Una road movie -valga la aclaratoria porque no son tantos los que nacen aprendidos- es una película que se desarrolla en una carretera. Normalmente va de dos personas que se suben a un carro y comienzan a recorrer una ruta de un extremo al otro y en la travesía les pasa de todo. Ese viaje es algo que les cambia la vida o la manera de entenderla, y de alguna manera los que llegan a destino no son exactamente los mismos que partieron. En pocas palabras, el viaje físico acaba siendo una metáfora del tránsito por la existencia: el camino es la vida y al recorrerla se vive. Si quieres más información puedes leerte “En el camino” de Jack Kerouac o te buscas películas como “Badlands” de Terrence Malick o “Easy Rider” de Dennis Hopper, ojalá si tiene mucha suerte te topes con una cosa prodigiosa de 4 horas llamada “Route One USA” de Robert Kramer. Esa gente lo explica muchísimo mejor de lo que yo podría hacerlo jamás. Así que dejémonos de tanta vuelta y al grano.
Te buscas una camarita de video y le pones una cinta de 120 minutos (si encuentras el botón en el menú para ponerla a grabar en una velocidad que convierta eso en el cuádruple pues mucho mejor, créeme que te va a hacer falta).
Al principio del recorrido todo va bien, hay risas, ponen música, comentan el paisaje y sacan la cabeza por la ventana.
Cuando lleven ya 20 minutos de película, el paisaje no se mueva, no hay recorrido porque están trancados en la cola de la Guarenas-Caracas y los temas de conversación estén ya inevitablemente agotados, dejan la cámara sobre el tablero haciendo un plano fuera de foco del parabrisas o el retrovisor (ustedes luego dicen que es un homenaje a Godard y van a quedar recultísimos).
Cuando estén a punto de llegar a Petare, entrando a las puertas de la ciudad (estamos ya como en la hora y media de película -y la última hora ha sido silente-), ustedes se van a sentir que están más bien haciendo la versión cinematográfica de La autopista del Sur de Cortázar, así que entra en personaje y comienza a echar ojo a ver cuál es la muchacha de la cola de la que te vas a enamorar (Aquí el Renault Dauphine no existe, así que cualquiera que esté en un Twingo -o el modelo que sea- te sirve). Sí, esa misma, la del carro de al lado que lleva igualito que ustedes hora y media sin moverse y está que gatea por el techo. Le haces un guiño, abres la puerta (cuidado con los motorizados, asómate primero por el retrovisor) te subes a su carro con la cámara en mano, le hablas, te seduce y se deja seducir, le cuentas tu vida, dejas que ella te cuente la suya, la besas, pasan al asiento trasero (aquí de nuevo otro homenaje a Godard con un fuera de foco mientras se oyen cosas de fondo), se enamoran, hablan de los hijos que van a tener, les ponen nombres, deciden la raza de los perros, discuten en dónde exactamente iría la parrillera del jardín, pelean, se reconcilian, vuelven a pelear, se dan cuenta de que se tienen mucho cariño pero que esa relación no va para ninguna parte, que el amor no basta, se despechan, lloran, se despiden, te bajas de su carro y vuelves tras el volante del tuyo. La cola ha avanzado 50 metros . Haz un plano del carro de ella que toma la salida hacia la Cota Mil y se aleja mientras ustedes siguen por la Autopista (coño, pero haz un fundido a negro porque ese plano del carro alejándose hasta desaparecer puede durar 45 minutos y aquí no hay homenaje a nadie que valga, eso es una ladilla y punto).
Bueno, seguimos. Ahora están rodando por la zona de Macaracuay o Los Ruices Sur y ustedes están hablando del sexo de los ángeles, de las razones por las que el ornitorrinco es un bicho tan raro, de por qué en Australia está el hueco de la capa de ozono y por supuesto de que Machu Pichu lo hicieron los marcianos porque los incas nos tenían tecnología para hacer esa verga tan grande allá arribota, además de todas esas cosas trascendentales que uno habla cuando tiene ya dos horas encerrado en una cabina con otro pendejo. En medio de la acalorada discusión, ya a punto de irse a las manos, porque tú dices que sí fueron los indios y tu amigo que no, que fueron los extraterrestres porque él lo vio en Discovery Channel, les toca a la ventanilla un motorizado que en complicidad con un vendedor de papas fritas, les apuntan con sendas pistolas a la cabeza: “No te me pongas con comiquitas y me das la cámara, los celulares, las caltera y cualquiel objeto valioso y/o/u de valol que calguen con ustedes encima”. Entrégales todo, pero la cámara no, que nos quedamos sin película. Diles que es un proyecto artístico y que los vas a poner en los créditos y hasta les pagas regalías si la vaina la pegas. Si se engorila mucho y no entiende de diálogos ni del crítico estado del vapuleado cine nacional, pues hasta aquí llega la road movie y el resto de la película será filmada por ellos (será una vaina como Ciudad de Dios pero en documental y en serio). Pero si los llegas a convencer vas a tener, justo después del título de la película, que meter un insert que diga “A nuestras madres (y a los panitas asaltantes de la autopista) por permitirnos la vida”.
