martes, 2 de agosto de 2011

Los grados del café



Como sufro del maleficio de la puntualidad, aquella mañana llegué a la cita media hora antes de lo pautado. Alguien me dijo alguna vez –y se me quedó grabado- que llegar temprano era tan irrespetuoso como llegar tarde. Que la gente se podía sentir apurada o presionada por el hecho de que uno hiciera acto de presencia minutos antes de lo acordado. Así que opté por hacer tiempo en un café cercano y darme el tupé (que jamás me permito) de llegar con los cinco o diez minutos de retraso que poco a poco se han ido convirtiendo en norma de puntualidad y decoro.

Entré a un café de Starbucks, que los hay en esta ciudad en una relación asombrosa con los millones que la habitan (éste debe ser uno de los lugares del mundo con más Starbucks por kilómetro cuadrado) y me formé en la cola de la caja para pedir el café que me garantizaría mi media hora de tiempo perdido. Mientras practicaba con mente y lengua los malabares a los que lo condena a uno algún geniecillo de la mercadotecnia (debes pedir cosas como un White Moka Light Frapuccino Tall), me di cuenta de que delante de mí estaba un joven impecablemente vestido y peinado. No suelo fijarme en estas cosas pero la verdad es que el joven que me precedía en el turno era un caso descollante: los pantalones de pinza de un gris que debería ser vendido para pintar autos o forrarles los asientos, la camisa recién planchada y almidonada de un rabioso color rosa, un cinturón recién adquirido en Louis Vuitton o en Dolce & Gabbana -o alguna tienda de esas que te quitan miles de dólares por una correa de cuero rematada con una hebilla dorada-, los zapatos hechos de la misma piel y con el mismo emblema, todo ello una cosa tan reluciente como su cabello. Y aquí me detengo: en el pelo; porque tener tres pelos y tenerlos impecablemente engominados es un arte dificilísimo. Aquello provocaba hacerle la ola, estrecharle la mano a dos manos: cómo se puede ser calvo y estar tan bien peinado parecía ser una paradoja con la que éste tipo estaba dando por los suelos. Lamento apelar a un lugar común políticamente incorrecto para verbalizarlo: era un marico de los que se visten del carajo (cosa que pudiera decir como: los miembros del colectivo gay suelen gozar de un gusto excelso para la vestimenta, que si bien significa lo mismo no es igual). Aquel sujeto tenía no menos de 5 mil dólares forrándole el cuerpo entero, haciendo un alarde de capacidad adquisitiva y buen gusto que yo no tengo ni tendré jamás.

La costumbre en los Starbucks es que tú pides tu café (que llame como se llame siempre será un tobo de café) y luego te preguntan a nombre de quién irá la orden. Entonces el sujeto de los tres pelos prodigiosamente engominados ha dicho de corrido, con tono afectadísimo, solemne y sin trastabillar: “quiero un latte descafeinado alto, 90 grados, con leche light deslactosada, corto de leche pero con mucha espuma a nombre de Jonathan”.

Y yo pensé, pero este bróder por qué no se pedirá un Nestea. Porque alguien que pide un café con todas esas cortapisas realmente no quiere un café, quiere otra cosa. Y también pensé en que Jonathan es un nombre de difícil escritura, porque uno nunca sabe dónde le han puesto la hache, o si es con doble hache (Johnathan) o sin hache (Jonatan) o incluso con las haches pero sin Jota sino con Ye (Yhonathan), o con doble ene, o con doble te o con tilde en la última a (que se escribe Jonathan pero se pronuncia Yonatán). Bueno, y también me quedé pensando, sobre todo, en la temperatura del café: 90 grados. Porque, coño… ¿a qué temperatura se tomará uno un café normal? Yo jamás me había puesto a pensar en eso y por culpa de Jonatanh (sí, con la hache al final, así me aseguro de escribirlo mal) ahora pienso también en eso.

