Creo que la primera vez que tuve noticia de Peter Gabriel fue una tarde en la que, siendo un niño de ocho años, mi primo José Agustín me pasó un libro de fotos de su banda favorita: Génesis en concierto. Y allí vi a un tipo, al cantante, vestido de cubo. También de zorro, de visitante del espacio, de León (con colmillos y todo encima de la frente); pero sobre todo de cubo.
A pesar de las fotos que sí, me parecieron un alucine, la música de Génesis no me gustó. Hay una etapa decisiva en la vida de todos en la que o asumimos como propia la música de nuestros padres, hermanos, primos, amigos u optamos por revelarnos contra ella hasta encontrar algo que de verdad nos haga mella. Pasé un buen rato escuchando la música de otros sin mayores pasiones hasta que cierta noche mi primo Eduardo me puso en el extinto VHS un cassette lleno de drops donde tenía grabados dos conciertos: uno de Kraftwerk y el otro de Depeche Mode. Y en ese momento yo sentí que la música del futuro había llegado, que esa sí que era mi música, que ojalá se hubieran disfrazado también estos locos de cubo, pero ya era pedir demasiado.
Algunos años más tarde, en esos tiempos rarísimos en los que en mala hora se me ocurrió que yo era bueno para estudiar ingeniería, mi grandísimo amigo y hermano de vida, Diego Melchert, me invitó a la Colonia Tovar a bordo de su escarabajo Volks Wagen gris, modelo 67. Celebraríamos que él había se había sacado un 16 en el primer parcial de Análisis Matemático I (mientras que yo me iba a comer la frustración con fresas con crema después del más redondo y escandaloso 02 de mi vida). Íbamos entonces en el escarabajo VW por aquella carretera mojada llena de curvas, bajadas, subidas, escuchando a todo vatio el disco en vivo de Peter Gabriel –ahora sin Génesis, gracias a Dios-, parecíamos dos náufragos a bordo de una barca de hojalata en medio de una tempestad oceánica, y yo venía pensando en ese momento que “San Jacinto” de Peter Gabriel era un excelente soundtrack para despedirse joven de este mundo cruel, cuando entonces Diego, con su calma característica, me dijo: “Me están fallando los frenos así que al final de esta bajada, cuando yo te diga, abre la puerta”. Y así lo hicimos, llegamos hasta la Colonia Tovar frenando con las puertas abiertas, en simultáneo, cada vez que Diego decía “ahora”.
Ese detalle evidenció dos cosas: la primera, que Diego realmente sería un ingeniero excepcional porque sabía perfectamente cómo contrarrestar las leyes de la aerodinámica, y la segunda, que yo, por mi parte, me estaba obligando a convertirme en el más nefasto de los ingenieros jamás, porque lo que quería realmente en mi vida era echar cuentos absurdos al estilo de cómo Peter Gabriel sirve de banda sonora para no morir a los 19 y así seguir lanzándose –aunque fuera sin frenos- por las rutas de este mundo un rato más.
Pero, sobre todo, lo que saqué en claro ese día era que Peter Gabriel había llegado para quedarse. Que pasarían los años y las décadas y ese señor seguiría formando parte del soundtrack de mi vida. Y que cada tanto yo volvería a escucharlo para así obligarme de buena gana a volver a ese momento, con el pavimento húmedo, casi sin frenos, abriendo las puertas del carro en las bajadas, en compañía de ese amigo que la vida me había puesto en el pupitre de al lado a los 4 años. Y que sea entonces la música la encargada de recordarme que llevamos 36 años de amistad inquebrantable.
Hace una semana justamente se presentó Peter Gabriel a pocas cuadras de la que hoy es mi casa. No tengo palabras para describir lo que vimos. La palabra concierto se queda corta para nombrar el espectáculo que Gabriel y la New Blood Orchestra han montado para esta gira sinfónica del Don Peter. Ciertamente hay música en vivo, pero combinada con un espectáculo operático y cinematográfico. Una puesta en escena que nos habla de un artista integral a quien le importa no sólo lo que vamos a escuchar sino también lo que quiere que veamos y sintamos cuando estamos ante su presencia. Peter Gabriel, ahora con los años, se ha convertido en una especie de monje sabio. Un abuelo entrañable cuya grandeza y profundidad se han agigantado con el añejamiento.
Antes de tocar “San Jacinto”, esa misma canción que tanto ha significado para mí a lo largo de los años, Peter Gabriel leyó -en un hermoso español y con fuerte acento británico que en nada opacó el sentimiento- la siguiente anécdota: “Hace muchos años conocí a un muchacho piel roja que trabajaba en unas caballerizas. Él acababa de superar su ritual iniciático. Me contó que hacía pocas semanas había ido de tarde a visitar al maestro hechicero de su tribu quien lo estaba esperando en un punto del desierto. El maestro tenía una serpiente de cascabel en su bolso, la sacó y dejó que la culebra mordiera el brazo del joven, inyectando su veneno. Le dijo que tenía que pasar la noche allí, con el veneno haciendo su efecto, solo, bajo las estrellas. Si al amanecer seguía con vida, entonces podría regresar pero convertido ahora en un hombre”.
Peter Gabriel había sido obsequiado con aquella anécdota por ese joven indio y en agradecimiento decidió convertir su regalo en obsequio musical para nosotros. Fue entonces cuando sentí que algo había hecho clic, que el círculo se había cerrado. Todo cobraba sentido por un instante. La música tiene esos gestos mágicos, nos gusta especialmente porque, aun sin saberlo, nos está hablando de algo fundamental para nosotros pero que podemos pasarnos la vida entera para lograr comprender.
No sé exactamente qué fue lo que vimos ese día con Peter Gabriel y su New Blood Orchestra, insisto en que el término concierto sería mezquino. Fue más parecido a un acto de magia, a un ritual, una ceremonia mística y multimedia. Dos horas de regalo y agradecimiento donde uno se debatía internamente –lo digo sin tapujos- entre las ganas de llorar, de cantar, aplaudir; pero, sobre todo, de levitar entre todas esas miles de cabezas hasta llegar a la tarima para abrazar a ese caballero y decirle: “Coño, viejito, gracias. Gracias por absolutamente todo”.
"San Jacinto" de Peter Gabriel
5 comentarios:
Sólo faltamos nosotros!
Vengan pronto.
Felicitaciones,todo un espectáculo que tu lo llevas al blog con suma maestria, como siempre,C. Casano
Panita, buenisimo tu escrito sobre el abuelo, 100% de acuerdo, yo tambien quede boquiabierto cuando vi el espectaculo. sAludos
Disfruté mucho este escrito. Peter Gabriel dejará huella en muchas personas, definitivamente. A mí me gusta él con o sin Génesis, uno de los mejores conciertos de mi vida, fue uno de Génesis que ví en Ann Arbor, Michigan y él estaba tocando.
Peter Gabriel tiene esa magia que transporta a cosas muy profundas. Es sabiduría, madurez o simplemento estar conectado realmente con la vida. Gracias Jose por compartir esa experiencia en vivo con Don Peter.
Adrián Naya
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