Desde hace 30 años, todos los miércoles a las
3.30 pm en el Café Le Temeraire de París, Alejandro Jodorowsky lee el tarot gratis
a quienes se apunten o hagan la fila. Bueno, no sé si todavía lo hace, luego me
comentaron que lo había cambiado por una página web y que ya lo de Le Temeraire,
así en persona, se había acabado.
Arnau, un filósofo de carrera pero que se
ganaba la vida lavando platos en el restaurante japonés donde trabajaba mi
amiga Laura, me contó que había ido un miércoles a leerse las cartas en Le
Temaraire con Jodorowsky. Y que el tipo le había recomendado, después de que el
Tarot habló (y además dijo un montón de cosas horribles), hacer un acto
psicomágico rarísimo para intentar superar las taras que Arnau traía en su
árbol genealógico. Un asunto mal resuelto y arrastrado de generación en
generación que involucraba a los abuelos de Arnau, a sus padres y a él mismo.
La solución a los problemas de Arnau empezaría a partir de la ejecución de ese
acto psicomágico. Una vaina muy loca donde tenía que desnudarse frente a las
tumbas de sus ancestros y colocar, en cada una de ellas, una rosa pintada de
negro y otra blanca. Ah, y que les dejara las espinas, y si se las clavaba y
sangraba un poco pues mucho mejor. Y
Arnau no sólo le creyó, sino que le hizo caso. Acabó desnudo en plena noche
otoñal, después de saltarse las rejas del cementerio y ser correteado por los perros
guardianes, frente a las tumbas de su familia, clavándose las espinas,
sangrando un poco y buscando un rayito de luz para no confundirse entre las
rosas blancas y las negras (porque –al parecer- en la noche todas las rosas,
como los gatos, son grises).
Arnau, mientras se tragaba una pastilla de
MDMA (éxtasis al 100% de pureza) y se lanzaba desaforadamente a la pista a
bailar una canción de los Sisters of Mercy, remató la historia con un: “Tío, y
te juro que la movida del Jodo me ha funcionado de puta madre”.
Hoy, mientras me tumbo en la silla de la
odontóloga y esperamos a que la anestesia me haga efecto, pienso que yo nunca
he hecho un acto psicomágico. Miento, los he hecho; pero han sido todos
inconscientes y sin tener a Jodorowsky ni lejanamente en la cabeza. Esta mañana
me toca someterme a la sustitución de una amalgama rota de la muela 36 por una
pieza de porcelana. Sí, de porcelana. Voy a tener una obra de Lladró –lo digo
no sólo por la porcelana sino por el precio- metida en la boca, prácticamente
en contacto con el nervio.
Algunos años más tarde, ya en la universidad,
cobraron sentido esos regalos. Finalmente todo encajó y entendí. A cada una de
las fiestas que daban mis amigos yo me llevaba uno de esos discos de mi forzada
e indeseable colección. Si acaso había en aquella casa un tocadiscos, lo ponía
a sonar cuando la gente estaba ya muy borracha. Nos reíamos y luego procedíamos
a jugar al frisbee con ellos. Juego
que siempre acababa con un ritual de destrucción del disco. Se trataba de un
acto psicomágico inconsciente, un gesto de humilde depuración de la cultura. No
nos caigamos a cuentos y dejemos las hipocresías aparte, eso que se llama gusto
es el ejercicio soberano e irrenunciable de decir: yo salvo a esta gente al
tiempo que desecho a los demás.
Mis allegados saben, por otra parte, que
guardo desde los tiempos de “los amigos secretos” un sueño: el día que me sobre
el dinero voy a comprar galgos de porcelana tamaño natural para regalárselos en
sus cumpleaños. Un mamotreto espantoso, carísimo, pero que los obligue a
lucirlo en las salas de sus casas. A pesar –y sobre todo especialmente- de que
no peguen ni con cola. Se han salvado mis amigos de que no me sobre el dinero y
que, cuando lo he tenido, no me he decidido a comprar toda una jauría de perros
Lladró para obsequiárselos. No lo he hecho, a pesar de estar consciente hoy día
de que ese acto psicomágico me ayudaría a saldar una deuda histórica con los
amigos secretos que se comportaron como enemigos confesos o extraños
declarados. Se me ocurre que sería un acto liberador, como el de Arnau con sus
rosas en el cementerio.
La odontóloga encaja la pieza, la talla mil
veces con su taladro, la pule con un aparato que me hace vibrar el cerebro.
Calculo el dineral que me costará este asunto. Y también el sinnúmero de
perritos de porcelana, diminutos y encaramados los unos sobre los otros, que
ahora llevaré en la muela, justo allí, tan cerca del nervio. Este acto
psicomágico no lo entiendo, es de una ironía cruel y creo que no está
funcionando nada bien ¿Seguirá Jodorowsky en Le Temeraire? Qué lejos que me
queda París hoy.
1 comentario:
Menos mal que nunca te he regalado discos, estaré en otra lista negativa, ja, ja, tal vez en otro blog me consiga culpable de algún otro regalo. Mientras tanto seguiré disfrutando el gusto de leerte.
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