Entonces la señorita, al otro la de la caja –con el vaso en la mano, con el marcador a punto de escribir el nombre del cliente pero con la misma cara de susto que yo, seguramente por estar pensando en las mismas cosas- repitió al maestro cafetero (el pana que hace el café en la máquina) la instrucción: un latte descafeinado alto, 90 grados, con leche light y mucha espuma a nombre de Yonathann.

Y Jonatanh ha montado en cólera. Se indignó aquel hombre como si le hubieran lanzado los 90 grados de café en su pulquérrima camisa rosada: “ ¡Tú no me estás escuchando nada de lo que te estoy pidiendo y me lo van a servir todo mal! Te he dicho: un latte descafeinado alto, 90 grados, con leche light deslactosada, corto de leche pero con mucha espuma a nombre de Jonathan. Pero como te niegas a hacer tu trabajo bien yo voy a hablar con Mauricio (nos imaginamos que el gerente del Starbucks) que es mi amigo y te voy a reportar.”

Entonces el maestro cafetero se asomó desde las profundidades de su máquina e intervino: “Perdone, caballero, no es tan grave… yo le preparo su café tal como usted lo quiere”. Y ahí Hjonatan (qué peo infinito con la no-ortografía de los nombres propios) se indignó el doble: “Pues a ti también te voy a reportar con Mauricio por estarte entrometiendo donde nadie te ha llamado”. A lo que el hacedor de café respondió, sin emitir sonido, pero con un ademán sutil y controlado que significa eso mismo que para nosotros en Venezuela se dice: “Vete pa´l carajo, pedazo de bolsa” o en España “anda a tomar por culo, capullo” o en México “Chinga tu madre, pinche cabrón”.

Jhonatanh entonces, en un acceso de ira desbordada, la ha emprendido contra la mesita donde están el azúcar, la canela, los removedores, las bolsitas de azúcar moscabada, los pitillos, las cucharitas plásticas y las servilletas. Y ha comenzado a lanzarlo todo por los aires al grito de “¡Ya no quiero nada! ¡No quiero mis 90 grados! ¡Esto no se quedará así!”; mientras iba llenando las cabezas, las ropas, las mesas y los cafés (quién sabe a cuántos grados estarían cada uno de ellos) de todos los clientes del local.

Y nadie, absolutamente nadie se inmutaba. Yo buscaba en las esquinas de los techos una cámara porque aquello tenía que tratarse de un performance. En algún momento iba a aparecer desde la cocina el productor con su chaleco y su walkie talkie: “Bienvenidos a la cámara indiscreta”. Pero no, nunca apareció. Nadie ser rió, nadie dijo nada, todo el mundo siguió tomándose imperturbablemente su café con extra de canela, con azúcar morena, con polvo de chocolate; se lo beberían ahora sazonados con la rabieta de Jonahtan, quien acabaría por salir taconeando y de un portazo. Eso sí, sin que se le saliera un pelo de lugar.

Cuando se reestableció el orden (que tampoco se había perdido tanto) el próximo cliente en turno dijo casi gritando: “Yo quiero el mismo café de Jonathan, igualito, pero a 82 grados y medio”. Y allí todos, incluyendo a la chica de la caja y al maestro cafetero, nos cagamos de risa.

13 comentarios:

Unknown dijo...

siempre es reconfortante saber que aquí, como en españa o méxico, siempre puede aparecer o echador de vaina para aliviar la tension.

