-A la gente se le puede conocer por las cosas que lee, por las películas que le gustan, por los retazos que copia de otros e incorpora -mal cosidos, qué se le va a hacer- a esa colcha particular que llamamos personalidad; pero sobre todo se conoce por la música que oye. Acabamos pareciéndonos especialmente a la música que escuchamos.
-Algún día nacerá una nueva corriente del psicoanálisis que nos haga terapia a través de las músicas que tenemos almacenadas en nuestro iPod (o como quiera se llame ese reproductor digital de archivos musicales). El psicoanalista dará cuenta de nuestras taras e incongruencias a partir de esa materia sonora y procederá a señalar las incoherencias, hará un mapa de nuestra identidad, nuestra memoria y de todo aquello que armónicamente se ensambla o está allí para hacernos ruido. Lo bueno es que no tendremos que ir presencialmente a las sesiones terapéuticas, enviamos al iPod a consulta mientras nos quedamos oyendo música en casa.
-Quizás la música que nos gusta de verdad, esa que nos llega hondo desde un principio y se nos aloja para siempre en los huesos, al tiempo que nos causa heridas (más o menos felices) y nos marca con cicatriz es siempre la misma. Son “variantes de una misma pieza”. Esto nos hace concluir que eso que llamamos nuestra música es como un enorme árbol genealógico donde los temas y músicos están conectados con sus ancestros, hermanos, primos, descendientes directos e indirectos. El placer del melómano se encuentra en recorrer las ramas, raíces, flores y frutos de ese árbol geneasónico.
-La construcción del árbol genealógico musical es un proceso similar al de la amistad: es la formación de una familia que escogemos.
-La música es una sustancia que nos pone en contacto con un instinto animal que casi hemos perdido. Sigue estando allí pero lo hemos olvidado por culpa de la palabra y del ruido omnipresente: el oído es, junto con el olfato, nuestra manera más natural de interactuar con el mundo. Con la música somos de nuevo mamíferos, como cánidos que se ponen en estado de alerta, tristes o felices con apenas percibir una vibración o un sonido ultrasónico. Por eso es que la música nos da en la madre, nos hace levitar o bien hundirnos en un foso, y no seremos capaces jamás de verbalizar por qué.
-Toda música, al final, acaba siendo bailable. No, no porque necesariamente se baile con las caderas y los pies; sino porque las partículas que nos conforman bailan, se desordenan, reaccionan, se agitan, se excitan, se desgarran, se mudan a otro planeta. Cuando la música nos toca una fibra es porque nuestras moléculas, de una forma u otra, deciden echar un pie (o los dos).
-Comer de los frutos del árbol genealógico musical y treparse por sus ramas son asuntos altamente adictivos. Pues en un punto de perfección todo confluye y la experiencia musical se hace absoluta, como un orgasmo pirotécnico, como una epifanía, como una dulce abducción en manos de extraterrestres. En esos momentos la música nos hace desdoblarnos, lo entendemos todo y lo sentimos todo, y esa es la razón por la que escuchamos ciertos temas en loop, hasta la obstinación, porque –aún sin saberlo conscientemente- estamos buscando repetir esa experiencia orgásimica que ya nos produjo una vez.
-Los frutos, flores y la savia que circula por el árbol geneasónico tienen el poder de entrar en comunicación directa con ciertas regiones del cerebro y del sistema cardíaco. Uno entra en contacto con esa sustancia y sin saber por qué cae rendido, fascinado, adicto. No se preocupe por entender, no es aún el momento, ya la vida en un instante preciso más adelante le hará saber la explicación. Y le parecerá de un sentido y una belleza absolutos.
-Dicen que el cine es el arte que contiene a todas las otras artes. Lo mismo podrán decir algunos de los montajes operáticos. Esto es discutible. Quizás las expresiones artísticas que de verdad contienen a todas las otras artes sean el cómic y la música, sobre todo porque nacen y se construyen a partir de una carencia. Así como en el cómic no hay un soporte técnico que le permita sonar, hablar, moverse u oler y sin embargo lo logra por medio de la simulación, lo mismo puede ocurrir con la música: allí, a pesar de que sólo hay sonidos y silencios, se levantan colores, atmósferas, texturas, personajes, poesías, narrativas, imágenes, construcciones escultóricas y arquitectónicas. Hay películas enteras del sensorama que aún no existe que se arman a partir de estímulos sonoros y sobre todo con todo eso que no está pero que nos inventamos en nuestro laboratorio más íntimo y personal.
-La música es nuestra posibilidad más honesta –también la más auténtica- para ser descarados libérrimamente y soltar barbaridades a puñados. Si a usted se le ocurre, porque así lo decidió en un instante de máxima convicción, decir que Jota el de Los Planetas es, con distancia, mejor músico-poeta que Serrat o Sabina eso es indiscutible, nadie le puede argumentar lo contrario. La música es nuestra trinchera para sentir, pensar y decir lo que se nos venga en gana. Por cierto, Jota el de Los Planetas es Lorca pero reencarnado, con distorsión y pasado por una cantidad enorme del más hermoso ruido. Punto.