Mi amigo el Palillo pasó unos 10 años intentando hacerse ingeniero de
La máquina consistía en una ancha manguera con capacidad para tres tercios de cerveza Polar (es decir: un litro de batido de cebada) que terminaba en un embudo. Justo antes del embudo el Palillo diseñó y acopló una llave de paso. Las instrucciones para utilizar la máquina eran las siguientes: el bebedor se ponía de rodillas en el suelo con el embudo encajado casi hasta la garganta, un amable asistente vaciaba cuidadosamente desde las alturas el contenido de tres botellas de cerveza de 330 ml por la abertura superior de la manguera y cuando el bebedor estaba listo hacía girar la llave de paso y se tragaba de un solo golpe el litro de cerveza. Cuando el bebedor se reincorporaba descubría que se había convertido en pocos segundos en la versión trapito de sí mismo.
Palillo, para explicarnos bien cómo se debía utilizar la máquina en ilustrativas lecciones prácticas, decidió hacernos una demostración que acabó repitiendo 9 veces. Nueve veces se arrodilló y nueve veces activó la llave de paso y al final de la noche se había tragado nueve litros de cerveza (27 botellas de Polar de tercio). Despeinado y con cara de boxeador decidió, luego de culminar la gesta, que se iba a ir a su casa conduciendo su Fiat Uno azul.
Entonces yo, muchacho juicioso que apenas se había tomado 3 (quizás 4) de las máquinas del Palillo, le dijo: “Chamo, estás demasiado borracho. Ni de vaina te vamos a dejar que te vayas manejando en ese estado”. Y entonces me inmolé en nombre de la amistad –porque la verdad es que la fiesta podía seguir perfectamente sin el Palillo, siempre y cuando nos dejara La máquina-, deposité al Palillo de Trapo (y depositar no es una metáfora) en el asiento del copiloto de mi Chevette y lo llevé hasta su hogar. La última imagen que tengo es la del Palillo parado de forma muy extraña y en precario equilibrio frente al portón de su casa intentando hacer encajar la llave en la cerradura. Y aquí yo salgo del cuento, el resto me lo cuenta el propio Palillo.
Dice el Palillo que cuando por fin logró hacer encajar esa endemoniada cosita dentada en la cerradura entró a su casa y se fue directo a la cocina. Estaba muerto de hambre pues no había comido nada desde el almuerzo y lo único que tenía entre pecho y espalda eran los 27 tercios de cerveza. Entonces abrió la nevera y lo vio allí, solitario, iluminado en el centro del frío, como si fuera el único futbolista en el círculo central de un estadio. Un aguacate enorme, recontraverde, lisito, como de 2 kilos. Se armó de una cuchara y del salero y se metió aquel aguacate entero hasta que dejó sólo la pepa reluciente. Satisfecho por su doble proeza (el record absoluto de 9 máquinas más la aniquilación del aguacate de 2 kilos) y con la barriga pidiéndole unos pantalones talla 46, se dijo “ahora sí que estoy listo para acostarme a dormir”.
Y entonces el Palillo ha acuñado una frase para la historia: “Y aquí yo salgo del cuento, el resto me lo cuenta mi mamá”.
Resulta que el tipo se desviste, se acuesta en su camita y se arropa hasta el cuello. Qué rico, buenas noches, será hasta mañana. Eso sí, siente en medio de un sueño extraño que algo le recorre desde las tripas hasta la boca. Que algo se agita allá adentro estremeciéndolo desde la punta del pie hasta el último pelo. Y cuando por fin abre los ojos se da cuenta de que todo, absolutamente todo en su cuarto es verde. Las sábanas, las repisas de los libros, el suelo, las paredes. Todo es verde aguacate. Y su mamá –una de las damas más dignas y decentes que hayamos conocido jamás- está de pie en el umbral de la puerta con cara de pánico diciéndole: “Andrés, hijo mío, qué te pasa”. Y el Palillo le respondía como Linda Blair en El Exorcista, expulsando chorros verdes a propulsión por la boca, y además tenía la cachaza de gritarle: “¡Tú lo que estás es loca! ¡Tú estás soyada!”.
La madre del Palillo asegura que su hijo estuvo poseído lanzando chorros esmeralda por la boca y diciéndole que ella era loca hasta que de pronto él solito volvió en sí, le cambió la mirada, dio un vistazo a su habitación barnizada de verde, se limpio con el dorso de la mano la baba y dijo: “Coño, mamá, ¿qué me pasó?”. Salió corriendo y se encerró en el baño a liberar el estómago de los residuos de pasta de aguacate con cebada que no había utilizado en la redecoración de su cuarto.
