Ese día, durante toda la mañana, estuvieron hablando de lo del sobrino de Ricardo, que al pobre lo habían matado para quitarle un BlackBerry. Y alguien, en medio de ese gallinero suelto, justo en esos momentos en que todos se callan y el susurro se convierte en un grito que irrumpe en el silencio, dijo: “¿Y cómo es que son esos perros?”.
Pero ése no es el cuento. El cuento es que ese mediodía me dio miedo ponerme los audífonos a todo vatio para superponerle a la banda sonora de Caracas mi propio soundtrack y así forzarme (y forjarme) una nueva película particular. Ese día pensé que la ruleta rusa en la que vivimos me iba a tocar por necesidad, que el ángel de la guarda me iba a decir: “Panita, lo lamento, pero yo estoy exhausto. Yo llego hasta aquí”. Y además me puse a pensar en algo que siempre me ha angustiado: cuál será la última canción que uno oirá en esta vida. Es decir, en qué y en quién estarás pensando cuando te toque. Morirse oyendo reggaeton tiene que ser un tipo de muerte. Y yo preferiría otra muerte.
El punto es que ese día me lancé a la calle sin los audífonos y gracias a ese detalle nimio no me perdí el cuento que presencié a unas tres cuadras de aquí.
Está un indigente metido de cabeza en un pipote de basura, literalmente clavado dentro del barril metálico con los pies pedaleando en el aire. Emerge de allí cubierto de muchas cosas y con dos trofeos en las manos: un vasito plástico con algo que hace varios días fue (quizás) jugo de piña (o de guanábana) y con los restos de una cosa parecida a un sándwich de chorizo (o tal vez pizza). Se los devora con un gusto increíble, le brillan los ojos y los dientes debajo de la maraña de pelos. Una señora sale en ese preciso instante de un restaurante con una bolsa en la mano. Se nota que es algo caliente metido en un envase de aluminio, acompañado de dos trozos de pan y una lata de refresco. La señora, deteniéndose a mi lado, se le queda viendo al hombre y se conmueve:
—Señor…. Señor… oiga, ¿no quiere comerse este pasticho?
El hombre, imperturbable, permanece con la mirada perdida en el vacío, apura el último trago y se relame el borde del vaso haciendo círculos con la lengua.
—Tome, señor, cómase este pastichito que está rico.
Hasta que el tipo finalmente se digna a girar la cabeza en dirección a la doña, se le queda viendo a la suculenta bolsita que le extiende y dice:
—No, vale ¡Que voy a estar comiendo yo esa mierda!
Pero ése no es el cuento. El cuento es que ese mediodía me dio miedo ponerme los audífonos a todo vatio para superponerle a la banda sonora de Caracas mi propio soundtrack y así forzarme (y forjarme) una nueva película particular. Ese día pensé que la ruleta rusa en la que vivimos me iba a tocar por necesidad, que el ángel de la guarda me iba a decir: “Panita, lo lamento, pero yo estoy exhausto. Yo llego hasta aquí”. Y además me puse a pensar en algo que siempre me ha angustiado: cuál será la última canción que uno oirá en esta vida. Es decir, en qué y en quién estarás pensando cuando te toque. Morirse oyendo reggaeton tiene que ser un tipo de muerte. Y yo preferiría otra muerte.
El punto es que ese día me lancé a la calle sin los audífonos y gracias a ese detalle nimio no me perdí el cuento que presencié a unas tres cuadras de aquí.
Está un indigente metido de cabeza en un pipote de basura, literalmente clavado dentro del barril metálico con los pies pedaleando en el aire. Emerge de allí cubierto de muchas cosas y con dos trofeos en las manos: un vasito plástico con algo que hace varios días fue (quizás) jugo de piña (o de guanábana) y con los restos de una cosa parecida a un sándwich de chorizo (o tal vez pizza). Se los devora con un gusto increíble, le brillan los ojos y los dientes debajo de la maraña de pelos. Una señora sale en ese preciso instante de un restaurante con una bolsa en la mano. Se nota que es algo caliente metido en un envase de aluminio, acompañado de dos trozos de pan y una lata de refresco. La señora, deteniéndose a mi lado, se le queda viendo al hombre y se conmueve:
—Señor…. Señor… oiga, ¿no quiere comerse este pasticho?
El hombre, imperturbable, permanece con la mirada perdida en el vacío, apura el último trago y se relame el borde del vaso haciendo círculos con la lengua.
—Tome, señor, cómase este pastichito que está rico.
Hasta que el tipo finalmente se digna a girar la cabeza en dirección a la doña, se le queda viendo a la suculenta bolsita que le extiende y dice:
—No, vale ¡Que voy a estar comiendo yo esa mierda!
12 comentarios:
jajajaja cada cabeza es un mundo...
¿y la foto de dónde es?
Me encanta el concepto!!!
Que reacción tan extraña y tan diferente a lo que uno se imagina que debería pasar, no le gustó la Sra? se ofendió con el regalo, quedó satisfecho con los restos de jugo y pizza? Lo que si estoy seguro es que no hay derecho, ni perdón para que este Señor esté "pedaleando" en la basura. Se siente uno ,en lo personal con un tremendo sentimiento de culpa.
Como alguna vez te escuché decir: "Yo recuerdo un tiempo en que la gente no estaba loca".
Hace años que no estamos más en esos tiempos.
M.T
Jajaja.... Good...
Hey pero me uno al que preguntó por la foto... Está...
::Ed::
Adry y Ed:
El evento ocurrió cerca de donde alguna vez estuvo esta imagen; pero para saber más detalles tienen que ir a este link:
http://www.planetaenfuego.net/archivos/tag/banksy/
Gracias por sus comentarios.
Salud!
Esa historia no deja de sorprenderme. Cuando un mendigo dice algo así es el momento para decirno...estamos requetejodidos.
Chamo...esta mañana al lado de la panadería un mendigo le pidió a una señora que le pelara una mandarina.
Habrá sido verdad o lo soñé?
Manuela,
No lo soñaste, lo del mendigo y la señora con la mandarina ocurrió. Y es que siempre para cada cosa infeliz ocurre luego otra hermosa que la neutraliza. Y por eso, a pesar de todo, este rock sigue teniendo sentido vivirlo.
Un gran abrazo y gracias por esa imagen.
... quizas solo gusta de los estado "piches", que le llaman. Cada cabeza es un mundo... y mas extraño el mundo cuando está mas "piche"
Triste pero no dudo que real.Tu manera de abordarlo y tu miedo prevalecen, y qué buena broma!
Un abrazo,
OA
Esto sólo debe pasar en mi ordenador y en ninguno más. Acabo de leer tu último post y ya no está, se ha ido de nuevo. Existe ¿verdad? Se llamaba "respuestas sin respuestas" y era una belleza...
ya he puesto este texto en
www.rasgadodeboca28.blogspot.com
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