Acuario

Jamás has volado una cometa; pero te ha llegado el momento. La verás allí, envuelta en plástico, en una esquina de la tiendita, y entonces recordarás alguna vez haberlas visto volar los domingos de brisa y sol en una playa que hoy te parece más lejana que nunca. Decidirás que es buen pretexto para acercarse a un sobrinito. Se la regalarás y le ayudarás a armarla, y le explicarás toda esa teoría que te sabes a partir de cómo has visto a otros volar cometas. Lo intentará el sobrino pero no podrá hacer que levante vuelo. Intercambiarán roles: tú corres con los hilos mientras él la sostiene lo más alto que puede. Y así sí, volará. Levantará vuelo hacia las nubes y se irá como un cohete hacia el sol, te sorprenderás del talento innato que tienes para volar cometas. Le darás más hilo, que suba más, un poco más, lo más alto que se pueda hasta que sea apenas un punto negro contra la bóveda celeste. Hasta que se te acabe el hilo y apenas te quede un cabo diminuto entre los dedos haciendo pinza. Entonces la cometa, allá en la estratósfera, tan lejos que el niño ya la ha perdido de vista, se desata y se pierde.

Pero la cuerda no cae, sigue tensa contra las nubes, como si una mano invisible la tensara desde arriba. Halas con fuerza y haces bajar una nube, mueves tus manos y la nube cautiva choca contra la de la derecha, luego contra la de más abajo, rebota, cambia de forma, hace de todo pero no se zafa.

Serás la primera persona domadora de nubes de la que se tenga noticia. Te bastará lanzarles una cuerda para enlazarlas y llevarlas a tu antojo a donde quieras; para juntarlas, reconciliarlas, enfurecerlas, domesticarlas. Serás grande provocando lluvias en los tiempos de sequía. Y serás aún mejor llevándotelas muy lejos a donde no hagan daño, sobre todo en países como éste donde llueve siempre con un grito.