Al poeta Eugenio Montejo lo habré visto si acaso tres veces en la vida. La primera fue de niño en los pasillos del Edificio de Estudios Generales de
La última vez que vi a Montejo fue hace cosa de un año y medio en el Banco del Libro. Estaba invitado a una tertulia junto con su amigo, el también poeta, Rafael Cadenas. Hablaron de poesía, de lo extraño que les resultaba definirse como poetas y llamar poesía a eso que les salía de cabezas y manos, se leyeron mutuamente, hablaron de libertad y de falsas democracias, contaron a dos voces unas anécdotas insólitas, rieron y bromearon como dos compinches de la infancia. Fue un momento entrañable, también un sacudón. Creo que los escasos 30 gatos que estábamos esa noche allí salimos convencidos de haber asistido a un concierto, a un contrapunteo extraño entre dos músicos que no usan guitarras ni cantan, pero que definitivamente eso que les brota suena a música. Una melodía de esas que viaja directo al centro del pecho sin pasar por la cabeza y cuando florece te arruga un pedazo de alma.
Anoche murió Eugenio Montejo. Se murió uno de los nuestros, uno de los grandes, uno de los buenos. Se murió alguien que a ningún venezolano debería serle indiferente. Se nos fue uno de los Otros Héroes, otro más, y nos quedan tan pocos. Salió de este mundo que hoy parece despeñado y empeñado en buscar sus héroes entre los gritones, los armados, los paranoicos, los violentos, los asesinos, los falsos. Ojalá mañana recordemos, a la hora de repartir las estrellas, que en esa constelación que nos toca armar en nuestra bóveda celeste particular, el bigote no puede ser el de Fidel Castro ni el de Ezequiel Zamora. Ese puño de estrellas le corresponden, porque sí, al de Montejo. Se las debemos y nos las debemos.
Nos veremos poeta, por cuarta vez, estoy seguro que en Islandia. Dios quiera que sea en un fiordo con palmeras en esa Islandia particular que concibió usted pero que ahora nos pertenece a todos.
Islandia (de Eugenio Montejo)
Islandia y lo lejos que nos queda,
con sus brumas heladas y sus fiordos
donde se hablan dialectos de hielo.
Islandia tan próxima del polo,
purificada por las noches
en que amamantan las ballenas.
Islandia dibujada en mi cuaderno,
la ilusión y la pena (o viceversa).
¿Habrá algo más fatal que este deseo
de irme a Islandia y recitar sus sagas,
de recorrer sus nieblas?
Es este sol de mi país
que tanto quema
el que me hace soñar con sus inviernos.
Esta contradicción ecuatorial
de buscar una nieve
que preserve en el fondo su calor,
que no borre las hojas de los cedros.
Nunca iré a Islandia. Está muy lejos.
A muchos grados bajo cero.
Voy a plegar el mapa para acercarla.
Voy a cubrir sus fiordos con bosques de palmeras.
7 comentarios:
Lágrimas con sonrisa.
Yo también iré a Islandia.
Un abrazo, José
Los buenos se están yendos.
¿Qué será que saben que nosotros no sabemos? ¿O será que se los llevan a otra parte, donde la lucha contra este mundo malo es más efectiva? ¿Será que no se van a descansar, sino a seguir dándole duro a los villanos? ¿Será que es cierto, que los que se van son más afortunados? ¿Será que no estamos más desemparados, sino que ahora estamos más protegidos? ¿Será que ahora somos más fuertes desde otra parte, aunque nos sentimos más débiles aquí? ¿Será que los grandes hombres son más grandes en el recuerdo?
Yo quiero creer esto, todo esto, para no sentirme tan solo, ahora que los buenos se están yendo.
Bellísimo este trabajo, homenaje digno a Eugenio Montejo. Me emocionaste con tu relato. Tu viejo decía que los dos grandes poetas admirados por él ,eran: Montejo y Cadenas.
Menos mal que personas tan valiosas, siguen viviendo a través de sus obras.
que suerte...!! y que maravilla que lo compartas...!!!
qué bonito este homenaje, tan Urriola de la mano de su padre.
un abrazo
Amigo, coincidimos en la pena, coincidimos en la angustia y espero que coincidamos, algún día, en Islandia.
Eso exactamente pensé, se nos fue un superheroe que llegué a creer sería inmortal.
Un abrazo con beso
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