Él le mandó una carta después de tanto silencio, después de tanto dolor acumulado por lo nunca dicho. En la carta sólo había un manchón grueso de tinta, a simple vista parecía una salpicadura de gota gorda caída desde buena altura. No era así. En esa mancha de tinta iban concentradas, apelotonadas, todas las palabras calladas. Todo un universo apiñado de letras superpuestas, infinitas, abrazadas hasta no dejar ni un espacito entre ellas. Una espiral absoluta de frases y estratos, de oraciones, de poemas, de canciones, de relatos, de perdones; sólo que no venían ordenadas, venía todo -concentrado y desperdigado a la vez- en una simple mancha.
Cuánto cabe en una mancha, probablemente todo. Pues, en esa mancha iba todo Él.
Recibió a los pocos días una carta. Era de Ella. Abrió el sobre como si en ese acto se le escabullera entre los dedos la vida entera. Encontró en el interior su misma carta. Devuelta. Sólo que la mancha de tinta parecía ahora corrida, no parecía la misma mancha negra, total, uniforme, que él le había mandado.
“Qué tonta, no supo entender”. Dijo con dientes apretados, arrugó la carta hasta su mínima expresión y la lanzó al trasto.
Tonto él. No supo entender su carta. Venía salpicada por una lágrima suya, emocionada, que cayó justo encima de la mancha.
Cuánto perdón y cuánta memoria bonita caben en una lágrima. Pues, allí iba Ella entera.
Entre esa gota de llanto y esa gota de tinta dos universos se habían encontrado, perdonado, reconciliado. Armoniosamente volvían a hacer el amor.
Pero él lo había lanzado todo a la basura, una vez más.
Cuánto cabe en una mancha, probablemente todo. Pues, en esa mancha iba todo Él.
Recibió a los pocos días una carta. Era de Ella. Abrió el sobre como si en ese acto se le escabullera entre los dedos la vida entera. Encontró en el interior su misma carta. Devuelta. Sólo que la mancha de tinta parecía ahora corrida, no parecía la misma mancha negra, total, uniforme, que él le había mandado.
“Qué tonta, no supo entender”. Dijo con dientes apretados, arrugó la carta hasta su mínima expresión y la lanzó al trasto.
Tonto él. No supo entender su carta. Venía salpicada por una lágrima suya, emocionada, que cayó justo encima de la mancha.
Cuánto perdón y cuánta memoria bonita caben en una lágrima. Pues, allí iba Ella entera.
Entre esa gota de llanto y esa gota de tinta dos universos se habían encontrado, perdonado, reconciliado. Armoniosamente volvían a hacer el amor.
Pero él lo había lanzado todo a la basura, una vez más.
5 comentarios:
Uhmm que divina sensación leerte; estoy enganchada a tu blog. Escribe ....no dejes de hacerlo, es parte de mi ritual venir hasta acá, transportarme con tus ejercicios literarios y retomar luego la realidad...es un parentesis necesario, ayuda a liberar la contaminacion que se trae en el alma desde la calle.
Lalocadelacasa
1203 según el contador... que odiosos los contadores, pero uno no puede evitar prestarles atención...
la carta, que bonita carta, eso le pasa por no fijarse bien en las cosas, no solo el tenía cosas que decir... el no entendió.
QUE LINDO, VERDADERAMENTE , ESAS PALABRAS DEMUESTRAN TANTO AMOR E INCOMPRENSION, DEBERIAS IR ESCRIBIENDO POR CAPITULOS, COMO UNA NOVELA. QUIEN SERA CAPAZ DE DESPERTAR ESE AMOR TAN GRANDE Y TORTUOSO, A PESAR DE LA FALTA DE PALABRAS E INCOMPRENSION, EL AMOR ATRAPA, DESGARRA, AH... QUIEN NO SUFRE POR AMOR... BELLO
...eh, 1264
...1269.
dormí dos horas.
...veo que notaste mi pequeña travesura.
1269.
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