Es bueno conocer un idioma, pero he llegado a convencerme de que tampoco es sano conocerlo tanto. Quizás sea bueno perderse un poco, malentender; o mejor aún, creer entender. Dejar que ronde un poco el fantasma de la incertidumbre; toparse de pronto con que a veces no sólo hay espacios en blanco sino también agujeros negros.
miércoles, 28 de mayo de 2008
The Books
miércoles, 21 de mayo de 2008
Antes, durante, después, la niebla
miércoles, 14 de mayo de 2008
Celoplastía
que hemos decidido emprender en conjunto
la artista plástica Solángel Núñez (Rococcuchi) y yo.
Yo pongo las letras, ella el dibujo libre.

Mis amigos, quizá hartos de los lamentos por mi más reciente despecho, me regalan una muñeca inflable. Me la encuentro al regreso del trabajo, desnudísima, acostada sobre mi cama, con una flor plástica en la boca y una nota sobre el pecho: “Me llamo Juliana, de ahora en adelante seré tu nuevo amor”.
Yo, más que asustado, me quedo francamente preocupado.
miércoles, 7 de mayo de 2008
Teresa de copiloto

Bueno, yo he decidido cultivarme el intelecto en otro habitáculo: la cabina de mi carro. El truco me lo dio mi esposa que ya lleva como seis libros en lo que va de año. Paso en ese lugar al menos dos horas diarias. A ese ritmo, cuando sea viejo, podré decir: “yo lo único que he aprendido se lo debo al tráfico caraqueño”. Algunos dirán que es peligroso, que eso no se puede ni se debe hacer, que seguro si me ve un fiscal leyendo al volante me meteré en un lío gordo; y no les quito la razón. Pero yo he sido copiloto de amigas que fuman, hablan por el celular, cambian las velocidades y se maquillan con ayuda del retrovisor (todo ello en simultáneo) y cuando el fiscal se acerca para decirles algo lo que se escucha es: “Adiós, mami, ¿vas pa’ la guerra con esa cara pintada?” Así que leerse a Bioy Casares en los 15 minutos que tarda uno en cruzar el semáforo de Santa Paula, se me antoja un delito francamente menor.
El lunes pasado, justo cuando me estaba terminando el capítulo XII de “Diario de la guerra del cerdo”, algo me saltó sobre el último párrafo. Una araña negriblanca, pequeña pero de orgulloso culo de esos que no van con el tamañito. Estuve a punto de soltar el volante y clavarle un manotazo certero que la dejara estampada, como una letra gorda y chorreada, sobre el espacio en blanco. Pero entonces saltó al retrovisor y desde allí se dedicó a lanzarse en rapel desde el borde del espejo hasta frenarse a milímetros de la palanca de cambios. Lo hacía con la panza hacia abajo, subía, ahora invertida con las ochos patas hacia el techo, subía otra vez, ahora con dos mortales y un tirabuzón, subía de nuevo, ahora desde el borde de arriba del retrovisor en caída libre y partiendo desde la posición V para quedar pendulando sobre los mandos del reproductor. Tenía la desfachatez de utilizarme el dorso de la mano como trampolín, me aterrizaba cerca de la muñeca, tomaba impulso moviendo mucho el rabo y se lanzaba por el borde de los dedos tejiendo un puente con el asiento del copiloto, con la rejilla del aire acondicionado, con la manilla de la puerta, con el freno de manos. “Teje, Tere, teje”. Así que desde el lunes ya no viajo solo, llevo a Teresa de copiloto.
Las arañas no son insectos como los otros. Son artrópodos. Los insectos tienen seis patas, las arañas ocho, como los escorpiones y las mariposas (ni mi madre ni mi hermana que son las biólogas me atienden al teléfono, así que hasta aquí llegan mis vastos conocimientos y aquí dejo constancia de mi incultura). Se me ocurre que las arañas son en el mundo de las alimañas lo que los cactus en el vegetal o los crustáceos en el submarino: unos tipos raros a los que todos los demás seres vivientes les pasan por al lado con un poco de apuro, un toque de desprecio y asco mal disimulado, “Coño, dale chola que allí está ese bicho raro que nos puede picar”. Nunca he sido amigo de arañas, me parecen animales incómodos, nobles pero temperamentales. Spiderman, sin embargo, me cae bien, me parece un superhéroe con mucho sentido del humor -que lo utiliza principalmente para burlarse de sí mismo-, el único que alguna vez pedí de regalo al Niño Jesús; lástima que Sam Raimi haya hecho semejante desastre con la versión cinematográfica, el Hombre Araña no se merecía semejante mamarrachada.
Este mundo está lleno de gente amargada e insensible, Teresa. Mejor vámonos a casa.