jueves, 31 de julio de 2008

Escudos



Una vez papá se presentó en la casa con un regalo que le había hecho uno de sus amigotes de la Librería el Gusano de Luz. Era una cosa cuadrada y pesada, cubierta por un envoltorio de papel marrón. Lo abrimos a cuatro manos y de allí salió enmarcado en madera y con un vidrio protector El Escudo de la Familia Urriola, traído directamente de un caserío vasco cercano a Guernica. Yo estaba francamente emocionado pues esperaba que, como en todos los escudos, hubiera un león, un rayo de Zeus, un carruaje de Apolo, el tridente de Poseidón, un águila, un tigre, un cañón, una cinta escrita con una frase poderosa en un latín impenetrable. Pues no, por lo visto los Urriola han sido ancestralmente una familia de jodedores o de irresponsables a los que no les interesa en lo absoluto distinguirse con un escudo, porque aquélla cosa era una soberana mamarrachada. Tenía una especie de yelmo abollado y mal pintado puesto de perfil en la parte superior y en los cuadrantes interiores había unas cosas que parecían unas nueces o unas avellanas, cuatro espigas de trigo mal amarradas con un pabilo, una cinta roja al viento que no decía un carajo –pienso hoy que menos mal- y un pájaro parado con cara de fastidio que quizás era un cuervo o un zamuro. Mi padre me miró con sospecha y preguntó: “Chamo, ¿tú lo quieres?”. Y no hizo falta que yo respondiera, al día siguiente el Escudo de los Urriola estaba colgado en la puerta del cuarto de un primo.

Los escudos son una cosa extraña y omnipresente. Es una especie que prolifera en relación inversamente proporcional a la del oso panda. Adonde voltees hay un escudo, todo lleva escudo, hay una sobrescudización del mundo. Son como unos bisabuelos con estirpe de los logotipos comerciales de hoy. Es una cosa que con su sola presencia te dice: cuidado, contrario a lo que parece aquí hay gente seria. Como si nada fuera suficientemente digno o lo bastante sólido si no tuviera escudo. Algunos sostienen que los únicos escudos que sí valen de verdad son los de las federaciones de fútbol en el álbum del mundial de Panini, porque los puedes cambiar por 4 de las barajitas normales o porque hasta puedes venderlos al precio que te dé más rabia y siempre aparecerá un pendejo que lo compre.

Claro, hay escudos tan impresionantes que uno les coge cariño y provoca hacer la ola. El de la Unión de carritos por puesto Casalta-Chacaíto-Cafetal, por ejemplo, tiene en el centro a un conductor, pintado de perfil por un niño de 5 años, cuyas manos reposan sobre un volante: QUE ES EL SÍMBOLO DE LA PAZ.

Debería existir un recetario para hacer escudos. Todo escudo que se respete debe tener un animal fiero en actitud de ataque: leones, tigres, águilas, serpientes, caballos, elefantes, lobos, bulldogs (tortugas, rabipelados, aves migratorias y perros de pooddle para abajo abstenerse, así como cualquier bicho rastrero excepto el escorpión). Tiene que tener también una frase que diga necesariamente cosas como honor, patria, respeto, unión, progreso, igualdad. Si puedes decir eso mismo pero en latín -o en algo que suene más o menos a latín- pues mucho mejor, el escudo vale el doble (igual que si el animal tiene dos cabezas en vez de una). El elemento vegetal es infaltable, cuide de rodear a los animales, banderas, frases rimbombantes, coronas, cuernos y riquezas múltiples con un marco de frutas y ramas de cualquier cosa. Los escudos sufren del síndrome de los pesebres: si no le metes monte, la vaina no está completa nunca. Ah, y finalmente, siempre tiene que tener un elemento abstracto o mal dibujado, algo que la gente se acerque, entrecierre los ojos, mire con expresión sesuda –o sinceramente intrigada como si se tratara de un cuadro impresionista- para que al final todos tengan que reconocer “mierda, ni idea de qué es eso… pero parece pupú de hamster”. Eso está allí puesto a propósito para que las maestras puedan inventarle a los niños en la escuela cosas como: “Y esos que están aquí son diamantes brutos, como símbolo de la riqueza humana y mineral que esconde en sus entrañas nuestra patria”. Y los chamos del fondo susurran: “Pues a mí me sigue pareciendo mierda de hamster”.

La próxima vez que le agarre la cola que bordea al aeropuerto de La Carlota, fíjese que la reja está coronada en cada columna (que son como 300) con un escudo. Y si echa ojo –tranquilos, habrá tiempo, se los juro- se dará cuenta de que la mitad de ellos reza en la parte inferior: Spatium Superanus Platinus. Me hubiera encantado registrar con una cámara el momento en que el Coronel encargado del diseño del escudo le explicaba al Comandante General de la Fuerza Aérea aquello de superanus y el jefe le decía: “Sí, chico, me queda clarito lo del latín, no me lo expliques más… ¡Pero tú estás seguro que no hay otra manera de decir lo mismo pero sin el súper anus!”.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Tienes razón, lo he visto: el escudo de la asociación civil de conductores casalta-chacaíto-cafetal, está en la parte de atrás de todas las unidades... c... y tiene un símbolo de la paz en vez de volante. Es lo máximo.

Anónimo dijo...

Recuerdo ese escudo que llegó a casa. Al principio estaba muy orgullosa, pues ese Urriola, parecia de la realeza, ja, ja, Después de ver la reacción de padre e hijo, esos humos de realeza se esfumaron. El cuadrito rodó por toda la casa hasta que otro Urriola, se compadeció y le dió un puesto de honor. Ahora después de leer tu teoría sobre los escudos, pondré atención y mira que tu eres observador, pues se mantiene el monte, las espigas, los laureles , los animales y las mismas palabras o sinónimas, como diria la profesora de castellano . Vaya imaginación la tuya. Muy bueno....., la cuidadora de Tureco.

Anónimo dijo...

qué madre más bonita tienes!

Anónimo dijo...

La cuidadora de Tureco, le da pena ocupar este espacio, que es para los lectores exigentes y calificados de Jose; pero me daría más pena, no agradecer las generosas palabras del anónimo anterior.