Hace
unos años asistí a una conferencia en el Centro Rómulo Gallegos donde el
escritor Ricardo Piglia hablaba, entre otras cosas, de su autobiografía como lector.
Piglia sostenía una teoría tan simple como prodigiosa: los libros que nos
marcaron la vida vienen acompañados de la memoria del instante preciso cuando
los leímos. Cuándo fue que llegó ese libro a nuestras manos. En qué lugar
exacto estábamos mientras lo leíamos. Quiénes éramos en ese preciso momento y
qué sentíamos. Somos capaces de recordar minuciosamente hasta la calidad de la
luz que nos iluminaba las páginas o la postura corporal que habíamos adoptado
mientras estábamos inmersos en la lectura.
La memoria del libro no sólo se circunscribe al libro en sí, sino
también al contexto que sirvió de escenografía a nuestra lectura.
Sin
embargo, me permito hacer una reflexión complementaria a la de Piglia: no sólo
recordamos el libro y con esa memoria viene adjunto el contexto del momento de
su lectura, sino que a través de ese libro leemos y recordamos también a
quienes nos lo recomendaron. El libro entrañable suele venir acompañado de
una lectura paralela: la de la persona que nos lo sugirió. Y ese recomendador
de lecturas no sólo está presente durante el lapso en el que leemos, sino que se quedará para siempre instalado y
asociado al libro –o al autor- que nos recomendó. Y aunque pase la vida y con
ella se lleve por delante a las personas que fuimos y a las que nos rodearon,
esa gente recomendadora de libros (sus libros que ahora pasaron a ser los nuestros)
nunca desaparece. Nunca del todo.
Siempre
he pensado que hay gente que nunca se va, a pesar de que perdamos todo contacto
con ellas, porque se quedaron habitando en la música que escuchamos y que
indefectiblemente está asociada con su memoria. Algo muy similar ocurre con los
libros. Acaso algo aún más poderoso. Porque en ese gesto de “léete esto que me
hizo pensar en ti” hay una tercera lectura implícita: la que el recomendador
tiene de nosotros. Nos han leído, nos conocen y también nos reconocen en las
lecturas que aún no hemos hecho pero que ellos ya intuyen que nos son
necesarias.
Hace
exactamente diez años, en el verano de 2004, compartía piso con un viejo amigo
de la adolescencia que la vida en buena hora quiso llevar a mi casa de la calle
Diputación en Barcelona. El día en que mi amigo se fue de esa casa para volver
a Venezuela me dejó sobre su cama un libro que durante un año entero de
convivencia me estuvo recomendando. Un libro que yo no había querido leer y a
cuya recomendación había hecho caso omiso: Plataforma de Michel Houllebecq.
Sobre la cubierta del libro estaba pegado un post-it amarillo escrito con el
puño y letra de su recomendador, decía simplemente: “Léete esto, es para ti”.
Así que finalmente le hice caso. Lo que mi amigo César (alias “el Clutch”) no
sabe (nunca se lo dije) es que ese libro significó un golpe de timón en mi
vida. No sólo porque implicó un reencuentro con la lectura y el descubrimiento
de un autor que en ese momento me marcó la vida, sino porque mientras recorría
con fascinación las páginas de Plataforma tomé una decisión: yo tenía que
sentarme YA a escribir mi propia novela. No podía esperar más, ni darle más
largas, ni sucumbir de nuevo a la cobardía de la procrastinación. Y así lo
hice. Me tardé un año en hacerlo. No sé si Experimento a un perfecto extraño,
esa novela que acabé escribiendo en gran parte gracias al Clutch, es un buen
libro. Estoy consciente de que es una obra imperfecta y plagada de bemoles;
pero sí sé que fue el mejor libro que pude escribir en ese momento y de la
manera más auténtica que me nació relatar esa historia. No me queda otra opción
que esperar el juicio de sus lectores.
Las
cosas que escribimos, al final, acaban estando plagadas no sólo de guiños a los
autores y obras que nos conforman; están rebosantes también de fantasmas
entrañables que a lo mejor no aparecen expresamente en el escrito pero sí son
los espíritus que nutren nuestras letras: esa gente de a pie que nos supo leer
en sus propias lecturas y se tomaron la molestia de recomendárnoslas
personalmente. Allí también, en lo que hacemos o intentamos hacer, se quedaran
para siempre habitando y habitándonos.
7 comentarios:
Tu escrito me ha hecho recordar unas vacaciones inolvidables en familia y tengo tres libros recomendados por el dueño de la casa donde me alojé;los cuales asociaré con esos lugares, y los que recomiendo ampliamente.: El curioso insidente del perro a media noche, de Marck Haddon, Guerras Intimas de Roberto Martínez,venezolano por cierto,yEmaus de Alessandro Baricco.
Bueno chamo yo le digo que ese rencuentro con la lactancia que describio en Experimento me hizo compañia en el aeropuerto de Schonefeld, esperando un vuelo retrasado; y la aventura con la pelo pintada tipo Enki me agarró en Gatwick de camino a Lyon.
Un recuerdo de su primer exilio que sirvió para acompañar unos pedacitos el mío.
*abrazo*
Gracias por sus lecturas y comentarios, queridos. Ustedes me honran mucho. Los abrazo y que siga el intercambio de recomendaciones.
José Urriola, tu texto me ha dejado en la nostalgia de un viejo amor que me llevaba muchos, muchos años. En su momento me prestó muchos de sus libros favoritos. A través de ellos, pude conocerlo y entenderlo un poco más. Sus libros era como un corazón que se abría ante mis ojos. A través de las lecturas, pude saber sus gustos, sus sensaciones, sus emociones, sus puntos de vista y una nueva forma de ver la vida. Fue una linda y muy amorosa experiencia.
Hablando de lecturas y sus relaciones con recuerdos, voy por la página 109 del libro regalado en México por el autor de este blog, también recomendado, aunque temo por lo narrado allí, por la situación vivida en nuestro pais .
El libro tiene un nombre muy bello, pero su lectura es preocupante:" El hombre que amaba los perros" de Leonardo Padura.
Me puso a pensar cuales son esos libros que se me han quedado. Creo que la lista no es tan larga después de todo. Dejo aquí esta recomendación, es difícil de conseguir, creo que no lo han reeditado en años: El Gato Manchado y la Golondrina Sinha, una Historia de Amor de Jorge Amado. Es una belleza.
Admiro mucho a Michel Houellebecq, le leo desde hace tiempo y he puesto varias citas de él en mis poemas, es formidable.
También me gusta mucho siempre lo que narras y tus opiniones como hoy sobre -y tienes razón- qué siempre recordamos a esa persona que nos recomendó, regaló o nos presto un libro, brillante exposición Jose.
Abrazo
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