
Los noruegos de Röyksopp han concebido y parido dos veces la misma criatura. Como si por algún capricho del destino -o acaso de la desmemoria- se pudiera, a veces, dar a luz gemelos siameses pero en dos entregas: uno primero, y el otro siete años después.
Decía un profesor de literatura que había dos tipos de autores: los que intentan reinventarse en cada obra, y los que escriben -y se reescriben en- la misma, una y otra vez. No se trata aquí de hacer una competencia entre un grupo y el otro; simplemente diré que soy afecto a los segundos y que ese fenómeno de los dos bandos parece aplicar no sólo al arte de las letras, sino también a la pintura, en el cine, la arquitectura, la música.
Creo que lo que nos conecta con el estilo de un autor es algo profundo, un guiño o una rendija que permite comunicar su espíritu con el propio. Hay una esencia allí, muchas veces no verbalizable, que nos engancha a unos pocos y nos hace repudiar -o permanecer indiferentes- a todos los demás. Explicar a alguien porqué te gustan los cuadros de Rothko y detestas los de Monet es tan absurdo como justificar porqué te enamoras de alguien. Quien logra explicar racionalmente eso es muy ingenuo o muy idiota.
El punto es que, quizás, a algunos nos gusta tropezar con las mismas esencias. Nos fascina adivinar que el espíritu permanece intacto debajo del cambio de piel. Y digo piel porque las mudas de ropa y de disfraz no nos sirven ni interesan. Nos hacemos adictos a descubrir y redescubrir que ahora -sí, podemos verlo y reconocerlo- hay otras arrugas, un cambio de textura en las carnes, otra cicatriz, un nuevo tatuaje, acaso un piercing o una prótesis; pero los huesos que aguantan esa piel siguen siendo los mismos que nos hicieron y siguen haciendo mella en la propia médula.
Les planteo este experimento con estas canciones siamesas de Röyksopp, “Epple” (2002) y “Happy Up Here” (2009). En esencia parecieran ser exactamente la misma pieza –me imagino que alguien que no esté familiarizado con la música de estos tipos podrá pensar que es un mismo track al que le han hecho dos videoclips- ; pero me temo que estos noruegos, cuyos videos no tienen desperdicio –les juro que pocos se pueden jactar de tener una imagen tan creativa y congruente-, utilizan el videoclip como algo que no puede ser separado de su propuesta musical. La música de Röyksopp es siamesa también de su dimensión visual. Ninguna funciona por separado, comparten cerebro o corazón.
Por lo visto el dúo Röyksopp no sólo cambia de piel para recubrirse el alma de siempre, sino que utilizan el video con la misma intención que algunos insectos se valen de su exoesqueleto.