Yo te voy a contar lo que pasó el día en que se borró la playa. Porque yo me fui hasta la playa como todos los días, para coger aire fresco, para mojarme los pies en la orilla, leerme algo, escuchar mi musiquita, verles el cuerpo a las chicas guapas que jamás tendré en mi cama. Esas cosas, las de siempre. Pero cuando llegué a la playa resulta que la playa no estaba.
Te lo juro, hermano, no estaba. Había una neblina densa como si estuviéramos en pleno otoño en Londres, pero tipo efecto invernadero, porque era caliente como un horno abierto y en pleno verano. Como si la playa se hubiera convertido de pronto en una inmensa sauna finlandesa y tú no puedes ver a más de dos metros de tan denso que es el vaporón. Yo me acerqué a la orilla y sólo me di cuenta de que el mar seguía allí cuando me mojé los pies. La gente estaba metida en el mar y te juro que era lo más parecido a esos monos japoneses que son peludos y están sumergidos en un lago templado mientras afuera cae nieve, y ellos apenas asoman las caras, caras humanas y como con sueño, y se les acumulan los copitos sobre el pelo de la cabeza, parecidos a esos sombreros rusos con motitas blancas. Bueno, así era la gente dentro del mar, apenas unas cabezas que salían del agua gris, unas manchitas oscuras irrumpiendo en la blancura de aquel manto de seda caliente.
Yo me puse a ver a la gente, con saña, sabiendo que algo pasaba, porque esas situaciones se prestan a que hagamos cositas sucias, nos valemos del hecho de que no nos ven y hacemos nuestras cochinaditas. Y sí, la gente las estaba haciendo. Se aprovechaban de la cortina gigantesca que de pronto les había caído encima y allí andaban haciendo aquello con una impunidad y un descaro que a mí el sonrojo yo creo que se me notaba hasta en medio de la neblina.
Y yo lo asumo -porque no tengo necesidad de mentirte, ni lo quiero hacer-, yo también aproveché para hacerle una maldad a aquella muchacha. Lo hice porque se lo merecía. Y bueno, yo digo que culpemos a la niebla. Es que la vi así tan cerca y en medio de aquel vaporón, y en el fondo yo creo que ella también quería. Pero no sé.
Todos aprovechamos para hacer cosas ese día en la playa. Y después que se levantó la niebla, que se nos fue tan de pronto como se nos vino, descubrimos que ya la playa no era la misma. Estábamos en otra playa distinta, con otro mar, otra arena, con el sol ahora amaneciendo por el poniente. Nos la habían cambiado. Y luego fue cuando nos enteramos que barrios completos habían desaparecido también durante la niebla, que al pasar la niebla había otros barrios, con otra gente. O, en cambio, había huecos gigantescos sin barrios ni gente, ni perros, nada, sólo huecos más vacíos que cualquier otro hueco jamás.
La niebla pasó y nos quedamos sin vecinos. O con unos vecinos nuevos que hablan otros idiomas, comen otras cosas, huelen y visten distinto. Nos cambiaron, como quien cambia los decorados tras un telón con una mano gigantesca y precisa, cada pieza del tablero. Y después de la niebla, las cosas no son como antes. Tenemos otras casas, otras ciudades, otras playas, otros países.
Nos habían cambiado el mundo. Porque Dios también, y principalmente él, aprovechó ese día en medio de la niebla para hacer sus cositas malas.
6 comentarios:
Que bueno es!!!
Besos.
:)
Me gusta cuando un autor logra que leer un cuento sea como ver una película...
Vi a los monos, sentí la niebla, y me dio miedo que de pronto me cambiaran el barrio o la ciudad por una llena de desconocidos.
Gracias!
Un abrazo
Maestro, Boris Vian estaría orgulloso de ese cuento que toma aquella vieja niebla sexual que él nos contó y que ahora usted ha traído a la playa y a la que además le ha hecho cambiar de rumbo y de final en una vuelta de tuerca realmente intrigante.
Este es uno de mis favoritos, junto con el del pez en la bañera...tanto di cappello.
Bellísimo este cuento... me encanta.... mil imágenes... mil situaciones... mil cosas a que remontarse!!!
Yo creo que esta historia vence a la ficción... Suena lejana, pero esta cerquita (la niebla no me engaña :p)
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