...y a la final que cual fue tu orden? un mega-latte-corto-alto-con granos de java-verdes-no muy tostados-en vaso de poliuretano-biodegradable-enriquecido-con polvo de coco-cuya orden-colabora con-los simpaticos-niños-andinos-expreso-chino-...pausa para revisar mentalmente la orden y darte cuenta que te faltó el...-light!

the goddamn devil dijo...

uhm...
sabes este post me recuerda algo familiar, que esa vaina de la perfeccion compulsiva y medida al milimetro mas cercano, es una vaina que esconde los demonios más aterradores, porque viene alguien y le perturba, aunque sea una verga insignificante, esa perfeccion hecha por años y años de exagerada disciplina, y el apocalipsis se queda pendejo...
si de pana yo soy medio maniatico tambien y me la paso peleando con el universo por eso, pero con esto me recuerdo que de cuando en cuando debo bajarle 2 a la obsesión, aqui la obsesion no se la lleva nada bien con la realidad a menos que te vuelvas psicópata, y ni eso...
saludos mister, muy bueno...
P.D. aqui el insulto no es llegar temprano, sino decirle al otro, sea por palabra o mensaje de texto, que llegaste temprano...

Anónimo dijo...

Estaba cansada de trabajar, empiezo a leer ésto con mucha atención y seriedad... ¿con que nos va a salir Jose esta vez? y ya con "los pelitos engominados" empiezo a reir y termino a carcajada limpia, ¿ésto es verdad o es producción de tu cabeza ficción ? Sofía Giusti

Zulma dijo...

Me morí de la risa con esta historia. Y me acordaba después y me volvía a reir. Y yo que pensaba que en Venezuela éramos complicados con eso de negro, con leche y marrón, pero estos tipos nos ganan definitivamente. Muy bien escrita y para soltar el stress de cada día. Espero que tu entrevista haya estado buena!

Anónimo dijo...

Jose, eres un crack escribiendo. Gracias requetemil veces por hacerme pasar tan buenos ratos.
B.C.

Roberto dijo...

¡Estupenda historia! La he leído en voz alta y mi esposa y suegra se han cagado de las risas conmigo casi como si hubiésemos estado ahí.
Muy muy buena, felicitaciones.
Saludos...

Jose Urriola dijo...

Queridos todos,
La historia del café a 90 grados es verídica y ocurrió tal cual como la cuento. Les confesaré que en ese instante no me dio risa, me pareció un evento realmente extraño y perturbador. Recordé, mientras me tomaba mi café en ese Starbucks (no tengo idea de a cuántos grados me lo sirvieron, lo juro)y miraba nerviosamente por la ventana (no fuera cosa que Hjonhathanh volviera a aparecerse ahora con un rifle) aquella película de American Psycho donde Christian Bale (nuestro Batman hoy día) encarnaba a un piscópata americano que la emprendía a hachazo limpio contra un pobre bolsa que tenía una corbata más bonita que la suya y unas tarjetas de presentación con una tipografía más cuidada.

Luego pensé en por qué la vida se empeña en ponerme de testigo en situaciones tan peculiares, al final, he acabado por creerlo, lo hace para que lo cuente y me ría. Y, sobre todo y con suerte, hacer reír con estas anécdotas a los incautos que se llegan hasta aquí.

Un abrazo y mi agradecimiento por sus lecturas y comentarios.

Anónimo dijo...

Que cómico Jose pero debe haber sido muy extraño presenciar la furia de Jonathan. La verdad, la vida te pone en situaciones muy curiosas, será para que las cuentes y nos alegres la vida.
Un abrazo mi chamo querido!

Anónimo dijo...

Cuando te topas con esos locos es mejor apretar el paso y salir corriendo... uno no sabe si de verdad es un loco que se le trabó el ego y saca una pistola para liberar tensiones :(

Anónimo dijo...

Qué bueno!! Divertidísimo y mejor contado

Anónimo dijo...

Recordare su escrito sr. urriola cuando vaya por mi cafe en mi humilde Juan Valdez y sin ninguna duda una sonrisa me saldra.

Anónimo dijo...

Me faltan 17 dias para visitar ese café, si Dios quiere.................

chipa70 dijo...

José, ya tienes a una fan más.
Siempre me ha encantado como escribes, desde la Universidad, pero nunca te lo había dicho.
Aunque la verdad es que no te hace falta que lo diga porque ya tienes 222 fans en tu blog!!!!
Saludos,

ER