viernes, 12 de diciembre de 2008

Oxímoron


Oxímoron: Combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p. ej., un silencio atronador. El término oxímoron es una palabra compuesta, un helenismo inventado en el Siglo XVIII que une los lexemas οξύς (oxýs: ‘agudo, punzante’) y μωρός (morós: ‘fofo, tonto’).

Oxímoron es una palabra extraña, rara por los cuatro costados. Es un injerto creado en los laboratorios de la lengua, un cruce forzado de manera que pareciera un animalito similar a tantos otros de origen griego o latino. Es raro también en su plural -que permanece idéntico al singular-, los oxímoron (aunque se ha llegado a aceptar en castellano “Los oxímoros” pero se sugiere respetar a los oxímoron que son más correctos). Resulta curioso que se acepta además cambiarle la tilde de sílaba, así que si algún día tiene la remota posibilidad de escribir una nota a su pareja donde aparezca la palabra “oximóron” (con la tilde en la segunda “o”) si ella no es tan purista se lo dejará pasar.

Raro es también el concepto que encierra el oxímoron, esa contradicción en el mismo término, esa paradoja minimalista y absoluta. El profesor Luis Sabater, quien desde hace años lleva a cabo un concurso de creatividad en la Universidad Simón Bolívar donde sus alumnos asumen retos al estilo de “cómo lanzar un huevo crudo desde un puente de 20 metros de altura sin que se rompa en la caída” me dijo una vez que los inventos más sorprendentes que conocía terminaban siendo la consecuencia de una estupidez genial. Una cosa que se cae de madura, una bobería que estaba allí de anteojitos pero que nadie la había visto, de pronto surge y uno dice: “claro, era una bobería pero por qué no se me habrá ocurrido a mí”.

Estupidez genial es un oxímoron prodigioso. Porque lo más raro de los oxímoron es que sean buenos, buenos de verdad. Porque hay muchísimo oxímoron chimbo, oxímoron deplorables, oxímoron lastimosos, oxímoron cursis, intolerables. Los oxímoron buenos de verdad, acaban siendo poesías, resultan en metáforas mínimas que abarcan un mundo entero. Como si en ese chirrido entre las dos palabras que se acompañan a la vez que se contraponen se creara un pequeño universo. Como si se pudiera armar un haiku pero que en vez de unos pocos versos diminutos lo reduzcamos todo a solo dos palabras cruciales.

Por ejemplo, Góngora decía: “Y mientras con gentil descortesía / mueve el viento la hebra voladora”. O Quevedo que escribió: “Es hielo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente”. Y Baudelaire hablaba de “Placeres espantosos y dulzuras horrendas”. Esos son oxímoron de verdad.

Ahora vamos con un oxímoron lamentable, contemporáneo, acuñado en casa: “juventud chavista”. Hoy los veía (carpa armada en medio de la plaza, equipo de sonido a todo vatio, uniformes rojos “UH, AH, CHÁVEZ NO SE VA” y protección policial incluidos) recogiendo firmas a favor de la enmienda constitucional que aprobaría la reelección indefinida de Chávez. No me cabe en la cabeza la grotesca paradoja de una juventud reconciliada con el stablishment. Una juventud partidaria del aparato del poder. Una juventud que ha crecido durante 10 años de malgobierno y desgobierno y que no le sacude el aguijonazo de la insatisfacción, no se rebela, no ha desarrollado el suficiente pensamiento crítico como para decir “yo no puedo apoyar esto, aquí yo me abro”. Una juventud que está a gusto con las cosas tal como están. Y además quieren más de lo mismo indefinidamente, perpetuamente, vitaliciamente.

Yo no sé qué cosa exactamente es la juventud, no sé cuándo comienza ni cuándo se acaba, lo único que sé es que se asocia necesaria y esencialmente con la rebeldía, con unas ganas irreprimibles de protestar porque las cosas no están bien y van hacia peor, unas ganas irrefrenables de cambiar el mundo, de construir otro propio más justo y mejor. La juventud se tiene que identificar necesariamente con la contracultura, con la búsqueda de alternativas, con la experimentación y el cambio. Quizás la juventud se acaba justo en ese instante en que uno se siente acomodado en la vida, a gusto, tranquilito con absolutamente todo el desmadre circundante y sin ganas de mover un dedo para cambiar nada. Uno debe estar decrépito y desahuciado cuando dice: “yo quiero esto, y sólo más de esto, hasta el dos mil siempre”. Eso lo podría entender en alguien a quien la vida le sabe a poco, o en alguien a quien el resentimiento y el odio le nubló las entendederas, alguien que no ha recibido ni un cariñito en ninguno de los ámbitos de su vida y por esa razón Chávez es su todo: su novio, su padre, su religión, su objeto del deseo, su norte, su piso, su razón de existencia, su aliento. Pero en un joven nunca. El joven, por antonomasia, tiene demasiada vida por delante y demasiada energía como para resignarse a llenar todos esos espacios con una sola y miserable cosita.

Ante el panorama que se abre aquí y ahora, asumirse como joven chavista (así, conforme con el uniforme y complacido con la idea llevarlo puesto para siempre a las órdenes del mismo jefe) es digno del mismo escepticismo con el que uno debería ver a alguien se declare como ateo papista o caraquista magallanero o libre pensador nacionalista o hippie punk o vanguardista reaccionario.

Cuando comencé la carrera de Comunicación Social tenía un amigo que se asumía como militante de AD en plena década de los 90. Y nos reíamos muchísimo de él y con él, porque tenía que ser el único acciondemócrata menor a 21 años del mundo. Ser joven y adeco en esos tiempos era una aberración, un oxímoron lamentable.

Quizá a la llamada juventud chavista nadie les ha querido explicar (cuidado, no sea cosa que se les potencie la duda y el pensamiento crítico) que la vida es un juego de contrates, un trayecto minado de paradojas, un carnaval de oxímoron donde los que más abundan son los infelices y los mediocres: los oxímoron chimbos; así que uno tiene que ir cultivando el buen gusto, pescando los buenos buenos y refugiarse en ellos.

Cuando consideres que conseguiste suficientes, que estás satisfecho y que te durarán para siempre, vete despidiendo; estás demasiado viejo.