Este cuento de La máquina y el aguacate tiene dos moralejas: 1) Que comerse dos kilos de aguacate con 27 cervezas es una experiencia similar a la de ser poseído por un demonio. 2) Que es sencillamente una belleza que siempre haya alguien que cuente lo que te pasó cuando ya uno no está.
11 comentarios:
Jose, misión cumplida una vez más, es que pasarse por aquí no falla.
jajajaja me quedo con la imágen apoteósica del verdor y con la curiosidad por la máquina, nosotros le hacíamos un hueco abajo a la lata de cerveza y ésta salía a propulsión pero lo de tu amigo es la sofisticación pura!
Un abrazo
Muy pero muy cómico, claro, para nosotros tus lectores ,no para el palillo y su aterrada mamá.Muy buena la historia del aguacate y las cervezas, con razón escuché a un médico que el vino con la comida grasosa era mortal para el higado, tal vez esa mezcla fué catastrófica para tu amigo. Grasa vegetal mas alcohol de la cerveza.Como nos haces reir..... Gracias, Sofía Giusti.
JAAJAJAJAJAJAJAJA!
Yo pesco aquí.
Soyada....!qué maravilla, José!
(Ayer, escribía algo ambientado en la Caracas de hoy y, trastabillaba, tropezaba...vi al Bro conectado y le`pregunté ¿todavía se dice achanta un pelo? a lo que el maestro me contestó -dejandome totalmente desmoralizada y con una de mis fobias palpitando en mi brazo derecho- :
jeje. No. Pero se entiende. )
Me sentí sin suelo de palabras.
Hoy leo esto y recupero tanto: el aguacate con sal, las BARBARIDADES que se hacían en la universidad (suerte que no me tropecé con esa máquina...) y esa palabra divina, soyada...
Me siento mucho mejor.
(El brazo no.)
Gracias, José!
Siempre es un gusto leerte!
Un besazo.
Que divertidas y encantadoras resultan estas escrituras. Pobre Hígado del Palillo y pobre de su Madre que seguro tuvo que limpiar el redecorado verde. hahaha
Pero más encantador es saber que hay alguien que cuenta lo que nos pasó cuando no estamos o cuando aparentamos no estar
Gracias Jose..
Sí, señor: hasta cuando se cuentan las miserias...
Pana, disfrute mucho escuchar mi propio cuento en tu versión y me reí como nunca antes....
Te recuerdo que el carro en esa epoca era un Renault Fuego, el Fiat que compre después era Palio....Y me tardé 8 años en la USB no 10!!! pero eso no importa...
Hoy todavía queda una mancha en la ventana, ya por supuesto no verde, si no marrón.... pero da fe del hecho.
Por cierto, algo muy importante es que la Máquina de Beber todavía vive!!, actualmente la usa mi tío (el que vive al lado de mi mamá para echarle aceite al carro!!!
Si algún día quieren que vuelva a sus andanzas, solo tenemos que limpiarla y empezar a verter en ella....
Un abrazo y gracias por inmortalizar este cuento....
El Palillo.
Que buena historia José, gracias por compartirla... Y gracias también al Palillo, por supuesto... me encantó la imagen del Palillo cual Linda Blair... un poco grotesco, pero realmente genial... jajajaja
No chamo...no aguanté la risa y me delaté en la ofi que estaba leyendo blog!!!! No no...no me gusta el aguacate, pero creo que acaba de pasar a la categoría de odio.
jajajajaja me reí hasta llorar de la historia y del comentario de Palillo. jajajajajaja que genial La Negra
Lectura reconfortante, con oxímoron de los buenos incluído —Palillo de trapo—
Sólo un detalle, y espero no equivocarme para no caer en el ridículo: “Y aquí yo salgo del cuento, el resto me lo cuenta mi mamá” ¿No sería más bien "su" mamá? Aunque para ser justos cualquier licencia puede permitírsele al sueño del pobre Palillo, incluyendo la de invitar a tu madre o la de fundir ambas en una sola.
Saludos.
Después de una relectura:
Sí, en efecto me equivoqué y ahora hago el ridículo.
La próxima vez pondré mejor atención. Disculpa.
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