El resto del trayecto es con los vidrios arriba y con aire acondicionado. Será la primera road movie que se hace así (normalmente hay velocidad, cabellos al viento, el estado anímico de los protagonistas reflejado en el paisaje cambiante), pero en ésta será todo en interiores y con la cámara oculta -que si te la llega a ver otro choro se nos acaba todo-. Eso sí, mosca, si llegan a estrenar la película ustedes juran que eso fue adrede, que quisieron innovar en el género, que ése fue su humilde aporte personal.
A esta altura a la película faltan drogas. No hay road movie sin un viaje místico, sin que alguien se coma unos hongos, sufra una sobredosis de ácidos o se meta peyote, tenga un viaje astral, hable con un chamán o con una serpiente, se pierda por el desierto sin moverse de sitio. Si ustedes de verdad fueran como Kerouac, Burroughs o Ginsberg comprarían en cualquier farmacia un jarabe para la tos y acabarían fabricando con las mangueras del motor una especie de alambique para destilar heroína o cualquier otro alcaloide pinchable; pero como ustedes son un par de bolsas y no tienen ni siquiera real para comprarse un jengimiel les sugiero una más fácil pero igual de radical: buscan las monedas que siempre hay en el cenicero, revisen los bolsillos y le compran al vendedor ambulante que está entre el canal rápido y el de 60 los tostoncitos que se está comiendo (porque aquí los vendedores prueban la mercancía para seducir a la clientela). Le dices que a cuánto los tostones -y olvídate, hasta eso está incomprable, no te alcanza- entonces le dices que quieres comprarle los que se está comiendo él, que a cuánto te los deja. Negocia que a mitad de precio y te llevas tu media bolsa de tostoncitos sazonados con la flora bacteriana del vendedor. Más adelante, seguro, encontrarán otro que vende birras, Smirnoff Ice, café con leche y chicha, todo en el mismo tobo que alguna vez fue azul pero que ahora más bien es marrón con verde. Le compran la chicha que es lo que está mejor, porque la hacen con el agua de lluvia y cloaca que se quedó estancada en la cuneta y eso le da un sabor increíble. Bueno, le entran a la chicha y al tostoncito y esperan unos cinco minutos. Aquí lo que van a sentir -y lo que acabarán diciendo y haciendo frente a la lente- será sencillamente alucinante, delirante, perturbador.
Habrá un momento en que alucinarán con una nave espacial que les sobrevuela la cabeza (es el helicóptero ruso que se compró Chávez que no cabe ni en Maiquetía), y cuando crean comenzar a entender el sentido de la vida, la road movie se les convertirá de pronto en Mad Max –en una escena donde se vienen encima todos los punketos pero Mel Gibson ni porta- serán cercados, obstaculizados, sobrevolados, asfixiados y amedrentados por 200 motorizados que haciendo caballito a 120 Kph, corriendo a contraflujo, picando cauchos, bebiendo caña clara mientras encabritan y aceleran sus motocicletas, retándose y cruzándose como caballeros medievales en una justa, se apoderarán de la vía para escupirle al mundo que otro motorizado, otro más, ha sido asesinado y así los velamos aquí. Trata de grabar la escena pero no te metas mucho ni te las des de valiente, mira que puedes acabar como Héctor atado a los pies del caballo de Aquiles y esa toma en contrapicado del cielo, salpicado de trocitos tuyos mientras rebotas y te exfolias a lo largo del pavimento, tendrá éxito solamente en Youtube.
Se hace ya tarde, anochece en la subida de la Panamericana , no hay luz en los postes, el carro se desplaza lentamente, a tientas, por esas curvas bien engrasadas, caen en un hueco que provoca que el estómago y la faringe ocupen por segundos exactamente el mismo sitio.
Haciéndose mutuamente la pata de gallina logran salirse por la ventana para alcanzar la superficie que quedó unos cuantos metros más arriba. Afuera es ya noche cerrada, ustedes están hechos un asco y con las ropas en hilachas, intentan pedir ayuda, hacen gestos para que algún conductor sensible se detenga y les llame a una grúa. El conductor escogido pensará que ustedes son un par de asaltantes y decidirá, en medio del pánico, que esta vez no se va a dejar robar su carrito que tanto le ha costado, así que embestirá contra ustedes dos. Se lanzarán de clavado hacia los matorrales al borde de la carretera y con el impacto el lente de la cámara se resquebrajará.
Un par de horas más tarde, finalmente, un gruero se compadecerá de ustedes y aceptará llevarlos a casa por la módica suma de 500 Bs (en su modalidad strong). No habrá tiempo ni dinero para terminar el recorrido porque si llegan hasta Los Teques la tarifa de la grúa sube a 1000, así que en el primer retorno se devuelven. No será la primera ni la última road movie en la que los protagonistas no llegan al llegadero. Como en la vida, hay que aprender a veces a no llegar.
