Hacia mediados de los años 70 mi padre publicó en El Nacional un artículo llamado Las ratas. Un hecho espantoso sacudió a la sociedad caraqueña cuando una niña fue devorada por las ratas mientras dormía en su cuna del rancho al tiempo que su madre disfrutaba del carnaval en una fiesta del barrio. La madre, sonámbula de espanto y de dolor, apenas alcanzaba a balbucear ante las cámaras y el alud de micrófonos: “Sólo quería divertirme un poco. Yo la dejé durmiendo en su cunita”. No fueron pocos los que señalaron con los dedos temblorosos de ira a la señora: “¡Cómo es posible, irresponsable, degenerada, cómo es que Dios le da hijos a una madre como esa!”. Y la gente se llenaba de odio e improperios el propio hocico para referirse a la desdichada. Entonces papá cerraba el artículo diciendo que la culpa no era de la pobre mujer –que ella también tenía derecho a bailar, echarse unos tragos, a dejar los problemas del día a día a un lado para escaparse una nochecita-, que la culpa no es tampoco de los roedores; las verdaderas ratas somos todos aquellos que no hacemos absolutamente nada por sacar a esa nenita del rancho, que permitimos que su cama esté justo al lado de la quebrada infesta donde se gestan las alimañas y que dejamos que el mundo entero se desmorone roído por sus propias ratas.
Treinta años han pasado y las ratas, ya lo sabemos, siguen allí. No sólo siguen allí, sino que incluso algunas han llegado a ser presidentes, ministros, gobernadores, alcaldes, diputados, dueñas de empresas; hay otras que disparan fusiles, tanques o aviones de caza, algunas viajan con maletines cargados de dólares para financiar guerras y comprar alianzas. Ah, claro, y hay un importantísimo contingente de ratas que se frotan las patitas mientras dicen: “A mí que me pongan donde hay, de resto que se jodan todos”. Las nuevas ratas están por todos lados y dan para todo. Hay ratas gringas, ratas iraníes, ratas cubanas, coreanas, francesas, alemanas, inglesas, españolas, argentinas, brasileñas, balcánicas. Ratas arias y ratas mestizas, pero en esencia ratas igualitas todas.
Ayer miraba a los jóvenes reservistas venezolanos partir hacia la frontera. Unos supervivientes que milagrosamente lograron esquivar los incisivos de las ratas que siempre rondaron sus modestos hogares de niños. Pobres muchachos mal nutridos de alimentos e ideas, que gritaban con el puño en alto desde el camión militar: Patria, socialismo o muerte. Una escena patética que jamás pensé ver en este país, mucho menos en un conflicto contra Colombia (tan absurdo como caerse a tiros con un vecino al que consideramos familia) y menos aún en pleno siglo XXI cuando se supone que algo hemos aprendido de lo nefastas e inútiles que son las guerras. Me dio profunda tristeza, más que indignación me dio tristeza. Comprendí lo que muchos estadounidenses pensantes sienten cuando ven a esas tropas de puros hispanos, negros y rednecks disfrazados de G.I Joes partiendo hacia Bagdad, “allí van los ‘desechables’, la carne de cañón necesaria para disimular la cobardía, la codicia y la inconmensurable estupidez de George W. Bush”. Da vergüenza, profunda y abrumadora, saberse ciudadano de un país que amenaza a estas alturas con resolver sus conflictos internos y externos con la diplomacia del plomo.
Esos muchachos que van a la frontera, y que como un ridículo pavo real hinchan las plumas para que el mundo se entere de lo valiente y lo temibles que son, no tuvieron nunca la oportunidad de aprender que no son esos héroes los que deseamos ni necesitamos. Nadie se tomó la molestia de enseñarles que son otros héroes los que este mundo tiene que forjar. Otros son los héroes a los que hay que admirar, rescatar, construir; y esos no disparan, no declaran guerras ni movilizan tropas ni participan en gestas épicas en una nueva campaña trasandina. A las ratas no les interesa ni conviene que crezca una humanidad pensante. No pueden permitir que florezca una generación que sepa que gente como Rafael Cadenas, Jesús Soto, Jacobo Borges y Eugenio Montejo son muchísimo más superhéroes y tienen muchísimos mejores superpoderes que un Pérez Jiménez, un Ezequiel Zamora o un Chávez. Las ratas necesitan que la humanidad se revuelque en la miseria, que el mundo sea cloaca y que siempre haya inocentes desvalidos a los cuales echarle diente.
Tengo la certeza de que en este momento somos muchos los que estamos como la señora desdichada a quien los roedores le dejaron la niña hecha jirones. Que ante esta barbaridad de un posible conflicto armado internacional no nos queda otra cosa que un balbuceo sonámbulo. A lo mejor el escritor Michel Houllebecq tiene razón, simplemente nos estamos acercando al fin de un paradigma, el mundo se precipita despeñado en una decadencia barroca, un rococó de pésimos gustos, nefastas soluciones y peores ideas que acabará por aniquilarlo. La humanidad está condenada a ser roída por sus propias ratas.
A menos que todo esto sirva para inventar un poderoso raticida, regarlo generosamente por el planeta y que sobrevivan no los más aptos, sino quienes de verdad lo merezcan.
6 comentarios:
Impactante trabajo, es admirable la forma de escribir de tu padre y las reflexiones tuyas de hoy.
Me sacudes fuertemente, y creo que me siento " una rata "por no hacer nada, contra tanto roedor.
por mucho tiempo seguiré analizando lo que nos comentas hoy.
C.Casano.
"Tanto di cappello" por ese texto. A mi me cuesta digerir el asunto y mucho más escribir algo coherente al respecto.
mmm... me dejaste muda... y pensando... con ganas de llorar... y solo quería decirte que eres de mis escritores preferidos!
¡Excelente texto! dejas un sabor de boca impactante. Las ratas están ganando terreno y muchos de nosotros no hacemos nada.
Jefferson.
si...muchas "personas" (porque pobres ratas) de esas viven hoy en Miami y han sido presidentes...
Es difícil opinar, porque me temo que al hacerlo cometemos el error de juzgar a los demás. En todo caso, de acuerdo al parámetro expuesto para definir a los roedores,estos serían -entre otros- todos aquellos que actuemos de forma indiferente ante las crisis de la sociedad y la desgracia de los demás, del prójimo. Desde esa perspectiva todos tendríamos algo de roedores, tal vez por lo egoistas que solemos ser, por lo indiferentes ante la tragedia ajena; nadie se salvaría de ser acusado de algo.habrían distintas especies de roedores, unos blancos otros muy marrones, lanuditos, sin pelos, algunos con rabos largos y otros muy cortos, en fin, de todo hay en la viña del señor. El punto es; ¿Quien tiene el poder de calificarlos? Todos querrán tal vez excluirse de la clasificación.
Sin embargo respetado José,tu escrito es sencillamente desgarrador, por lo crudo.
Un gran saludo.
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