Él se levantó porque a pesar del silencio que siempre habitaba la casa a esas horas había un ruido como de estática y un fulgor al fondo del pasillo. En un arranque de autonomía puso los pies sobre el suelo helado y se fue hacia aquello que estaba encendido. Cruzó frente a la puerta del cuarto de sus padres, cruzó la de la habitación de las muchachas, pasó por la biblioteca y el comedor sin hacer el mínimo ruido, arrastrando las medias, hasta llegar a la sala donde encontró a Amanda viendo la tele.
—¿Qué estás viendo— preguntó él.
—Perro… qué susto me metiste —dijo Amanda con los ojos desorbitados como de Paraulata. — Habla pasito para que no se despierten, veo una película con Audrey Hepburn.
Él se subió al sofá y se sentó en el cojín de al lado. Esa noche conoció a Odri Jepborn (¿tú de verdad estás segura que eso se escribe así: Audrey Hepburn?) y descubrió con la boca abierta que entre todas las mujeres del mundo había que buscarse una igualita a ella pero para él. Y esa noche supo que a esas horas -y con la casa dormida- los fines de semana había algo secreto y fascinante que sólo compartiría con su hermana Amanda.
Con Amanda conoció también a Marilyn Monroe, a Joanne Crawford, a Rita Heyworth, a Claudia Cardinale (que estaba casi tan linda como la Jepborn), a Sofía Loren y a Grace Kelly (de quien Amanda comentó: “esa es la princesa de Mónaco”. Cosa que no significó absolutamente nada para él sino hasta varios años más tarde). Las noches de viernes y de sábado frente al televisor eran un ritual sagrado esperado con ansiedad de manos sudadas, y en ese espacio, iluminados por la pantalla y mientras todos roncaban, ellos decretaban la alianza, se borraba cualquier pelea, cualquier disgusto de la semana. Eran noches de cine.
Cierta vez se quedaron más tarde de la cuenta viendo una de terror. Esa noche el programador del canal se habrá vuelto loco o puso a un suplente, el punto es que no hubo divas de los 60, ni comedias, ni romance, ni espionaje. Era una cosa espeluznante sobre una novia que el día de su boda y con el traje puesto, apurada por llegar a la iglesia, se fue por un precipicio. Entonces el fantasma de la novia se aparecía al borde de la carretera haciendo dedo para pedirles a los conductores solitarios que la llevaran, y por supuesto nadie se paraba, aceleraban aterrorizados, sólo para descubrir en el reflejo del retrovisor, unos metros más tarde, que la novia iba sentada en el asiento de atrás. Y la novia era horrible, era un cadáver verde y morado con ojeras como cavernas y con velo, lo que lo hacía todo peor. Apagaron los hermanos el televisor y se fueron a la cama. Amanda entró a su cuarto y dijo buenas noches. Él se encerró en el suyo y durante horas de terror e insomnio infantil, cubierto con las sábanas desde el último pelo hasta los talones, estuvo diseñando mentalmente camas blindadas como sarcófagos iluminados por dentro, una cosa impenetrable similar a un submarino particular, donde el niño aterrorizado podía pasar la noche con la misma luz del día y protegido contra cualquier tipo de vampiro, monstruo, novia cadáver o espectro allá afuera. Por fin, cuando aquella imagen espantosa de fantasma con velo se distrajo y le permitió cinco minutos de alivio, se quedó dormido. Esa noche, ya de madrugada, se quiso cambiar de posición y tropezó con algo duro. Algo que se movió, le arrancó las sábanas de sopetón y lo encaró.
—¡Dios mío, qué es esto!— gritó él.
—Shhhhhh… cállate, soy yo— dijo Amanda, blanquísima, pálida, puro dientes y ojos saltones—. Es que no me podía dormir del miedo.
Se estuvieron riendo hasta el amanecer, con esa risa contagiosa e indetenible que sólo ocurre cuando uno sabe que no se puede reír.
Pasaron muchos fines de semana con sus respectivas noches de cine. Las suficientes como para que Amanda le enseñara a escribir Audrey Hepburn y a pronunciarlo sin que la lengua se le volviera un coleto seco. Las suficientes como para que Amanda se enamorara de un compañero de clases, uno de la raza de los gigantes buenos. “Es lo único simpático que tienes” le dijo él un día, en medio de una discusión de hermanos, pensando que con eso le daba duro en donde más mella le podía hacer; pero para ella no fue más que un cumplido. Con ese gigante noble haría pareja la vida entera y en unos años pasarían de ser dos a ser cinco. Y mientras tanto el hermanito creció, se buscó (y encontró) a su propia Audrey Hepburn con toque de Cardinale; y siguió sumergido religiosamente en ese mundo a oscuras, secreto, ese reino de luces y sombras que no hubiera conocido -y del que no se hubiera enamorado- de no ser por Amanda.
Ah, y él se pasaría la vida tratando de escribir historias de terror y de risa, a veces las dos cosas a la vez, buscando –quién sabe si conscientemente- replicar en ellos mismos y en otros aquella noche cómplice en que Amanda y él se llevaron el susto de su vida y rieron hasta el amanecer.
12 comentarios:
Toda una belleza esta narración tan real, de tu experiencia con tu hermana Amanda y el cine representativo de mi juventud. Felicitaciones.
Muy bueno.
Yo quiero uno como tú, igualito.
Ah cuando yo sea grande quiero ser como Audry Hepburn... pero primero tengo que rebajar como diez kilos.
Como siempre, un placer leerte
Nuevamente me haces reir y llorar...es espectacular la capacidad que tienes para narrar lo que vivimos. Dios te dio el don de ser escritor y a mi el regalo de que seas mi hermano.
y en donde estaba yo?????? por que nunca me invitaron a las noches de cine? por que nunca me entere? Que caletas diria Sofia Margarita!!!! jajajajaja. Lloro y me rio al mismo tiempo, disfruto esta imagen de mis dos hermanos complices viendo peliculas como disfruto desde la distancia, las reuniones en casa de Popi, a traves de las fotos de alguna de las Amandas.
Los quiero y los extrano...
Porque al anónimo anterior no le gustaba ver televisión, ja,ja.
Qué capacidad maravillosa para escribir y que privilegio para nosotros disfrutar tus narraciones.
Deja vu. Cambia el nombre de la protagonista y cambia la película...
Es hermoso, me parece ver una película con ustedes dos de protagonistas ¡es tan real tu narración!.
Sentí una serie de emociones encontradas entre risa y llanto.
Tremendo escritor.
Tu orgullosa tia Evita
Como siempre, Jose, magnífico.
Gracais pro dejarnos compartir este pedacito de ti.
Cuando yo sea grande quiero ser como tú.
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