Estimada Rita,
Ante todo recibe un cordial saludo -que se traduce en besos en el cogote, abrazo con bailecito de merengue incluido, insultos cariñosos susurrados a la pata de tu oreja izquierda y caricias varias debajo del hocico de mi parte, y, de la tuya, en besos babosos con toda la lengua dentro de mi boca-, de antemano va también mi agradecimiento por hacernos el favor de leerle y traducirle esta carta al impresentable de tu marido, el Cacho, quien como sólo tiene ganas y corazón para querer a su mamá se ha negado, inclusive, a aprender a leer o a interactuar más de lo estrictamente necesario con ningún otro ser vivo que no sea ella. Cosa que nos incluye a ti y a mí, por supuesto.
Por medio de la presente me dirijo a ti para levantar el informe canino que no has pedido pero que sé que has estado esperando con toda la angustia que te caracteriza.
Comenzaré por comentarte que, en todos estos meses de ausencia, me he cruzado apenas con un par de ejemplares de callejeros criollos (Cacris) de esos que abundan en nuestros territorios; asunto que, lo sé, te llenará a ti de una angustia existencial prodigiosa y al sobrado de Cacho de un alivio directamente proporcional porque los cánidos mestizos parecen ser una especie vetada o acaso incógnita u oculta en esta ciudad-planeta.
Sí, mi Rita, por lo visto aquí todos los perros parecen ser de raza y sacarlos a pasear es un acto macizo de ufanidad compartida por igual por amos y cuadrúpedos. Lo único que falta es que les aten a la correa una placa o un título debidamente membreteado donde conste su pedigrí incuestionable y que dé fe del rancio abolengo heredado sin mácula desde las raíces más ancestrales de sus árboles genealógicos. Condiciones estas que harían pasar al Cacho como un perro más dentro del paisaje (bueno, más o menos, seguiría siendo uno especialmente grande y monstruoso) y a ti como un objeto (volador) no identificado (ni identificable).
Los perros lugareños, por demás, suelen tener un comportamiento muy poco canino. Son como personas que han pasado la infancia en un instituto de etiqueta y buenos modales, que no se huelen las partes impúdicamente ni se muestran especialmente interesados en sus congéneres ni en los bípedos implumes que los llevan de la cadena. Juegan educadamente a buscar el palito (dócilmente lo corren a buscar, lo traen, lo vuelven a buscar y a llevar, tantas veces como al amo se le antoje, porque al final el que fue sacado a jugar fue el amo y no el perro) y acostumbran llevar decentemente en las fauces sus propios juguetes. Rara vez los verás antojarse de un palito ajeno o de esas cosas deliciosas que siempre hay en la basura. Tampoco es común que se pelen los dientes o se gruñan cuando se cruzan; la indiferencia y la vista al frente son la norma para los paseantes bípedos o cuadrúpedos.
Y no, Rita, te juro que no he visto a un solo perro en estos parques que esté interesado como tú en cuestionar todas las reglas de la física para demostrar que dos cuerpos sí que pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo. Que lo que pasa es que nadie lo intenta tan bien como tú, que a ningún otro perro en este planeta se le ha ocurrido acomodarse tan pero tan bien sobre el mismo lugar donde está ya ubicado el objeto de su afecto como para concluir: claro que se puede. Quién fue el idiota que dijo que no se podía.
Aquí, cerca de casa, siempre pasamos por un lugar donde los paseadores de perros han improvisado una escuela para mascotas en medio de la plaza. Y no te lo crees, Rita, los entrenadores se sientan en un banquito a comer sus tacos (aromáticos tacos de carnitas que huelen a decenas de metros de distancia) en las narices mismas de sus alumnos y a ninguno de ellos –te lo juro que a ninguno- se le ocurre levantarse del lugar donde se les ha indicado dónde y cómo sentarse correctamente para, en un ataque de espontaneidad, ir a robarse un taco y mucho menos para ver a qué sabe el bolo alimenticio del taco que tiene el entrenador dentro de la boca. Así que, querida mía, tú serías una especie de perra marciana en este lugar.
Y, aunque mal de muchos es consuelo de mayorías, Cacho también sería un extraterrestre; no porque se le vaya a ocurrir comerse el bolo alimenticio (de taco o de lo que sea) de alguien que no sea su mamá –jamás se le antojaría semejante cosa, porque para él, además de asqueroso, sería incorrecto- sino porque tendría que verse obligado a compartir durante una hora entera con otras gentes (pasaría toda la hora preguntándose ¿qué animales serán estos perros?) sin derecho a pelea ni gruñido ni a levantamiento de belfos para mostrar colmillos. Sin derecho a exclamar: “vénganse de una vez el Chihuahua, el Poodle y el Schnauzer que me doy con todo contra los tres de una”. Ni tampoco: “Sólo por hoy ofrezco coñaza dos por uno a los Huskies siberianos”. Ni mucho menos: “A que me meo a ése Gran Danés hasta con una pata amarrada a la espalda”.
Y tú tampoco podrías decidir: “Dios, qué aburrimiento esta escuela y estos compañeritos de clase, mejor me voy a dar un baño de inmersión en la fuente o voy a convencer al tipo aquél de la terraza para que me regale una de sus chistorras”. Cosa que lograrías con el mínimo esfuerzo, estamos seguros. Pero que sería mal vista aquí, muy mal vista. Y mira que tú no tienes idea de lo que es lidiar con el rechazo.
De cualquier manera, seguiremos investigando y cualquier novedad les mantendremos al tanto.
Más saludos cordiales de los que ya sabemos y mucho fundamento, mira que si llego a saber que le estás dando besos con lengua a otro bípedo implume o me has cambiado por otra pareja de baile me dolería terriblemente. Te juro que yo no bailo merengue con absolutamente nadie más.
Papá.
PD: Si tienes dificultad para leer esta carta dile al abuelo que te compre unos lentes para la presbicia (son cosas de la edad, Rita, 8 años perrunos son un montón de años humanos, una cuenta que no quieres saber)
2 comentarios:
Esta carta perruna para Rita es toda un belleza del autor. ¡Felicitaciones!, C. Casano
Aaaaay, Joseee, la nostalgia canina es el sentimiento más noble que se pueda experimentar ¿no es cierto?. Besos y cariños por allá.
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