Sacarás tu cámara rota, comprobarás que a la cinta aún le restan un par de minutos vírgenes. Allá abajo está Caracas que a la distancia se ve tan apacible y tan hermosa. Le harás un último plano desde tu asiento del piloto que ahora cuelga en plano inclinado del brazo de la grúa. Le harás foco, con sus luces encendidas que se reflejan en mil destellos sobre el lente astillado. La verás como ve uno a esas mujeres que nos desesperan y nos vuelven locos, nos sacan de quicio, pero que no sabemos hacer otra cosa que quererlas y volver a ellas. Será que eso las hace aún más adorables, y más a uno. Le perdonarás absolutamente todo, la querrás un montón y le darás las gracias. El lente se empaña, se acaba la cinta. Créditos.
15 comentarios:
Ya se lo que es una road movie, relato impactante de lo que vivimos todos los días en esta ciudad,C.Casano.
Yo terminé de leer "La autopista del sur" en una de esas magníficas, delirantes y —sobre todo— cálidas colas tazoneras. Hasta lloré.
Pero la mamá de las colas tazoneras fue una que disfruté en 1991, cuando trabajaba en El Universal. La cosa empezaba mucho antes del túnel de Los Ocumitos. Cuando llevábamos como dos horas en aquello, alguien vino con la noticia de que la cola era resultado del choque de un camión de gasolina con uno de detergente, lo que por supuesto hacía intransitable la bajada de Tazón, ya de por sí resbalosa en circunstancias normales. Cuando por fin llegamos al peaje, empezamos a ver cómo los pasajeros de los otros buses se bajaban y hacían el resto del trayecto a pie. A eso llamo yo una road movie.
Magistral, Jose. No solo es un viaje por Caracas sino por toda la gama de emociones y sensaciones: risas, angustias, ternura, rabia, melancolía. Y cuando uno cree que se sabe el resto de la historia tomas un desvío, das un golpe al volante y terminabas enrumbado hacia otra parte.
Eres un escritor fabuloso. Yo adoro tus historias y siempre pienso que sucedieron de verdad. Si alguna vez soy editora, me quedaré con todo, todito y gastaré papel a raudales.
Besos, tantos como te quepan en las dos manos.
de película!
José, no sé si fue en respuesta a que no ibas a sacar nada mejor por este medio, en realidad eso es demasiado vanidoso de mi parte, y no creo que sea por esa razón. Je. En todo caso, debo decir que, como te has dado cuenta, no sólo es bueno el relato, es in-cre-i-ble.
La verdad, no sé que más decirte.
Por otro lado, creo que colocaré un link desde mi página.
Mi siempre entrañable C. Casano: Tienes razón, a lo mejor es tan fiel a la realidad y tiene tan poquito de ficción que se parecerá más a un documental que a una road movie
Mi estimado Jorge "Letralia": Un placer tenerlo por aquí, hermano. Ojalá algún día pueda leer esa historia de una caminata colectiva desde el túnel Los ocumitos hasta Caracas. Debe ser delirante.
Anónimo: Gracias; pero yo lo que más quería era que la gente se sonriera, y que las angustias vengan solitas cuando uno se sube al carro.
99: Su me destapa la sonrisa nerviosa comentario me sonroja. Le advierto, eso sí, que tengo las manos pequeñas.
German: Hermano, qué bueno que estás de vuelta por aquí, cuando quieras le hacemos el story board a esa película y la sacamos en versión cómic (jeje)
Amigo "El público": Me alegra que haya sido de su agrado esta vez. Si algún día te atreves a visitar esta ciudad de la furia (Cerati se equivoca, no está en Buenos Aires ese lugar) te darás cuenta de que este relato no es en lo absoluto increíble, es la cosa más cotidiana, casi un cuadro de costumbres. Seguimos en contacto,
Jose
Me refería a qué es increíblemente bueno, no a que es increíble el relato.
Por más que digan que todos los caminos te llevan a Roma, regresaría a ella mil veces.
Cappello, Urriola.
Había pasado por aquí hace un montón de tiempo, te me perdiste pero afortunadamente los caminos de blogger me trajeron otra vez acá.
Gracias!
Gracias por demostrarme que en este formato se pueden leer historias largas sin perderse entre las líneas.
Ahora me muero de ganas de hacer mi viaje de Guarenas a Los Teques a ver que tal.
Creo que "por ahora" la única road movie que podremos hacer en CCS será en moto-taxi.
Me encantó esta entrada, José. Está como para leerla en voz alta mientras estás haciendo el trayecto habiatual entre el trabajo y la casa (porque de la casa al trabajo uno va semidormido) a ver si se espanta un poco la amargura.
Mírate esto, que no le llega ni por las patas a tu relato, pero míralo igual (es cortito): http://www.ficcionbreve.org/cuentos/lacolass.htm
(Juro que no leí "La autopista del Sur".)
Pásame tu correo para darte los datos de la tertulia.
Saludos
Su
Buenísima........... pero una pregunta....... se vale en moto???
me lo tope por casualidad gogleando la historia de nanuck el esquimal, muy buen relato me atrapo y sin duda me hizo reir. Vivo en guatire así que entiendo totalmente este calvario, y el semestre pasado intente realizar un documental con el mismo tema
sandra echarry campos
Genial!
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