Las estadísticas aseguran que la ciudad con mayor cantidad de motos per cápita en el mundo es Roma. De segunda está Barcelona. Caracas no sale en ese top five y tampoco le hace falta, porque aquí lo que vale es la calidad de motorizado que nos gastamos, su impacto sobre el entorno, el poder transformador (y deformador) que tiene sobre todos los espacios en los que se asoma; no hacen falta estadísticas menores ni numeritos pendejos como para asegurar y decretar que, con distancia, en Caracas se ha instaurado la primera y más sólida motocracia del planeta.
La motocracia es un nuevo sistema autocrático que no aparece en los libros pero que de seguro será caldo de cultivo mañana para extensos tratados de antropología y politología. Por los momentos, los caraqueños nos hemos asumido como sus pioneros y abanderados; y –como en todo lo nuestro- vamos inventando y errando sobre la marcha en la práctica (que ya la teoría y los estudios vendrán después, si vienen). La motocracia es la dictadura de los motorizados y para los motorizados. Todos los demás miembros de la sociedad (los que andamos a pie, en auto o en silla de ruedas) somos una subraza atemorizada, aturdida y subyugada por la de los hombres-moto. El motorizado es la nueva frontera, el próximo eslabón de la cadena involutiva. El hombre nuevo fundido con su máquina.
Si tuviéramos que reescribir al Mundo Feliz de Aldous Huxley en la Caracas de hoy, los motorizados serían los hombres Alfa y todos los demás ciudadanos seríamos Epsilons (pero sin Soma, porque no hay, no se consigue, no se produce ni se importa, y cuando por fin la hay, no alcanza).
El motorizado criollo (ya le tenemos género y especie) no sólo ha encontrado eco y territorio fecundo para su proliferación en las calles de Caracas; sino que también el “pensamiento motorizado” se desliza sobre ruedas en prácticamente todos los campos de la contemporaneidad. Por lo visto, comportarse como un motorizado garantiza la adaptabilidad al medio y la supervivencia del más apto. Darwin los hubiera estudiado igualito que a los pinzones (por cierto, ambos caminan en dos patas cuando están en el suelo), pero hubiera comprobado exactamente lo contrario a su teoría sobre la evolución; porque en la teoría involutiva del perfecto motorizado criollo cada generación es peor y más primitiva que la de sus antecesores. Está tan difundido el patrón que hoy vemos con naturalidad que se comporte como un motorizado el ministro, el diputado, el empresario (del grosor y tamaño que le pongan), el que atiende en el kiosco, el cajero del banco, el mesonero, el intelectual, el periodista, el policía y el hampón. El presidente es el rey de los motorizados: habla como ellos, gesticula como ellos, piensa como ellos, está cargado del mismo ruido, del mismo humo, de las mismas ganas de entrarle en cayapa y a cascazo limpio al que insiste en no ser motorizado u osa expresarse en contra de ellos. Y además está convencido que eso es hacer su trabajo. Masivamente se hace música para motorizados y televisión para motorizados, quieren convertirnos en un pueblo homogeneizado de motorizados uniformados. Hasta que los niños que antes querían ser bomberos, astronautas, médicos, ahora miren a los lados y digan “cuando yo sea grande, yo quiero ser motorizado”.
La viveza criolla ha encontrado en la moto su gran metáfora, su instrumento de liberación y su apogeo. Es el vehículo que le da carta blanca al portador para meterse donde no se puede, saltarse toda norma o improvisar la que más convenga, acelerar, amedrentar, chirriar, asaltar. En fin, mutar hasta convertirse del todo en plaga y virus para así poder pisotear el más mínimo resquicio de humanidad que le quede a los otros.
Tenemos que alinearnos en la resistencia para evitar a toda costa que llegue ese día. El día en que en los libros de Historia se diserte largamente sobre las virtudes de la motocracia y sus pensadores sean elevados a alturas superiores a las de los santos, al tiempo que la humanidad entera se divide entre motócratas y antimotócratas (los motócratas serán los de rojo). Ese día nefasto en que las estatuas ecuestres de las plazas comenzarán a ser sustituidas por otras casi idénticas pero con nuevos héroes subidos en motos en vez de caballos; y abajo sus pedestales dirán en letras doradas: “fue bulda de lacra i semerendo mototaisi”.