creo que ver el trabajo de autores, editores y promotores de
literatura venezolanos me ha hecho comprender esas frases en toda su dimensión
y con profunda introspección. La literatura venezolana, especialmente en los
tiempos aciagos que nos han tocado, es un espacio crucial de resistencia, una
trinchera para la persistencia y la insistencia, para poder bregar contra la
cada vez más asfixiante insuficiencia de la vida. La lucha infatigable, y a
pesar de todo, para lograr construir un refugio donde quepa un universo a
escala, donde habite y evolucione esa vida que la otra vida no permite.
La
literatura venezolana resiste e insiste, tal y como ocurre con el libro que
muchos lo dieron por muerto hace unas décadas porque habían llegado los
soportes digitales y eso de estar imprimiendo letras sobre hojas de papel no
tendría ya ningún sentido. El libro resistió, ahí sigue y va a seguir. El libro
continúa siendo de las tecnologías más longevas y exitosas de la historia de la
humanidad. De manera similar, las letras venezolanas y la gente del libro en
Venezuela no dejaron de luchar ni dejaron de ingeniarse formas de emitir su luz
en estos tiempos oscuros para el país.
Y
este fenómeno de resistencia y de persistencia se debe en gran medida a los
autores, editoriales y promotores literarios que siguieron produciendo en el
terruño. Con las uñas, con lo poco que se podía y se tenía, a pesar de la
reducción voraginosa de los medios y de los espacios. El descalabro y la asfixia
omnipresentes en Venezuela se ha llevado a un gentío valioso por delante, es
lamentable pero cierto. Espacios culturales, librerías, revistas,
organizaciones vinculadas con las artes y la cultura, concursos literarios y
ferias del libro han tenido que cerrar sus puertas en medio de la crisis demoledora.
Pero también es cierto que muchos autores siguieron escribiendo o comenzaron a
escribir, algunas editoriales supieron sortear el vendaval y siguen en pie, surgieron
también nuevas editoriales independientes que son un oasis y una auténtica
belleza, también se mantuvieron o se crearon concursos literarios, se reunieron
nuevas antologías, se forjaron otros espacios de encuentro y producción, se
buscaron y encontraron nuevas alianzas, sumando recursos de aquí y de allá para
seguir dando la lucha. Siempre dándole, contra todo y a pesar de todo.
También
han sido muchos los profesionales vinculados al libro y a lo literario que han tenido
que migrar durante este duro proceso; pero sin olvidar jamás sus vínculos y sus
proyectos con Venezuela. Los venezolanos estamos ahora desperdigados por el
mundo, pero estamos unidos por la tecnología, en permanente contacto a través
de los medios digitales con los que hoy contamos. Los que estamos afuera somos
como sondas o satélites. Un eco de la tierra en otros espacios. Me gusta esa
imagen de que estamos realmente es ramificados, diversificados, como un
organismo vivo que extiende y proyecta sus tentáculos a la distancia.
En
mi caso particular, mis editores siguen en Venezuela, pero también son
venezolanos que hacen vida ahora en Colombia, en Chile, en España, en Estados
Unidos o aquí en México. Hace unos años, cuando tenía bajo el brazo mi
manuscrito de la novela “Santiago se va”, le pedí consejo a mi amigo el
escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka para ver si lo lograba publicar aquí
en México con alguna editorial local. Barrera Tyszka me dijo: “tus lectores
están en Venezuela. En el extranjero uno es un escritor sin lectores”. Gran
consejo, se lo agradezco. Así fue como me decidí a tocar puertas con la
editorial Libros del Fuego, con mi editor Rodnei Casares, aquí presente.
Publicar en Venezuela, aunque físicamente no estemos allá, es también una
manera de decir presente, aquí estoy. Una manera de no irse. Una forma de
seguir en contacto con la inmensa mayoría de la gente que sigue pendiente de tu
vida y tu obra.
No
me atrevería a definir la literatura venezolana del siglo XXI. No me gusta esa
etiqueta de la literatura de la diáspora, me suena a lugar común con tufillo a
mercadotecnia que realmente no hace justicia a un panorama mucho más diverso y
complejo. No creo tampoco que se pueda trazar una línea fronteriza entre la
literatura venezolana que se escribe en el terruño y la que escriben los
venezolanos ramificados por el mundo. A veces el que está afuera necesita
regresar por medio de su labor creativa para intentar explicar y entender a
Venezuela, y a veces el que está adentro necesita construirse un universo
aparte para poder vivir lo que la realidad le niega. No es que estamos
escribiendo todos sobre lo mismo o que hay una carpa común que nos acobija a
todos. Ciertamente se puede hablar de una rama de la literatura venezolana que
apuesta por lo político y lo social, pero ésta convive y comparte espacios con
otra rama que se encamina por la ficción o la introspección. Claro, mientras los
ecos de la realidad se cuelan más o menos amortiguados desde allá afuera.
Me
preocupan horrores el nacionalismo y el chovinismo. Me parecen un síntoma
evidente de mezquindad, ignorancia y desinteligencia. Sabemos los venezolanos
de primera mano lo dañinos que son esos discursos. Lo abominables que resultan
a la vuelta de la esquina. Sin embargo, aprovecharé este momento para confesar
una verdad muy subjetiva y personal: Yo leo a los autores venezolanos (los que
viven en Venezuela y los que hacen vida a lo ancho del mundo) y pienso (perdonen
lo coloquial venezolano) “coño, estos panas son buenos, tan buenos como los más
famosos del momento”. En mi humilde apreciación hay algunos que son incluso
mejores y hasta bastante mejores que varios de los que suenan mucho y venden
mucho. Pero no se conocen ni se les reconoce tanto, no se suelen leer tanto, no
es frecuente que los escritores y los libros venezolanos cuenten con una
plataforma sólida y poderosa para lograr circular y resonar internacionalmente,
al menos no tanto como autores y editoriales de otros países. Venezuela en lo
literario, así lo creo, es una gema extraña y oculta.
Las
razones por las cuales esa gema no brilla ni se difunde como merece, no obedece
–en mi opinión– a razones de calidad literaria. Eso es indudable. A veces me
pregunto si se debe a una especie de herencia donde lo venezolano se suele
asociar, aún, de una manera simplista y facilona, con lo petrolero, con las
misses, con ese nuevorriquismo vociferante que caracterizó al gentilicio en
otra época y que tan poco se conecta con el venezolano decente de hoy día, y que
tampoco se corresponde con la amplia propuesta literaria de la Venezuela
ramificada por el mundo de hoy. Y a veces me pregunto si acaso será un problema
interno como equipo. Que no hemos aprendido a funcionar como un colectivo
debidamente engranado. Que no estamos aún lo suficientemente cohesionados y por
eso no sabemos celebrar los goles que anotan algunos (por aquí y por allá) como
un logro de todos.
Estamos
aquí para dejar constancia de esa otra Venezuela que resiste y persiste, que a
pesar de todo el horror, se las ingenia para insistir y seguir existiendo.
Porque no queda otra opción. Porque el día de mañana cuando todo esto pase –que
pasará–, se recogerá la cosecha de lo que hoy ha sembrado con las uñas la gente
que se empecinó en construir e inventarse otros mundos. Que le apostó a la
literatura venezolana porque la vida no es suficiente.
José Urriola.
México, noviembre de 2018.