
-Hay gente, a lo Greg Louganis, que un día le pega la cabeza a la plataforma apenas comienza el salto. Caen ya desmayados y no salen del agua por sus propios medios. Y todos dicen “pobre”, “qué horror”, “qué lástima”. Pero los jueces, solemnes, levantan sus cartoncitos y puntúan 0. Gracias por el intento pero estás descalificado.
-Hay gente que lleva la vida como los clavadistas que se lanzan al acantilado en Acapulco. Tienen que calcular justo cuándo lanzarse, cuándo la cosa está en su punto de mayor profundidad, cuando la marea les garantiza que los recibirá con agua y no con roca. Es un rollo eso de ser tan suicida y tan calculador al mismo tiempo. Pero, sí, es un estilo.
-Hay gente que para cruzar la calle, para comerse un sándwich o para dar un beso se imponen un salto con inicio en parada de manos invertida, doble mortal con triple tirabuzón a la izquierda y dos a la derecha. Y eso que era facilito, para hacerlo sin pensar, lo convierten en un rizoma intrincadísimo.
-Hay otros que de tan sencillo que se empeñan en vivir su clavado lo hacen todo complicado. Quieren lanzarse siempre de la plataforma de diez metros pero en caída libre, apenas dando un pasito al frente, parados para caer siempre de pie, sin jugarse una sola pirueta. Siempre el desayuno tiene que ser pan blanco con queso paisa libre de sal. Y cuando las cosas no son lo suficientemente sencillas como ellos quieren se sientan de culo en la plataforma y no saltan, aunque todo el mundo esté haciendo cola detrás de ellos queriendo lanzarse a inventar su propia historia. Ahora no salto. Ahora no como. No como ni salto más nunca. Ni modo, a buscarse otra piscina.
-Hay veces en que no se tiene ni la capacidad ni el talento ni el trayecto para hacer un salto de dificultad 1.5 pero nos empecinamos en vivirlo todo con dificultad 3. Acaparamos el trampolín chiquito de
-Hay veces que el letrero en rojo nos advierte: precaución, no se zambulla, agua contaminada de profundidad
-Hay gente que no salta, que no lo intenta, que le transcurre la vida sin mojarse; pero que se burla de los que sí. Se ríe, se llena la existencia hueca con comentarios preclaros y corrosivos. Y siempre están prestos a sacar con autoridad su cartoncito con el 0. Esos no están interesados ni en saltar ni en el salto los demás. Están pendientes de cómo pasar a la historia como los dueños del arte de hacer clavados… y, si se puede, de la piscina.
-Hay gente que se lanza sólo cuando no hay agua. O cuando el trampolín es el balcón de su edificio y la piscina -ese punto azuloso por allá- está ocho pisos más abajo. A esos no les importa el salto, les importa la caída.
-Hay personas que te regalan saltos sublimes. Un clavado de ensueño como si fuera un accidente afortunado –que también los hay-. A veces te los regalan sin darse cuenta. Sin que tú se los pidas. No acabas de verlos entrar al agua y sin saber por qué ya estás tú subiendo las escalerillas con unas ganas mundiales de intentarlo a ver qué tal te sale el tuyo.