Hace una semana hubo un terremoto en México, dicen que duró cerca de dos minutos y que alcanzó los 7,8 grados en la escala de Richter -números casi idénticos a los del devastador terremoto que sacudió a México en 1985-.
Yo estaba en ese preciso instante saliendo para clases cuando en eso escuché a mi cuñada gritar desde el comedor: ¡Cuñado… cuñado! Lo hacía con la misma voz de alarma que utiliza cuando deja caer el cenicero lleno de colillas en la papelera sin bolsa o cuando se mete a bañar y no le sale el agua bien caliente. Con toda la calma que me producía saber que se trataba de alguna de estas tragedias me llegué hasta el epicentro de los gritos y la encontré en cuclillas metida debajo de la esquina de la mesa del comedor. “¡Está temblando!, ¿no lo sientes?”. “Coño, no… ¿será que salimos?”. “Yo no tengo llave y además estoy en pijama”. “Vale, voy a buscar la llave y ya vuelvo, no te muevas”. No llegué a buscar la llave, me quedé mareado mirando por la ventana hacia el árbol de aguacates del jardín del vecino. El tipo se movía como si se dispusiera a salir bailando. Sí, estaba temblando, era un hecho.
Cuando por fin se me pasó el mareo y superé la impresión de ver a un aguacate bailar, di con las llaves (sepan que las llaves nunca están en su sitio y mucho menos cuando se enteran de que hay terremotos), logramos bajar por las escaleras y ya todo el mundo había tenido tiempo de bajar y volver a subir, es decir, el edificio se pudo haber derrumbado con solamente dos víctimas dentro: una mujer empijamada y un tipo con su morralito negro en la espalda.
“A poco que estuvo sabroso el temblor” fue el recibimiento del vigilante que se fumaba un cigarrito bajo el sol.
Durante varios días no hubo otro tema de conversación en esta ciudad que no fuera el terremoto: ¿Cómo lo sentiste?, ¿dónde estabas?, ¿y qué hiciste?, ¡eso que hiciste es lo peor que se puede hacer en caso de terremoto! Y por supuesto también se desataron una cantidad insólita de teorías sobre las causas del terremoto y sobre qué carajos hay que hacer en caso de un sismo.
He aquí un breve manual armado a punta de todas esas cosas que escuchamos y leímos después del temblor.
1.- Cuando hay un terremoto no se pueden utilizar los elevadores pero tampoco las escaleras. En el ascensor te quedas encerrado y en las escaleras la vibración te tumba por los peldaños. Así que hay que buscar una manera de bajar que no sea ni por un lado ni por el otro. Ergo, tienes que decidir entonces entre lanzarte por la ventana o quedarte parado en tu sitio hasta que pase el temblor. En fin, mejor no hagas nada y punto.
2.- No es en lo absoluto aconsejable durante un sismo colocarse debajo de los marcos de las puertas (eso funcionaba hasta el año 2010 más o menos, pero luego se dieron cuenta que era aún más peligroso, que lo único que se derriban son los marcos y las columnas mientras que los techos sobreviven flotando en el aire). Lo mejor sería ubicarse en el hueco que hay entre la poceta y el lavamanos. O meterse en la bañera (también aplica en caso de tiroteos por lo que las bañeras son un invento mejor que el hielo).
3.- Lo ideal si te encuentras en zona sísmica es cargar un bolsito a mano que contenga una botella de agua, una galleta, un chocolate, un pañuelo, una manta, medicinas, un tanquecito de oxígeno y el equipo de primeros auxilios. Así que ni tan bolsito, mejor un morral con todo eso y siempre encima de uno porque no sabes jamás dónde te va a coger el terremoto. Eso sí, practiquen antes para cerciorarse de que caben con morralote y todo dentro del huequito entre la poceta y el lavamanos.
4.- Corrección cortesía de un amigo: en vez de agua mejor una Coca Cola (por aquello de que tiene azúcar) y el chocolate mejor con trocitos de maní (que así te nutres mientras estás tapiado). Y la galleta mejor que sea integral y con miel. Claro, luego está el problema de los gases, porque te puedes inflar de flatulencias y te la pasas aún peor bajo los escombros. Y si eres diabético o alérgico al maní pues te jodes el doble. No, mejor borren este punto y nos quedamos con el anterior.
5.- Los terremotos no son acontecimientos aislados, siempre vienen acompañados de múltiples réplicas, por lo que las corporaciones aconsejan a sus empleados seguir las normas de desalojo, bajar ordenadamente –que no sea ni por el ascensor ni por las escaleras- en silencio y sin correr, siguiendo el protocolo de emergencias sabiamente expuesto con iconitos en los descansos de las escaleras (las mismas que no se pueden utilizar). Una vez transcurridos 15 minutos (sin dispersarse, siempre al pie del inmueble) hay que subir de nuevo hasta las oficinas (nos imaginamos que levitando) y esperar tranquilamente en sus respectivos puestos de trabajo hasta que ocurra la réplica. Repetir la operación tantas veces como sea necesario hasta que cesen los sismos o hasta que sea ya la hora de irse a sufrir el terremoto cada quien en su casa.
6.- Un famoso vidente que asegura estar en contacto con los espíritus mayas y aztecas aseguró en su programa radial matutino que al día siguiente del terremoto iba a haber una réplica aún peor, un cataclismo como ningún otro en la historia de la humanidad (quién sabe si de la de los dinosaurios también) y que ocurriría justo a las 5 de la tarde. Lo preocupante no fue que lo dijera, ni siquiera que le creyeran, sino que hasta las 5 p.m. nadie se burló del vidente.
7.- Un compañero de trabajo de mi esposa sostiene (y no es joda, en serio el tipo lo jura) que el terremoto se debe a unas naves espaciales que están entrando a la atmósfera terrestre por un punto ubicado justo encima de México. El terremoto anunciaba sencillamente el inicio de la invasión.
8.- Coño de la madre, yo lo que quería era escribir el post sobre la llegada de los marcianos a México.