
Dar pésames es de las cosas más incómodas que nos pueda tocar en la vida. Es el intento –vano, la más de las veces- de ofrecerle una frase feliz o medianamente reconfortante a alguien que está deshecho por una pérdida reciente. Sí, la verdad es que no hay palabras, por eso muchos optan por un abrazo, por un apretón sentido, un gesto que sólo puede ser acompañado por el silencio.
En una ocasión, hace varios años, murió en un accidente lamentable un amigo del colegio. Llegamos a la funeraria y preguntamos por la capilla donde lo velaban, nos tocó formarnos en la larga fila de gente que deseaba saludar a la madre quien, por supuesto, estaba sonámbula del desgarro; entonces, cuando estaba a punto de tocarnos el turno para darle el pésame a la señora, se le acercó una persona –de esas que gritan más que los demás, de las que lloran más fuerte, de las que necesitan demostrar que el duelo les duele el doble- y le dijo: “¡Ay, no te imaginas lo que me duele esto!” a lo que la madre del amigo respondió: “Sí, claro que lo sé, te duele mucho menos que a mí”.
Yo por eso me quedo callado. Hay que aprender a aprovechar las oportunidades que da la vida para quedarse callado.
Y por eso, me perdonan la resistencia tecnológica, no logro entender –creo que jamás lo lograré- el uso que algunos le suelen dar al facebook y al twitter. No entiendo a la gente que se da pésames por twitter así como tampoco a quienes ventilan públicamente sus bemoles más íntimos en ese espacio en blanco al que invita el facebook con su “qué estás pensando…”. No puedo creer que ahora hasta los presidentes se den el pésame por twitter. Es insólito que la noticia que transmiten los medios internacionales sea que @chavezcandanga haya manifestado su sentido pesar a la Sra. Kirchner por medio de un sentido pésame vía twitter: “@CFKArgentina Ay mi querida Cristina...Cuánto dolor! Qué gran pérdida sufre la Argentina y Nuestra América! Viva Kirchner para siempre!!”.
Me pregunto dónde quedaron aquellas sanas formalidades en las que el gobierno publicaba un comunicado oficial, o aquellos momentos dignos y solemnes en los que el presidente, sabiendo que le tocaba subirse a un avión para hacer acto de presencia en otro país, esperaba a llegar al velorio para dar el abrazo silencioso de rigor y solidarizarse simplemente con su muda presencia.
Me pregunto también qué pasó con aquella sana costumbre en la que, cuando uno se sentía mal por algún problema personal, llamaba -o buscaba directamente- a un familiar o un amigo de esos de verdad y le decía: “coño, chamo, necesito hablar de algo importante… ¿será que nos tomamos una cerveza?”. Y claro, uno entonces se despechaba, decía sinsentidos, ventilaba sus costuras y miserias, se regodeaba en el propio patetismo, todo eso que hoy la gente se empeña en hacer en facebook y por twitter, pero con la sutil diferencia de recordar aquella cosa llamada dignidad, hacerlo a puerta cerrada y con alguien de confianza.
Dar pésames por twitter o declarar por facebook cosas como “estoy deprimido… me quiero suicidar” es un desatino similar a subirse al escritorio en un salón de clases y bailar un tap. Es idéntico a decir una sarta de groserías y de chistes de doble sentido mientras nos tomamos un cafecito a solas con la abuelita de nuestra pareja. Nos estamos acostumbrando a decir idioteces a 140 caracteres o en millones de gigas en el lugar y el momento equivocados. Estamos abusando del derecho de palabra desde una ausencia ruidosa y omnipresente, mientras desaprovechamos las ocasiones de estar allí tan sólo para acompañar en silencio.
Y lo más grave, estamos empeñados en convertir al mundo en un reflejo de esa estupidez.