
La primera vez que vi a Gary Numan pensé que se trataba de un personaje escapado de una trama paralela de Encuentros cercanos del tercer tipo (la mejor y más digna película que haya hecho un tal Steven Spielberg). Quizás fuera algo en la melodía, en la secuencia de notas, un no sé qué familiar en ese piano cargado de estática, definitivamente mucho fue culpa de las luces de colores que se van encendiendo en la medida en que suenan los tonos. Yo era en esa época un fanático absoluto del puré de papas, pero no porque me gustara el sabor ni porque mis padres lo consideraran especialmente nutritivo, sino porque yo también quería hacer montañas truncadas de puré e imaginar que allí mismo, a escala, en la parte de atrás aterrizaban naves y nos comunicábamos con extraterrestres a fuerza de músicas y luces de colores.
La primera vez que vi a Gary Numan deslizarse en su carrito eléctrico desde debajo del escenario me quedé tan atónito como ése público que se mantiene petrificado durante 5 minutos en ese documento maravilloso llamado Urgh A Music War. Fíjense bien, cuando se abre el encuadre frontal del escenario en un gran plano general, verán unas cabezas inmóviles a contraluz que parecen recortadas de una superficie de cartón piedra. Me imagino que a todos -los presentes y los que lo vimos luego a la distancia- nos habrá azotado la misma confusión: ¿Eso que canta es un hombre o un robot? ¿Así sería que iba a sonar el futuro cuando acabara de llegar? ¿Esa voz era la de una mujer, un joven, acaso un niño, o sería más bien la de un tipo desgarrado por la angustia y a punto de largarse a llorar? Obsesivamente retrocedía la cinta, la ponía de nuevo a tiro, esperaba con el corazón atascado en la faringe a que el hueco oscuro del escenario se salpicara de cuadros de luz y se abrieran las compuertas para que surgiera Numan con su micrófono y su carrito. Durante cinco minutos dejaba de respirar y el mundo era otro. Y mis primos me decían: “¡Coño, chamo, pero qué manía, otra vez vas a ver esa vaina!”. Así que yo esperaba a que se fueran y lo repetía todo mil veces, con el volumen muy pasito y a puerta cerrada.
Ahora, con la distancia, logro entender un poco mejor el porqué de aquella oscura fascinación que desde niño sentí por Gary Numan. El tipo no hacía otra cosa que recoger de la manera más honesta -y echando mano a la tecnología de punta de aquel entonces- al espíritu más auténtico de una época. Uno tiene la sensación de que lo años ochenta han sido sistemáticamente ridiculizados, puestos en entredicho, subestimados; pero la humanidad pareciera comenzar a darse cuenta de que la década de los 80 no fue tan baladí como la pintaban y que fue quizás la última que se acordó de angustiarse por el futuro. Corrían los tiempos de la guerra fría y toda una generación supo lo que era crecer y vivir el día a día con La espada de Damocles oscilándole sobre el pecho. En cualquier momento un cretino -de este lado o del otro- presionaba el botón rojo, absolutamente todo volaría en pedazos y lo poquito que quedaría después estaría chamuscado y además sería radioactivo. Así que una generosa oleada (no tanto por lo abundante sino por lo altruista) de cineastas, escritores, músicos y artistas de toda índole se dieron a la tarea de ponerle rostro al futuro. Y el futuro angustiaba, el futuro por definición daba miedo. Claro, no era otra cosa que la extrapolación de un presente que iba mal y que de seguir por esos derroteros acabaría aún peor.
Pero llegó el futuro y el que aterrizó no era como lo esperábamos. Fue distinto y de alguna manera resultó peor. Por lo visto el que se asoma desde otro lado de la ventana cada vez que descorremos la cortina es un futuro que tiende a lo estrecho, lo efímero, lo frívolo, uno signado por el desprecio brutal por la vida mientras se cuida horrores en enmascararse con lo políticamente correcto. Un futuro que no sabe si ser simplemente vacío o asumirse de una vez idiota. El que nos llegó fue más bien el hermanito oligofrénico que por donde pasa deja su charco de moco, sangre y baba, uno al que le valen más unos zapatos de goma que la vida de quien los calza, y que se empecina en demostrarnos que una de las prioridades más grandes de la vida es tomar la decisión de cuándo comenzar a inyectarse Botox o de qué tamañote tienen que ser las prótesis de los senos aunque luego no haya ni para comer; y los bancos te dan créditos a mano abierta para esas causas pero no para costearte un tratamiento médico o adquirir una casa. Mientras tanto todos seguimos muy pendientes de cuándo por fin los celulares serán también cepillos de dientes con afeitadora y nos consideramos afortunados porque gracias al cielo podremos medir la cantidad y el talante de nuestras amistades según los parámetros que nos dicte el facebook.
Sí, señores, no se sientan tan raros ni tan desarraigados si ya han acariciado la idea de que el futuro nos ha sido secuestrado. Actualmente el tipo está en huelga de hambre, insomne y aturdido, encadenado a un árbol marchito, maniatado y amedrentado por pillos, asesinos y una espeluznante gama de miserables.
Y uno se pregunta dónde estarás ahora Gary Numan. Hermano, para que nos ayudes a rescatar ese futuro del que venías tú.