
Se fue el mundial y nos dejó un hueco en casa como cuando hemos recibido durante un mes a un familiar o a un amigo, nos acostumbramos a él, lo hacemos parte de la rutina y de pronto llega el día de hacer sus maletas. Es el momento de despedirse y tranquilo que yo vuelvo o ustedes van para allá, sí, seguro que nos vemos, que igual nos hablamos por teléfono y siempre está el correo, ahora uno siempre está más cerca, más conectado.
Ya saben, esas cosas que se dicen como para que, por algún extraño sortilegio, los cuatro años a la distancia se achiquen hasta la mitad.
Me he quedado, en medio de esta saudade futbolera, pensando en esas cosas que cuando uno por fin logra elaborar ya han pasado los 90 minutos y la prórroga y los penales y, por lo general, ya ganó el equipo contrario.
-Lo primero que se me viene son unas líneas sobre Maradona y la selección argentina. Yo siempre, lo saben los que me conocen, le he ido a Argentina. Desde que vi mi primer mundial a los 6 años, la final de Argentina contra Holanda en 1978, mi papá me preguntó: Chamo, y tú a quién le vas. Y yo dije: Yo voy por los de las rayitas. Y nunca más pude cambiar de opinión. Esas cosas no las escoge uno, simplemente la vida las pone así y te hace apoderarte de ellas. Mi suerte estaba echada. Por momentos he estado convencido de ser el fanático más apasionado que tiene la albiceleste fuera de Argentina. Y sin embargo no se puede ser tan ciego ni tan idiota ni tan descarado. La mediocridad de Maradona como técnico es inconmensurable, es un despropósito, un bochorno. Se merecía los 4 goles contra Alemania, para que aprendiera a callarse la boca, a ser humilde, a reconocer por primera, única y oportunísima vez en su patética vida que la había cagado, que lo único que tocaba era aceptar la derrota, bajar la cabeza y renunciar. Un poco de dignidad, por favor.
- Lo de Maradona en relación con ciertos presidentes latinoamericanos es de un paralelismo espeluznante. Es el imperio de los bocones, de los que no saben pero no paran de hablar, de los que arman sus parapetos a punta de nepotismo y de fidelidades tan incondicionales como idiotas y nocivas, y juran que así se hacen las cosas. Su máxima es: “No tengo idea ni estrategia ni invito a participar a los que de verdad saben; porque sólo con mi aura, sólo con mi guiatura espiritual basta para que todo nos salga bien”. Y la vida les da revolcón tras revolcón, y con ellos a todos los que -queramos o no- estamos subidos en ese mismo autobús; pero nada que nadie aprende nada con la experiencia. Pertenecen a la nefasta raza de los maridos que insultan, golpean, denigran, humillan pero cuyas mujeres (y súbditos) los perdonan aún con los ojos morados y los huesos rotos, y cuando pasa el temporal dicen cosas como: “Lo que pasa es que cuando él no se pone violento es cariñoso y por lo menos tengo a alguien que me quiere”.
-Que muchos aún quieran a Maradona para el 2014, mientras otros quieren reelegir a sus pésimos gobernantes hasta el dos mil siempre, nos habla de un pueblo que no tiene criterio, que no sabe escoger y por eso está condenado a escoger siempre mal.
-En las antípodas del caso Maradona tengo que colocar con gesto de sombrero a dos maestros de la ecuanimidad, del trabajo serio, de la palabra correcta, de la caballerosidad y la hidalguía (tan escasas en este mundo atiborrado de charlatanes y mediocres con ínfulas): el español Don Vicente del Bosque y el profesor uruguayo Óscar Washington Tavárez. Señores, mis respetos.
-España ha sido un digno campeón. En el fútbol no siempre los mejores ganan, pero esta vez sí. Finalmente ganan los que lo merecen y, además, lo hacen sin atenuantes. Quiero pensar que el triunfo de España en el fútbol es un símbolo de los 4 años de prosperidad que le tocan ahora a este planeta. Un mundo nuevoo donde los que lo hacen bien, sin mezquindades y trabajando en buena ley vuelvan a ponerse moda.
-Fue un buen mundial. A pesar de los árbitros, a pesar de que la FIFA está pidiendo a gritos ser modernizada y remozada con urgencia. A pesar de que los equipos africanos no fueron lo que se esperaba. Fue un mundial apasionante. Un mundial que por un mes nos puso a pensar en otras cosas, a hablar de otras cosas, a encontrar motivos para compartir y reír. Un mes de pausa para la idiotez, la mezquindad y el odio que se han apoderado del día a día.
-Curiosamente fue un mundial donde se presentó algo inédito en 100 años: había un minuto de delirio por partido. Un minuto desquiciado donde pasaba de todo. Había dos penales, tarjetas rojas, manos en la línea de meta que no eran las del portero, la gente se desmayaba, hubo desnudos, pasaba absolutamente de todo en apenas 60 segundos y de pronto se acababa la locura y seguía el partido como si nada.
-El día en que nos demos licencia para proponer a los nuevos héroes a quienes deberíamos estudiar, seguir y relatar, por favor que nadie se olvide de Diego Forlán. Quizás la decisión más acertada de todo el mundial fue fijarse en Forlán como el mejor jugador del torneo; es un premio no sólo a un magnífico mundial, sino también a una trayectoria del mejor futbolista de la actualidad de un país que, a la calladita y con una garra que ya nos gustaría tener a muchos otros, ha colmado al fútbol de sorpresas y gestos épicos.
-Aunque suene contradictorio: menos mal que Forlán no metió ese gol de último minuto contra Alemania en el partido para dirimir el tercer y cuarto puesto. Ese travesaño después del tiro libre salvó a medio Uruguay de un infarto masivo. Iba a ser demasiado. Yo pienso en Paola, en Vivi, en Daniel, gente muy querida y muy uruguaya, pero tienen que cuidarse porque, a pesar de todo lo que se notan y todo el ruido que hacen, los uruguayos son muy poquitos.
- Por cierto que Paola me mandó desde Montevideo esta belleza de imagen, tomada de un café cercano a su casa, algo que habla de esas cosas que apenas un mes de fútbol logra mientras decenas de años de revolución fracasan:PD: No, no voy a hablar del Pulpo, a ese pana lo dejamos para otro post.