Aquí entre nos.
Les confesaré algo: estaba negado a decir estas palabras. Principalmente
porque ya todo lo que intentaba y quise decir, con respecto a Santiago se va, ya está plasmado en esta
novela que hoy presentamos aquí gracias a la editorial Libros del fuego. Hay un
punto en el que el autor se queda fuera de juego, asumido en su rol de mero y
silencioso observador, pues le
corresponde a otros adueñarse de la criatura, buscarle las virtudes y defectos,
decir de ella algo realmente significativo y adicional que escapa absolutamente
a la voluntad del escritor. Santiago les pertenecerá más a ustedes, mis
queridos lectores, que a mí. Y eso me produce un grandísimo vértigo y un
profundo alivio a la vez.
Así que estas breves palabras
comienzan con un “aquí entre nosotros” y un “no le vayan a decir a más nadie,
por favor, me guardan el secreto”. Santiago
se va debe ser la obra más personal y desgastante que haya escrito jamás.
Me pasé cuatro años concibiendo, escribiendo, editando y reescribiendo a esta
criatura. Y durante todo el proceso, desde el día uno hasta el sol de hoy, he sufrido
la cruel y omnipresente tentación de sombrearlo todo para luego meterle un
dedazo a la tecla borrar. Qué cosa
curiosa que sombrearlo todo y darle a delete
sea el nuevo fuego, ¿no?
Y sin embargo, les confesaré también que, a pesar de los años de
trabajo, del desgaste y de esas ganas brutales de borrarlo todo, me reí mucho
con Santiago. Me divertí un montón con este personaje, lo escribí entre risas
cuando nadie me miraba y también con mucha ternura en ciertos pasajes. Cuando
decidí que la novela estaba lista y que ya no sería capaz de reescribir ni
corregir nada más, sentí finalmente una profunda tristeza ante la inminente
partida. Me tocaba ahora a mí despedirme de Santiago.
Mi amigo Fedosy Santaella, cuando le pedí que leyera el manuscrito
para la presentación de hoy, me comentó con esa agudeza de los buenos lectores
que descubren las costuras que uno jura están bien cubiertas: “la gente va a
querer leer a Urriola cuando lea a Santiago”. Y ciertamente es una pregunta
constante e inevitable la que me hacen quienes enfrentan esta novela: ¿Qué tan
autobiográfica es? ¿Qué tanto de José Urriola hay en el personaje de Santiago?
Y mi respuesta muy sincera es: en un inicio todo y al final nada (o casi nada).
Santiago no soy yo, no se trata de mi alter-ego, es una criatura hecha con
fragmentos de un gentío, un gentío a quien le he pedido prestado o le he robado
sus historias descaradamente; hoy día veo a Santiago como si fuera un hermano
que vive lejos en una ciudad que alguna vez conocí, o tal vez como a un primo
cercano con el que he perdido todo contacto. Y durante meses, no le vayan a
decir a nadie, se los ruego, tuve miedo de que se me apareciera Santiago. Qué
sé yo, que me mandara un correo, que me llamara un día o se me apareciera en la
calle. Me iba a matar de un infarto ese loco. Sin embargo, con el paso de los
días, ahora lo que me inspira Santiago –tan cercano y tan distante a la vez,
tan íntimo y tan extraño– es un sentimiento de tierna preocupación, como cuando
uno se reencuentra con alguien a quien quiere mucho pero al que no has visto en
años y de pronto le dices llevándolo del brazo a un rincón aparte: “pana, ¿tú
estás bien, verdad?”.
Hoy les podría contar sobre el origen de esta novela, sobre cómo
Santiago Meza, el hijo mayor de mi compadre Alfredo Meza, se colgó un día el
morral en la espalda en medio de la sala de nuestro apartamento y nos anunció,
así en tercera persona, refiriéndose a sí mismo: “Santiago se va”. Y entonces a
mí se me conectó la frase de Santiaguito con un curso que hice con Gina
Saraceni en el postgrado de literatura de la Universidad Simón Bolívar que iba
sobre la construcción de la memoria en la literatura latinoamericana
contemporánea. Yo quería escribir mi propio cuento sobre la ausencia y la
construcción de la memoria y finalmente ese chamín con su morral en la espalda
participándonos que ya era suficiente de tanta visita me había regalado el
título: “Santiago se va”. Ya tenía el título, lo que me faltaba era el resto de
la novela.
Pero sobre todo quería contarles que debajo de este libro, como un
esqueleto invisible que sirve de soporte a todo, está el poema titulado Islandia del gran poeta venezolano
Eugenio Montejo. Cito un fragmento ineludible para mí:
Islandia y lo lejos que nos queda,
con sus brumas heladas y sus fiordos
donde se hablan dialectos de hielo.
Islandia tan próxima del polo
purificada por las noches
en que amamantan las ballenas.
Islandia dibujada en mi cuaderno,
la ilusión y la pena (o viceversa).
¿Habrá algo más fatal que este deseo
de irme a Islandia y recitar sus sagas,
de recorrer sus nieblas?
Me perdonarán la pasión y lo soez, pero es que en los venezolanos el
insulto es una de las máximas expresiones del cariño y la devoción: “el coño de
tu madre, Eugenio Montejo, qué barbaridad, qué grande eres, qué manera de
decirlo, cómo coño podrá uno escribir algún día una cosa de este calibre”.
Así que no es gratuito que Santiago Iribarren, el personaje de esta
novela, se desaparezca un buen día y deje a todo el mundo entendiendo, para
irse a Islandia, precisamente a un punto perdido en los confines del mundo, un
lugar que no mencioné en el libro pero que a ustedes –que se acercaron hoy a
acompañarme- sí les diré: se llama Thorhofn (el puerto de Thor, en la lengua de
hielo de los islandeses), exactamente en la otra punta de la isla, en el
extremo opuesto a Reikiavik. Y es allí, en el puerto de Thor, donde se decía
que el dios del trueno bajaba a la Tierra. Es un lugar donde los relámpagos y
los truenos son constantes, la gente va a asomarse con la punta de los pies
sobre los acantilados para presenciar ese festival de rayos, relámpagos y
bramidos del cielo. Santiago se va a buscar esa iluminación. Necesita escapar
de la cotidianidad, de la vorágine del día a día, para ver si allá, donde se
devuelve el viento y donde Thor desciende a este mundo, es capaz de encontrarle
sentido a su vida, de encontrarse, que al final viene siendo lo mismo.
Pero entonces volvemos al poema de Montejo que acaba así:
Nunca iré a Islandia. Está muy lejos.
A muchos grados bajo cero.
Voy a plegar el mapa para acercarla.
Voy a cubrir sus fiordos con bosques de palmeras.
Yo tampoco iré a Islandia, me queda también demasiado lejos. No sólo
físicamente, me queda lejos sobre todo mentalmente. En otro planeta, acaso en
otro universo. Así que este humilde libro es mi propio mapa que se pliega para
fundir mis bosques personales de palmeras con los fiordos islandeses que tanto
he imaginado. Y Santiago, que no soy yo, es el que librará por mí, como en el
juego del escondite. Tú sí irás a Islandia, Santiago. Yo me quedo aquí, en mi
casa, con mi mujer que espera a mi hijo ahora mismo en su vientre. Y estaré
contento de llevar a ese par de personas a la playa, de jugar con ellas a la
orilla de una piscina, pateando torpemente pelotas o empujándolas en un columpio, me quedaré en
piyama a ver centenares películas que no me interesan en lo absoluto pero que
me harán feliz porque a esa personita le harán feliz. Que te vaya muy bien,
Santiago, buen viaje y que Dios te bendiga, me mandas una postal o me escribes
cuando puedas. A mí me toca estar aquí y ahora para escribir otras cosas.
Listo, ya lo dije, lo solté. Y ustedes, se los encargo: me cuidan a
Santiago y me guardan el secreto. Ni una palabra a nadie más.
Muchas gracias,
José Urriola. Caracas, 29 de abril de 2015.
4 comentarios:
Y.... ¡Muchas gracias! a ti por compartir este bello relato, de la presentación de "Santiago se va", con tus lectores del blog.
¡Felicitaciones, José, por este nuevo hijo que ve la luz!
Y también por el de carne y hueso que viene en camino.
Acabo de leer un fragmento de Santiago se va. Y sí, comprobé algo que me temía: no me quedará más remedio que leerla completa.
Saludos calurosos desde Noruega.
Felicidades Jose por ese "parto" de Santiago, estoy segura que será una más que interesante obra, siempre he admirado tu forma de escribir.
Gracias por este "prólogo" que contagia la ilusión y el interés por adentrarse en ese "viaje" de Santiago. Gracias también por tu humildad, siendo tan grande.
Abrazo
calmA
Mil gracias a mi lector Anónimo, a Roberto y a mi querida CalmA por sus palabras que me honran y me llenan de aliento para seguirlo intentando. Gracias siempre por leerme y por dejarme un comentario. Les mando un abrazo fuerte a cada uno.
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